jueves, 16 de septiembre de 2010

El Hombre Genérico

Alejado de la identidad cultural y de lo local y a la vez favoreciendo esa especie de cultura sin cultura, o cultura sin identidad, que podemos llamar la cultura genérica, vemos al hombre genérico, como producto propio de esta fría realidad.
El hombre genérico ha sido reconocido en infinidad de lugares a la vez, “enfermando” las diversas culturas del mismo mal extraño y destructivo de la identidad. Es muy probable que muchos de nosotros no seamos un hombre genérico, pero sin duda alguna conocemos alguno, porque su existencia es cada vez más frecuente y a medida que los niños y adolescentes se van haciendo adultos, estos se van multiplicando entre nosotros. En lo personal, yo me considero uno, a lo mejor porque soy pretencioso, o a lo mejor porque tengo razón y estoy en este momento realizando una de las acciones más propias de dicho ser humano, escribiendo un blog en aras de comunicarme de forma impersonal y distante con el mundo entero, en vez de acudir a mis allegados físicos y compartir mis ideas localistas con ellos, y también he estado leyendo las ideas de los otros, unas veces en silencio, las otras veces comentando brevemente. El hombre genérico es producto de las nuevas tecnologías, en vista de que se ve obligado a confrontar su propio mundo tangible y físico, conformado por aquellos que le rodean, con ese otro mundo que muchos consideran aparente, el mundo virtual, constituido exclusivamente por ideas y por sensaciones intelectuales. El hombre genérico depende de la tecnología para hacerle ver el mundo como un concepto manejable. Así, es gracias a internet y toda esta serie de dispositivos tecnológicos que hoy en día impactan notoriamente nuestras vidas, que el hombre genérico logra estructurar su modelo del mundo alejado de todo lo local.
Ya había dicho anteriormente que este hombre surge en ese lugar sin historia que solemos llamar periferias urbanas y que se caracteriza por ser sumamente uniforme, de naturaleza fractal debido a que las mismas unidades fundamentales pueden ser observadas en escalas cada vez mayores, estructurando un paisaje urbanística y culturalmente plano. El hombre genérico tiene que vivir necesariamente en este lugar, porque debe crecer y formarse alejado del influjo cultural de los centros urbanos, que usualmente concentran la cultura local de forma tan densa que todos los hombres y mujeres que crecen en sus predios, sin remedio, ven absorbidos todos sus impulsos individualistas y liberales, pues los centros culturales de las ciudades son agujeros negros que toda forma de cultura posiblemente competitiva atrapan dentro de su horizonte de sucesos hasta su denso núcleo, donde siempre se tritura sin remedio ni posibilidad de perdón dicha competencia. Así, solo en las periferias urbanas, alejadas del horizonte de sucesos urbanocentrista, el hombre genérico puede sobrevivir.
Sin embargo, no toda periferia es tampoco propicia para el surgimiento, desarrollo y expresión del hombre genérico. En aquellas periferias urbanas caracterizadas por la ausencia de dispositivos de comunicación contemporánea, en donde la precariedad surge como forma de solución para muchos de los problemas sociales y físicos, aquellos lugares en los cuales la comunicación personal es, al igual que en el centro, la única forma de comunicación posible o culturalmente válida, el hombre genérico encuentra también dificultades para su existencia y supervivencia. Por ejemplo, aún estando lejos de Manhattan, el centro urbano y cultural de Nueva York, para todas las personas en el resto del mundo, influenciadas fuertemente por los medios de comunicación de la Metrópoli americana, es posible de hecho reconocer incluso en el acento, la forma de conducirse y hasta de moverse, al hombre y a la mujer criados en el Bronx neoyorkino. El Bronx es la perfecta muestra reconocible a nivel mundial de que las periferias también pueden crear nuevas centralidades y nuevos agujeros negros. Acá en Maracaibo, la mayor parte de los barrios marginales se encuentran también en las periferias de la ciudad, coexistiendo muchas veces junto a urbanizaciones de clase media y alta en una extraña mezcla social. Dichos barrios se caracterizan por ser una suerte de circuitos culturales cerrados, de los que ninguna luz emana hacia el resto de la ciudad, verdaderos agujeros negros que absorben a todo aquel que habite en sus predios. Sin embargo, estos agujeros negros no son completamente egoístas como sus parientes celestes, sino que esparcen sus chispas hacia el resto de la ciudad, en donde es posible observar el terrible y amargo producto de su malevolente naturaleza. Del barrio marginal surge un nuevo hombre localista y cultural, con una identidad muy propia, completamente absorbido por el colectivo. Los barrios marginales (los podríamos llamar slums), crean redes de comunicación entre ellos tan extensos en el caso latinoamericano que podrían considerarse una suerte de gran océano sobre el que flotan las placas tectónicas aisladas e incomunicadas de los barrios no marginales. Estos barrios pobres son una forma de centralidad cultural, que sorprendentemente se encuentran físicamente desconcentrados, pero la uniformidad de su cultura revela que los barrios también construyen hombres y mujeres con identidad cultural. Son hombres y mujeres culturalmente “marginales”.
El hombre genérico debe vivir también alejado de esta nueva centralidad cultural, que en el caso latinoamericano se ha revelado excesivamente extensa e influyente, por lo cual en nuestro continente es particularmente extraño ver al hombre genérico caminar por nuestras calles, mientras que en otras partes del mundo es mucho más frecuente.
El hombre genérico, como vemos, no depende exclusivamente de estar alejado de la centralidad histórica de las ciudades, sino que también debe vivir alejado de las nuevas centralidades culturales que surgen en las periferias. Muy difícilmente de Manhattan o del Bronx surja verdaderamente un hombre genérico y cuando surgen en los extraños casos en los que tal cosa pasa, este debe tratar de pasar desapercibido, en silencio absoluto, intentando no llamar la atención de nadie, de ninguno de sus  vecinos. El hombre genérico puede ser aceptado como un intruso extraño a tal ambiente, como un turista interurbano o un visitante particularmente extraño, pero si surge desde las propias entrañas de la urbanocentralidad cultural, esta podrán en alerta sus anticuerpos y atacarán sin contemplaciones al producto extraño. Imagino, por ejemplo, a un joven habitante de Santa Lucía que en algún momento muestre cierto aprecio por formas de expresión musical distintas a la gaita y que de hecho llegase a manifestar cierta indiferencia y hasta antipatía por el ritmo folklórico propio de ese barrio. Este joven sería sometido a un cruel ataque psicológico comenzando, probablemente, desde la propia entraña de su familia, pasando por sus vecinos y amigos del barrio, quienes lo llevarían a rastras hasta las tradicionales parrandas, moliendo poco a poco todo viso de manifestación anticultural. Algo similar podría ocurrir en el barrio en donde es el vallenato el ritmo rey, o en el Bronx, en donde el “rap” es el equivalente.
El hombre genérico surgirá solamente en los ambientes sedados y planos de las urbanizaciones, parcelamientos y conjuntos cerrados de clase media y tal vez de clase alta, en medio de un ambiente físico racional, silencioso y distante, en donde ciertos valores individualistas predominen. Estos hombres surgirán posiblemente de familias en las cuales el trabajo es el medio de sustento suficiente y eficiente y en donde la formación intelectual es estimulada y deseada entre sus miembros. El hombre genérico puede surgir en estas zonas urbanas con mayor facilidad ya que dichas zonas son de por sí genéricas, surgidas las más de la veces de proyectos arquitecturales y urbanísticos que parten de las mismas premisas organizacionales desde el punto de vista espacial y funcional, manifestación a la vez de una ideología tecnocrática y uniforme, caldo de cultivo para la reproducción en masa de formas de vida.
El hombre de clase media en todo el mundo es el principal candidato a convertirse en el hombre genérico, y es que en todas las culturas aparentemente es este el que comparte los valores y ciertas formas de entender el mundo con sus pares distantes, mientras que las clases bajas surgen de un lodazal humano, en donde solo la podredumbre y la autodestrucción desesperanzada es posible y que las clases altas surgen de las esferas de poder más elevadas, usualmente aquellas que dominan y fabrican la cultura dominante, absolutamente resistente a todo cambio. La clase media es, por naturaleza, intelectualmente más versada, dada su educación y moralmente más libre, pues ella es la fuerza motora y creadora de las sociedades. En lo personal, no me sorprende que los hombres y mujeres de clase media en las más diversas culturas del mundo se parezcan tanto entre sí, más allá de las evidentes diferencias raciales o de vestimenta culturalmente aceptada.
Sin embargo, es el recurso de la tecnología el que permite el surgimiento definitivo del hombre genérico. En 1994, cuando Koolhaas publica La Ciudad Genérica, aún la computación era, en cierta medida, un asunto no tan común para muchas personas, pero ya para ese momento las ciudades estaban preparándose para recibir el nuevo tipo de influjo cultural para la que serían escenario en el futuro. Y es que, en efecto, la ciudad es una construcción cultural y muchas veces, es una construcción que se adelanta a los tiempos o, más bien, comienza a manifestar ciertos síntomas de cambio producto de nuevas fuerzas silenciosas que no son evidentes en el primer momento. El hombre genérico no podía manifestarse con la facilidad con la que lo hace hoy en día, porque el internet era un invento muy reciente, la tecnología era muy costosa y el proceso de aprendizaje era un paso necesario que no todos dieron a la vez, por lo cual la masa crítica no se conformó sino hasta unos años después, cuya primera manifestación pública y que llamó la atención del mundo entero fue, posiblemente, la “burbuja punto com”. Si bien al principio estas nuevas tecnologías parecían ser una especie de servicio accesible para todos y que tenían por fin simplemente “alegrarnos la vida”, facilitar ciertas cosas, etc., no es menos cierto que con el pasar de los años la red internacional fue deviniendo en un nuevo mundo, un mundo virtual, que ofrece una posibilidad en absoluto detestable: la de incrementar los sentidos del hombre, hacernos ver más allá de lo local, de lo cercano, de lo evidente y compartir ideas con otras personas que de otras formas habría sido imposible contactar. Ningún otro medio de comunicación ha logrado influir en la vida del hombre con tanta fuerza como lo ha hecho la tecnología informática y eso es seguro.
Al inicio, internet pareció ser visto como una suerte de gran negocio dirigido a manejar enormes cantidades de dinero inorgánico y ser convirtió en depositaria de expectativas por parte de capitalistas de riesgo que no vieron el verdadero potencial de esta red. Al final, cuando el estallido del 2000 obliga a desaparecer una gran cantidad de elementos y formatos inútiles, abriendo paso para la verdadera tecnología, con google.com a la cabeza, nuevos formatos, nuevas ideas, nuevas formas de comunicación comenzaron a intercambiarse entre personas de todo el mundo a través de chats, foros y comentarios, a través del “Messenger”, ese milagroso programita que nos permite conocer a gente de todo el mundo, evolucionando poco a poco hasta nuevas formas de comunicación electrónica como los blogs y las redes sociales, que nos permiten entender el mundo en otro contexto.
Esta plataforma tecnológica no ha creado al hombre genérico, el cual sospecho a existido siempre y en todos los contextos, pero lo ha masificado, ha permitido que seres humanos, hombres y mujeres que normalmente no habrían podido acceder a la grandeza del mundo de no ser por este medio extraordinario, habrían tenido que permanecer aislados del mundo junto a sus vecinos dentro de su identidad cultural.
El hombre genérico es aquel que, por alguna razón, logra potenciar su mente y su estado intelectual más allá de lo local y de lo común y de forma consciente o inconsciente las más de las veces, ingresa a una comunidad mundialista, cada vez más abierta y diversa, a la vez que con el tiempo es siempre más uniforme. Sin embargo, no debemos confundirnos y suponer que todo usuario de tecnologías es un hombre genérico. Pululan por la red millones de usuarios que realizan miles de millones de actividades electrónicas, sin embargo, las más de las veces no superan su estatus de usuarios. Este hombre es un ser aún cultural, que utiliza los medios electrónicos como medio de facilitar su vida, más que como forma de facilitar su visión del mundo. Acude al correo electrónico para intercambiar correspondencia, pero lo hace de la misma forma en la que esto se hizo en el pasado; utiliza el facebook o el twitter como formas de intercambio de ideas, pero no entiende en ellos más que una suerte de gran plaza local para encontrarse con “amigos”, los cuales no necesariamente van a potenciar su vida o su existencia ni van a incrementar su patrimonio mental ni su poder como ser humano.
El hombre genérico, en cambio, entiende las tecnologías de forma diferente. Internet le sirve a él para ampliar sus sentidos y su comprensión del mundo, ya no solamente para enterarse de las cosas o para leer noticias, sino para entenderlas de forma integral. Crea redes sociales pensadas no para compartir hedonística basura sin ningún valor real. En cierto blog, por ejemplo, he leído que si un día llegase a desaparecer completamente Facebook, en internet en realidad nada pasaría, ya que el 99% del contenido de esta gigantesca web es “basura inservible”, pero que si llegase a desaparecer la tan socorrida wikipedia.com, internet sufriría una de las más grandes pérdidas, equivalente, tal vez, a la pérdida de la biblioteca de Alejandría.
Y es que, en efecto, si comparamos facebook.com con wikipedia.com notamos una diferencia absoluta desde el punto de vista cultural. Facebook.com es simplemente una extensión del mundo cultural, que ha llevado sus “tentáculos” y la logrado penetrar el mundo virtual, haciendo de facebook.com el equivalente de una plaza pública física, en la que los chismes sin contenido importante pululan. En facebook.com todos nosotros nos enteramos de chismes de personas que muchas veces no conocemos y que no nos interesan, sabemos que ciertas personas están en una relación o que rompieron y nos enteramos si “fulano” y “zutano” son amigos o no. Sin embargo, la gran desgracia de Facebook.com es que  esta web simplemente no sirve para absolutamente nada en la vida. Estoy de acuerdo en el hecho de que si llegase a desaparecer por completo en este mismo instante, en realidad el mundo virtual no sufriría una pérdida importante.
Wikipedia.com, en cambio, parte de una filosofía enteramente genérica, lo cual es el fundamento del mundo virtual en sí. Wikipedia.com es construida de forma colectiva, pero en realidad podríamos sugerir que se trata de una enciclopedia autogenerada. Wikipedia.com es un lugar sin identidad, sin localidad definida y sin texturas culturales de ningún tipo, completamente contraria a facebook.com, que reproduce en el mundo virtual y a la misma escala, las mismas relaciones del mundo físico. ¿Por qué la desaparición de wikipedia.com sería una gran tragedia mientras que la desaparición de facebook.com no significaría virtualmente nada? Porque wikipedia.com, como todo lo genérico, se nutre de la inteligencia del mundo, sustrae conocimiento del hombre y lo importante no es en sí crear lazos ni crear relaciones personales, sino construir un mundo que tiene un valor en sí mismo gracias al profundo contenido que este posee. En cambio, facebook.com se nutre de la vacuidad personal, de los pensamientos usualmente pasajeros de la gente, tal cual como frases dichas en un momento a las amistades. Facebook.com es un amplificador de ideas, pues las expande entre todos los contactos de una persona, sin embargo, esta amplificación usualmente no tiene ningún contenido importante o válido universalmente y termina siendo lo mismo que gritar tonterías en una plaza pública. Son muy pocos los que usan facebook.com para intercambiar ideas más que chismes ya que la propia estructura de la red está creada para supeditar el contenido a la identidad. Y de nuevo, si facebook.com desaparece en este mismo momento, la gente podría seguir haciendo lo mismo que hace allí pero en físico.
Facebook.com está sobrevalorada, sin duda alguna, ya que es difícil creer que una web cuyo contenido es casi todo basura pueda costar los supuestos 11.500 millones de dólares que se le atribuyen. ¿Qué puede haber de valioso en los chismes locales de la gente? En términos realistas, facebook.com tiene el mismo valor de las culturas locales, es decir, ellas valen cada una para sí mismas, pero si las ponemos en el contexto de la generalidad, del mundo entero, cada cultura en realidad no tiene ningún valor, salvo aquello que produce para el saber universal. El destino de facebook.com será el mismo de myspace.com, que tenía una filosofía similar, sin contenido real, reducida actualmente a una gran web sin contenido importante, por lo cual el mundo la fue olvidando lentamente, sustituida por las nuevas redes sociales, pero estas redes carecen de contenido igualmente, por lo cual es casi seguro que terminarán aburriendo tarde o temprano a sus usuarios y estos se moverán hacia otras webs de forma silenciosa. En cambio, ningún usuario de la red puede dejar de usar google.com o wikipedia.com, por lo menos si este la usa de forma real. Estas dos web tienen en sí contenido, son construcciones propias de lo genérico y son usadas principalmente por el hombre genérico.
A este ser humano la pérdida de los valores culturales no le importa mucho y, de hecho, hasta la celebra, en vista de que sabe que entre menos cultura de identidad habrá mayor llaneza social y humana, confiriendo poder al ser individual a la vez que a los colectivos consientes. Y es que el hombre genérico es un ser poderoso ya que puede discernir entre lo lógico y lo ilógico con mayor facilidad que el hombre cultural, el cual encuentra en los errores culturales (religiones, costumbres, folklore, etc.) los fundamentos para juzgar las cosas.
Es en las culturas más cerradas en las que el hombre genérico puede crear mayor impacto, por ejemplo, en el cerrado mundo musulmán serán las venideras generaciones de mujeres que crecen ahora viendo modelos de comportamiento femeninos en el resto del mundo en las que ellas están reivindicadas como seres socialmente completos y en los que han logrado adquirir cuotas de poder verdadero (llegando en muchos países y con cada vez mayor frecuencia a los más altos cargos políticos, empresariales y culturales), la que deban pasar por el proceso de “alienarse” del mundo que la rodea. Es evidente que los traumas que dicho impacto causa sobre la cultura local es enorme, sin embargo, no podemos dejar de juzgar objetivamente tal hecho como un gran avance para la liberación verdadera de un importante grupo de seres humanos atrapados por la que es, posiblemente, la cultura masiva más destructiva y dictatorial que actualmente sobrevive en el mundo. El mundo occidental pasó por etapas similares, al igual que los países del lejano oriente, pero estos momentos han sido superados en la medida en que seres individualmente consientes y poderosos han cambiado sus actitudes y han movilizado con sus acciones a las sociedades hacia nuevas direcciones.
Aunque desde afuera es difícil juzgar lo que ocurre en el mundo musulmán, creo ver, en lo personal, manifestaciones que parecen estar movilizando a dicha cultura hacia nuevos derroteros, en los que, tal vez, se vea obligada a enfrentar una fuerte crisis interna, hacia una especie de gran cisma histórico, similar al Renacimiento occidental o a la Ilustración. Pero dicho sisma sería, a diferencia de lo ocurrido en el pasado de Europa y América, una construcción mucho más colectiva, en vez de una ruptura causada por la irrupción de héroes con una terquedad extraordinaria. Las sucesivas protestas que de vez en cuando están brotando en Irán contra el régimen despótico de dicho país, surgido de la pureza más extrema de la cultura musulmana, se ven impulsadas nada más y nada menos que por colectivos que se comunican ideas de forma instantánea y secreta, silenciosa e incontrolablemente, como si las ideas fueran impulsos eléctricos y cada ser humano una neurona en el cerebro, que en conjunto conforman una nueva acción que lleva a la movilización.
Cada hombre genérico es poderoso por sí mismo porque puede discernir de forma objetiva y puede juzgar al mundo desde su óptica tendiente al análisis, pero el poder se revela avasallante desde el punto de vista colectivo, en donde ninguna restricción cultural parece tener esperanzas en medio de acciones que inmediatamente se transmiten por cualquier medio electrónico, con lo cual la idea se multiplica a sí misma de forma orgánica y exponencial, hasta que la sociedad entera se ve invadida por ella. Y a medida que la tecnología avance, la naturaleza genérica del ser humano contemporáneo se hace cada vez más intensa y predominante, pues el hombre siente cada vez mayor placer al saberse poderoso y definitorio en la historia.
Un hombre común, se mueve un poco hacia lo genérico el día que escucha la radio por primera vez y luego ve la televisión. Sin embargo, avanza enormemente le día que tiene un teléfono, lo que le permite adquirir cierta libertad comunicativa. Cuando obtiene un celular es incluso más evidente este cambio esencial en su persona. El día que tiene una computadora y entra a internet conoce el mundo virtual, pero su conversión será definitiva el día que logra utilizar la red para modificar al mundo y a la vez para concebirlo. El hombre genérico es como un dios, ya que logra ver y saber más allá de su mundo local y a su propia elección, pero es un dios indiferente a las expresiones locales, pues ha comprendido que lo importante de la interconexión no es en realidad “conocer otras culturas” (frase fresa muy recurrida por las agencias de viaje) sino extender su mente y buscar crear conexiones que solidifiquen su propia concepción. El hombre genérico, si bien siente poder en sí mismo, luego busca crear una masa crítica con otros como él, por lo cual comienza a escribir un blog, se anota en grupos de discusión, lee con atención diversas páginas y a veces entra en contacto con sus creadores o articulistas, se convierte en un wiki-pedista, wiki-narrador, wiki-testigo. A diferencia de las ideologías políticas primitivas, en el mundo contemporáneo lo colectivo se crea desde lo individual y no al revés. No existe el colectivo ideológicamente perfecto que va moldeando al “hombre nuevo”, sino que existe el “hombre genérico” que construye junto a otros una masa móvil e incontrolable de datos que se convierten en un colectivo poderoso, coordinado e in-encausable, lo cual es el terror de todo régimen político autoritario y culturalmente fundamentado.
No es de extrañar que este tipo de regímenes políticos en diversos países intenten a toda costa, las unas veces con mayor éxito que en otras, mantener a sus poblaciones sumidas en su ignorancia, a la vez que crea un discurso que les hace creer que han abierto sus ojos, cuando los tienen más cerrados que nunca. Esos seres humanos (en Venezuela, los chavistas incondicionales al presidente, por ejemplo, o los opositores socialistas al gobierno) están en realidad cautivos dentro de la vorágine cultural que creó los monstruos dominantes en esas sociedades. Allí (en mi caso local particular, puedo decir, aquí mismo, en la esquina cerca de mi casa) la lucha es a muerte entre la cultura y la anticultura generalizadora, en donde el hombre cultural continúa observando el mundo desde una perspectiva limitada a su cuerpo, viviendo su realidad mecánica, mientras el hombre genérico parece sugerir en cambio una visión integral de los asuntos, desafectada de toda emoción, como un robot, viendo la realidad de manera formal, lo cual causa terror en el otro.
Las grandes masas sociales de nuestro mundo aún pertenecen a las culturas y aún están atrapadas dentro de la vorágine de su propia limitación física, pero a medida que las sociedades van teniendo un acceso cada vez más directo e inevitable con las tecnologías que las convertirán en “ciudadanos del mundo”, en telepolistas o “interciudadanos”, habrá razones para pensar la situación del hombre irá mejorando, ya que seremos más poderosos nosotros, los hombres y mujeres de verdad, en vez de confiar nuestros destinos a los avariciosos y pérfidos hombres y mujeres de Estado.

lunes, 30 de agosto de 2010

Hacia una Cultura Genérica

En 1994 el arquitecto Rem Koolhaas publicaba “La Ciudad Genérica”, probablemente uno de los primeros textos en el mundo entero que exploraba el problema de la desaparición de las identidades culturales y que no solo consideraba dicho acontecimiento inevitable, sino positivo. Me imagino que muchos conservacionistas habrán puesto el grito en el cielo al leer las terriblemente provocativas y revolucionarias palabras del arquitecto holandés. Por supuesto, me imagino que dicho texto no habrá llegado a las grandes masas, ya que este no fue escrito en términos de política general o de teoría política, sino que explora el asunto más bien desde el punto de vista urbano, un tema que, me temo, a la gran mayoría de la gente le parece terriblemente incomprensible en el mejor de los casos, y aburrido en el peor y más sincero.


Una de las cosas más interesantes que dice Koolhaas es que la identidad está conformada por una serie de elementos físicos, limitados, contenidos en la arquitectura del pasado. La ciudad, por lo tanto, debe su identidad entera al Centro Histórico y toda la validez de la ciudad como concepto proviene de allí. Sin embargo, Koolhaas indica que la perversidad de este modelo ha llevado a que masas cada vez más crecientes de seres humanos terminen convirtiéndose en hombres desarraigados de su propia civilización y en ciudades con periferias tal vez millones de veces más grandes que sus centros y con mucha más población, pero que carecen de significado en vista de que su madre originaria vive para robarles el show.

En términos sencillos, podría hablar de mi propia experiencia urbana, como hombre de periferia. Acá en Maracaibo existe una fuerte cultura de centralidad, con una terrible parafernalia propagandística “urbanocentrista”. Miles de gaitas (para aquellos que no lo sepan, es la música folklórica del Estado Zulia y que se vuelve un ritmo nacional en diciembre), de poemas, de artículos de opinión en los periódicos y un largo etcétera, una y otra y otra vez nos recuerda a cada habitante de esta ciudad que existe un centro, el centro de Maracaibo, el lugar urbano originario. Cada gaita parece quejarse del derribamiento del Saladillo (un antiguo barrio de la ciudad, el más grande y “tradicional”, el cual fue derribado por completo en la década de los setenta como parte de un proyecto de remodelación urbana que tuvo resultados desastrosos, de hecho, llamado por muchos urbanistas como el “peor desastre urbanístico” en la histórica de Venezuela, y algunos incluso dicen que el peor desastre urbano en América). Estas canciones lastimeras, sin embargo, parecen llegar a oídos sordos. Y he aquí la razón en las palabras de Koolhaas y en el punto de partida de mis ideas. Lamento decirlo con tal franqueza, pero incluso yo siendo arquitecto, debo decir que me importa un bledo que hayan tumbado el Saladillo. ¿Por qué esa insensibilidad histórica? Es muy simple, porque yo nunca lo conocí. Para cuando yo nací, el Saladillo posiblemente ya tenía diez años de desaparecido y desde que tengo uso de razón el centro de la ciudad ha sido lo que actualmente es. Para mí, ese es el centro.

Para el momento en el que desaparece el Saladillo y virtualmente el 80% del centro de Maracaibo, la ciudad debía tener alrededor de 500.000 habitantes. Hoy en día, de esos 500.000 habitantes no todos están vivos y los que lo están, virtualmente se han visto diluidos en medio de los aproximadamente 2.300.000 habitantes actuales de la ciudad. Las matemáticas son muy simples y tajantes en ese punto: hoy en día en Maracaibo, menos del 20% de los habitantes llegó a conocer el centro como fue, y posiblemente muchos de ellos eran pequeños y muy jóvenes, así que tampoco les impactó en demasía su remodelación, por lo cual no es de extrañar que a una gran mayoría de los habitantes de esta ciudad dichas gaitas quejosas les parezcan en realidad palabras alienígenas.

Ahora bien, aún suponiendo que el centro existiese actualmente como fue antes, sucedería lo mismo que pasa con otras ciudades del mundo con sus centros intactos, tal cual como ocurre con Londres, París o Manhattan, en donde esa reducida proporción de terreno que da toda su identidad a la ciudad es demasiado pequeña para ser compartida por todos y en que es cada vez menos significativa para las generaciones más jóvenes, destinadas a vivir en la periferia urbana para siempre, sin posibilidad de conocer con exactitud lo que ocurre en el centro.

En cierta oportunidad vi en “Sex and the City” (el programa de HBO) un capítulo que trataba sobre las monstruosidades ocultas de los hombres (ya saben, todo en el programa trataba al final sobre sexo). El personaje de Miranda (la pelirroja), descubre que su amante de turno es un hombre tan encerrado por la vida de Manhattan que ha pasado más de diez años consecutivos sin poner un pie fuera de la isla, ya que para él, fuera de allí no existe más nada en Nueva York ni en el mundo. Y es que, en efecto, al pensar en Nueva York, quienes no tenemos la fortuna o el infortunio de conocer dicha ciudad, inmediatamente vienen a nuestra mente imágenes de Manhattan, su centro urbano y cultural. Sin embargo, a la vista de las estadísticas, hasta la propia Miranda terminaría siendo en realidad una monstruo alienígena al mundo contemporáneo, casi enteramente periférico. Para quienes tenemos por afición (o en mi caso, como profesión) estudiar y re-crear los fenómenos físicos de las sociedades humanas (arquitectura, urbanismo, geografía, etc.), hemos descubierto que si comparamos el área de Manhattan con el área total de la Zona Metropolitana de Nueva York notamos cuan ridículamente minúsculo resulta el centro respecto a la periferia.

Eso fue lo que descubrió Koolhaas y eso fue lo que expuso desde el punto de vista urbano: la identidad (el centro), le ha quedado demasiado pequeña a la sociedad, porque la mayor parte de la sociedad vive en la periferia, la cual él llama la “Ciudad Genérica”, es decir, una ciudad sin historia, una ciudad fractal, repetitiva, en comparación con el centro, sedada y apacible, pero que es el escenario real de la vida de la mayor parte de los seres humanos. Aquellos que viven en los centros, aquellos que viven en Manhattan (en el caso de Maracaibo, los que viven en Santa Lucía, el único barrio que sobrevivió casi intacto a las máquinas demoledoras de los setenta), son una minoría extraña y que me atrevería a decir, ridícula, que vemos con cierto desdén. Las costumbres de Carrie eran atrayentes para los habitantes de Nueva York que la veían siempre por T.V. simplemente porque a ellos mismos les parecían costumbres extrañas. Y es que debemos recordar que la mayoría del los Neoyorkinos tiene que pagar para atravesar un puente o un túnel que los lleve a Manhattan (Koolhaas los llama “gente de puente y túnel”). Y aquí, Santa Lucía es una atracción turística para aquellos que vivimos en la periferia, precisamente, porque nos entretiene ver a esa gente tan particular que allí vive, que aún hace parrandas gaiteras los fines de semana (en vez de vallenato, rock, salsa, merengue o lo que sea, lo cual es lo usual en las periferias), pero tal entretenimiento trae una risa vedada y culpable, porque en el fondo, todos los consideramos, en algún grado, ridículos.

El texto de Koolhaas me ha llevado a reflexionar y a descubrir que lo mismo está pasando en el resto del mundo y con el resto de las cosas. Las culturas tienden a desintegrarse en la medida que las poblaciones crecen y que sus propias identidades quedan en exceso pequeñas para dichas costumbres. He aquí que nos encontramos ante una sociedad enfrentada cada vez con mayor ferocidad contra sí misma, ya que la minúscula parte que nos queda de identidad se niega rotundamente a morir, mientras que las grandes masas la encuentran cada vez más insignificante.

Tal insignificancia es en todo sentido: insignificante en el sentido de que la cultura tradicional permanece siempre del mismo tamaño, mientras que las periféricas culturales crecen hasta puntos supremamente distantes, por lo cual la cultura inicial se hace proporcionalmente cada vez más pequeña en comparación con el conjunto de la sociedad; e insignificante en el sentido de que a medida que tal cultura identificadora y originaria es cada vez más inaccesible, va perdiendo su significado para las masas.

La mayoría de los seres humanos de hoy en día habitamos en la periferia, en ciudades gigantescas en las que el acceso al centro es cada vez más restringido y complicado, a la vez que vamos encontrando en dichas periferias más significados vitales, pues allí aparecen los nuevos símbolos de nuestra sociedad: el “Shopping Mall”, la autopista, los nuevos parques temáticos y parques verdes, los grandes campus universitarios, son fenómenos ahora periféricos, a la vez que se convierten en los nuevos símbolos de ciudadanía. Lugares anónimos y vastos como la periferia, con temperatura controlada y llenos de elementos estimulantes y apaciguadores a la vez, con temáticas seleccionadas cuidadosamente, estos nuevos centros urbanos identifican al hombre periférico. Allí, la ciudad genérica se convierte en la sociedad genérica, a la que todos asisten a los nuevos espacios públicos, a las nuevas galerías y plazas eminentemente destinadas al consumo y al entretenimiento, al hedonismo característico del hombre actual.

La sociedad genérica se revela como una sociedad en apariencia clasista, a la que no todos tienen acceso por igual, puesto que no todos pueden entrar al “mall” libremente, bien sea porque no tienen los recursos para pagar la entrada, para consumir al estar dentro o porque ni siquiera tienen la vestimenta adecuada para, por lo menos, mimetizarse entre los presentes. Sin embargo, resulta que esta sociedad es más accesible que la sociedad centralista desde el punto de vista físico y cultural. Estas nuevas ágoras y foros urbanos se acercan a los pobres habitantes de las periferias, pues se emplazan a veces justo al lado de sus propias casas, en medio de la pobreza incluso (¿Qué más periférico que un Sambil en medio de uno de los barrios más pobres de Maracaibo, por ejemplo?), por lo cual por lo menos se ofrece a dichos ciudadanos. El centro de la ciudad muchas veces está vedado debido a que la distancia es tal y el sistema de transporte es tan malo, que el gasto en tiempo es superior a cualquier suma de dinero.

Desde el punto de vista cultural, el lenguaje de los nuevos centros urbanos de la periferia es realmente universal, un lenguaje que hasta un analfabeta cultural puede comprender: el consumo, el hedonismo y hasta el flirteo. El centro comercial, el parque de diversiones, el hipermercado, son todas instalaciones planas culturalmente. El centro, en cambio, exige a sus visitantes una conducta aprendida previa o por lo menos una actitud particular, ya que el centro es significativo en sí mismo. En el centro de Maracaibo está La Catedral, la Basílica, Santa Bárbara, el Monumento a la Virgen, el barrio Santa Lucía, La Plaza Bolívar, con la seda de La Gobernación, La Alcaldía, el Poder Judicial, el Banco Central de Venezuela, el Poder Legislativo Regional, la Casa de la Capitulación y un larguísimo etcétera. Para el hombre inculto del barrio pobre y periférico, entender la importancia de todo aquello es imposible y si lo compara con su cultura de periferia, de barrio, todo le parece insignificante, pues para él lo importante es su cuadra, sus vecinos pobres, sus problemas de inseguridad, sus aventuras sexuales. Para él es mayor el influjo de los colonos extranjeros que se asientan también a su lado, siendo en el caso de Maracaibo la influencia colombiana y wayuu sumamente fuerte, por lo cual el vallenato, la cumbia y la salsa caribeña tienen mayor significado cultural que la gaita, y ya que la única “verdadera gaita maracaibera” se circunscribe a la que se hace en el centro de la ciudad, la de Santa Lucía, la del Saladillo (que ya no tiene exponentes nuevos, quedando solamente los viejos que conocieron y que vivieron en dicho barrio tradicional), este ni siquiera tiene la oportunidad de acercarse a tal manifestación musical.

Y de allí viene la crisis de identidad cultural que caracteriza al mundo moderno. La mayor parte de los ciudadanos del mundo, que somos periféricos, estamos sometidos a una fuerte presión por parte de los puritanistas culturales, de los medios de comunicación, que también se circunscriben de forma hipócrita a dicha corriente, de los viejos de nuestras familias, padres, tíos y abuelos, que nos acusas de ser unos alienados, cuando la verdad, los alienados son ellos.

Hace poco escuché por la radio las quejas de una prominente mujer gaitera de la ciudad, quejándose muy fuertemente ante un periodista, indicando que la Gobernación del Estado Zulia tenía un retraso en el subsidio que el Poder Ejecutivo Regional otorga a los gaiteros por concepto de “mantenimiento de los valores tradicionales” o algo por el estilo. En realidad me sorprendió de sobremanera tanto saber que el gobierno regional gastaba importantísimas sumas de dinero en financiar las actividades parrandísticas de los gaiteros cuando dicho dinero se podría utilizar en muchas otras cosas mucho más prioritarias en la región, a la vez que también me sorprendió escuchar la voz autoritaria de dicha mujer, nada más y nada menos que exigiendo con la más poderosas de las protestas al gobernador que el susodicho subsidio fuera entregado a los gaiteros, puesto que de otra forma no sería posible que estos grabaran a tiempo los discos de la temporada y que salieran a la venta los últimos meses del año, como es tradicional.

La cultura tradicional exige con fuerza y autoridad fundamentada en su autoproclamada importancia y superioridad moral al resto de los simples mortales, por un lado, mantenerlas viva a como dé lugar desde el punto de vista cultural y por el otro, le exige cuantiosas sumas de dinero. Eso pasa, por ejemplo, en el centro de las ciudades, que demandan cantidades gigantes de recursos de la Municipalidad para mantener fachadas y edificios que no pueden mantenerse a sí mismos, porque están vacíos muchos de ellos, porque por sus propias características arquitectónicas no pueden competir con edificios modernos, por lo cual son los edificios más baratos de la ciudad y no producen lo suficiente ni para ser pintados una vez al año ni para mantenernos en condiciones mínimas aceptables. Lo mismo pasa con la gaita, que no puede competir con el pop, con el rock, con el vallenato, con la cumbia, con la salsa, con el merengue, con el reggettón, los cuales producen millones de dólares al año en ganancias, por lo que la gaita exige a la sociedad que ya no la quiere escuchar que la mantenga a como dé lugar en base a que es la gaita la identidad musical de la ciudad y de la región. Aparte de eso, la gaita insulta vedadamente a la sociedad que la mantiene económicamente a pesar de no escucharla, pues cada año, por lo menos dos o tres gaitas se quejan constantemente de que los “jóvenes de hoy en día” no escuchan gaitas y que prefieren “música gringa” o se quejan porque algunos herejes musicales se atreven a tocar “dizque gaitas” introduciendo guitarras eléctricas y sintetizadores para hacerla más atractiva a los jóvenes. De esta forma, la identidad cultural tradicional se encapsula dentro de sí misma, haciéndose cada vez más cerrada y más distanciada hacia la periferia y hacia todos los que nos encontramos en ella, negándose a sí mismas la oportunidad de cambiar. La gaita con guitarra eléctrica automáticamente deja de ser una gaita a los ojos conservadores, pero a los ojos del hombre de las periferias culturales, es una innovación que llama su atención, hasta que escucha la gaita que lo insulta, llamándolo alienado y perverso traidor cultural, por lo cual de nuevo pierde su interés.

Ahora, para el hombre más culto de la periferia, para aquel que tiene internet en su vivienda, para el de clase media, su relación con la identidad no deja de ser problemática tampoco. La sociedad genérica tiene en el ciberespacio un fuerte componente re-potenciador de su naturaleza periférica. Koolhaas dice que la ciudad genérica nace donde el espacio físico colisiona con el espacio virtual. Con eso quiere decir que parte de la naturaleza sedada de la ciudad periférica se debe a las nuevas formas de vivir el mundo y de entender la sociedad. Por ejemplo, una chica joven, digamos de quince años, entiende por socialización a la comunicación en tiempo real con sus amigas virtuales que probablemente viven en México, Estados Unidos o India, mientras que la cultura tradicional no admite esto como socialización, pues no existe contacto directo humano, no existe la audición de la voz directa del interlocutor (sí, me refiero a la comunicación “face-to-face” que aquella infame miss nombró). Por eso la identidad es local, porque se circunscribe a la distancia y a las posibilidades físicas. La identidad cultural necesita del intercambio directo, de valores comprensibles localmente, necesita de espacios públicos locales para armar actividades locales. Pero la cultura genérica desecha el contacto físico directa y prefiere irse de lleno por la simple comunicación de ideas, por lo cual el medio es más importante que el contacto. No importa quién te escuche o te lea, si está a tu lado o al otro lado del mundo, pues lo importante es comunicar ideas de valor más bien universal y de esa universalidad viene lo genérico. Yo mismo, al escribir este blog, refuerzo esta cultura genérica no identificada con ninguna localidad, aunque describo mi realidad local pero más a manera de ejemplificación que como forma de intercambio real de identidad. ¿Cómo es eso? Pues por ejemplo, a lo largo de este artículo he nombrado una y otra y otra vez la gaita, una expresión musical propia de la región en la que vivo, pero si este artículo llega a leerlo alguien de Argentina, por ejemplo, este igual no tendría ni idea de cómo es este ritmo, pues no lo describo, ni coloco ni colocaré un ejemplo en esta página de dicha música, simplemente transmito la idea, es decir, trasmito estrictamente lo GENÉRICO (es una expresión musical local) pero al no referir más nada, no estoy compartiendo la verdadera identidad cultural detrás de la gaita. ¿Y por qué no coloco un ejemplo, un link a youtube, por ejemplo? Porque estoy seguro de que al lector seguramente no va a importarle en sí como es la gaita, porque lo importante son las ideas que transmito, no la identidad cultural que dichas ideas describen. Así vivimos los hombres de las periferias culturales, frente a una computadora, intercambiado ideas genéricas con otros, culturalmente planos, sin identidad. Tenemos textura en la medida en que nuestras ideas son interesantes, nuestros escritos inteligentes y novedosos y nuestras palabras tienen cadencia y ritmo intelectual. Eso explica, por ejemplo, por qué en bicácoras.com, los blogs con temáticas universalistas tienen más éxito que los blogs localistas. Hace poco me topé con un blog acerca de un padre que publicaba fotos de sus hijos y aunque me pareció lindo, lo pasé por alto, porque en el fondo, no me interesa conocer la vida privada de esa gente, no me importa en donde viven ni lo que hacen y tampoco me interesan ni sus hijos ni él mismo. Ese blog tenía una gran cantidad de post durante varios años, pero noté que no tenía ni un solo comentario de ninguna persona. Ese blog, por lo tanto, está destinado a ser conocido y visto solo por sus propios participantes, para placer de ellos mismos. Es un fenómeno extraño, pues usan un recurso de comunicación global para realizar actividades estrictamente locales. Aún así, no es diferente de simplemente mostrar las fotos directamente impresas sobre papel a los vecinos y amigos, porque a los demás, nada nos importa.

Ahora bien, ¿Qué es lo positivo de todo eso? A pesar del llantén y las pataletas armadas por los conservaduristas culturales y de la identidad, la cultura genérica ha logrado mejorar las condiciones de vida de cientos de personas en todo el mundo, no sólo desde el punto de vista físico, sino desde el punto de vista social y hasta económico. Comenzando en lo más obvio, la ciudad genérica ha logrado descongestionar el centro en aquellas ciudades y países que han elaborado políticas racionales en ese sentido. La ciudad de Londres, por ejemplo, dice Koolhaas, está en un proceso de ser cada vez menos Londres, haciéndose cada vez más genérica, identificándose hoy en día como una de las ciudades con mayor crecimiento en calidad de vida gracias a las profundas transformaciones de su ambiente físico. En Londres no solo el centro es importante, como ocurre por ejemplo, en París, que es el caso contrario. En Londres, cada sector de la periferia tiene las mismas oportunidades, ya que todo es la ciudad, hasta el punto más alejado del centro. Cuando Koolhaas dice que Londres es cada vez menos Londres, indica que hoy en día, cuando se piensa en dicha ciudad, ya la gente no piensa solamente en el Big Ben y en el Ojo de Londres, sino que la ciudad se expande hacia las periferias, hacia los nuevos símbolos de modernidad, hacia los rascacielos periféricos de Londres, que la identifican. París es lo opuesto. París está en proceso de convertirse en una Hiper-París según Koolhaas. Eso significa que París se convierte hoy en día en un centro fuertemente centralista que tiraniza al resto de la ciudad, que es mucho mayor que la ciudad intramuros. Es tal ese egocentrismo urbanocentrista, que aún hoy en día muchos llaman París exclusivamente a la zona central de la ciudad, mientras que el resto tiene diversos nombres dependiendo de los Quartiers en los que se encuentran. La cuestión es que el centro literalmente chupa toda la energía de la ciudad, todo su dinero, todos recursos, dejando a las periferias muchas veces sumidas en una situación tan desesperada, que no nos deberían extrañar las recientes escenas de vandalismo sufridas en las periferias de dicha ciudad, en donde la desesperación social llega a extremos terribles en medio de una nación desarrollada.

Ya desde el punto de vista cultural, la sociedad genérica tiende a ser mucho más inclusiva que la sociedad tradicional, puesto que no exige más nada al ser humano que simplemente participar en algunos parámetros mínimos de intercambio, mientras que la tradición usualmente pide incluso sacrificios mayores a sus hombres y mujeres cautivos. Hoy en día vemos de hecho países enteros que se están levantando gracias a la aceptación de lo genérico de sus sociedades. En 1994 Koolhaas identifica a los países asiáticos como los más genéricos y hoy en día esto sigue siendo así, pero se le han agregado a la lista otras naciones occidentales, utilizando estrategias novedosas. Me refiero a Canadá y Australia, que compiten en un nuevo mercado posible solo en medio de un mundo culturalmente genérico. Es el mercado de cerebros. La técnica utilizada por estos dos países consiste básicamente en seducir con sus condiciones de vida a los mejores cerebros de los países del tercer mundo, trayéndolos a sus predios y beneficiándose aumentando su escasa población por un lado y obteniendo inteligencia por la cual no tuvieron que pagar nada. Este mercado es muy positivo en un mundo como el nuestro, pues implica la posibilidad de mejorar la calidad de vida de miles de personas literalmente presas de sus propias sociedades incompetentes y cerradas, verbigracia la latinoamericana, que contribuye anualmente con una fuerte cuota de mentes brillantes a estas dos naciones. Acá en Venezuela muchos personeros del gobierno han acusado indirectamente a dichos países y a otros que utilizan técnicas similares pero no tan abiertas de ser “ladrones” de cerebros, sin embargo, esto no es más que un intento de justificar una realidad que tiene que ver más con la propia realidad de nuestro país que con las tácticas “sucias” de otras naciones. La verdad es que el hombre genérico es un cerebro independiente de la identidad y por lo tanto tiene un poder de decisión sobre su propia vida nunca antes visto, tiene juicio sobre las cosas, porque tiene la información en sus manos. No depende del chisme ni de los rumores, porque tiene forma de llegar directamente a la fuente de las informaciones, por lo cual, el hombre de la sociedad genérica es tremendamente poderoso, lo cual aterroriza a la identidad cultural, puesto esta siempre necesita ser más poderosa que el hombre que le sirve. Siguiendo con el ejemplo de la gaita, el hombre periférico ha descubierto que existe mucha música en el mundo, que viene de Europa, de Estados Unidos, de Japón de China e India, y se ha dado cuenta llana y simplemente de que esa música extranjera le gusta más que lo que siempre escuchó. ¿Qué puede aterrorizar más a un gaitero, que como todo folklorista, no tiene más que un método estanco de producir su artesanía musical y que por lo tanto no puede competir con la estimulante variedad del resto del mundo?

Venezuela, al igual que otros países latinos, es profundamente localista, profundamente conservador y he allí el meollo de nuestra desgracia como nación. Estamos en manos de los hombres y mujeres más puritanos de nuestra sociedad, tan puritanos que han llegado incluso a revivir ideologías “ultra-endogenistas” (verbigracia la economía endógena, los Concejos Comunales, el Cooperativismo, el anti-tecnicismo tan de moda en Venezuela gracias al influjo ideológico del gobierno), haciendo cruces y cara de asco a todo lo que es globalización y cultura genérica. Unos países se dicen socialistas, como Venezuela, en manos en realidad de una clase caudillística propia de la tradición bolivariana del siglo XIX, otros se dicen Capitalistas, como Colombia, en realidad en manos de mercantilistas propios del siglo XVII. La verdad, es que todos reaccionan igual ante el mismo impulso globalizador del mundo actual, en el cual las sociedades cerradas como las nuestras muestran cada vez con mayor evidencia su error y su fracaso es más devastadoramente notorio para todos. Y he allí la fortuna de los hombres pertenecientes al mundo genérico, que somos planos culturalmente y por lo tanto, no pertenecemos a nación alguna, no somos de ningún país específico y no tenemos identidad cultural, que somos muy poderosos y que nos hemos dado cuenta de que nuestros cerebros nos pueden dar la posibilidad de moverlos con cierta libertar por el mundo hacia otros países, por qué no juzgarlos así, mucho mejores que los nuestros. Caemos igual en Australia como en Canadá como en cualquier parte del mundo abierta a nosotros. Pero el infortunio es de aquellos atrapados en su ignorancia o en su resistencia ciega, cautivos en lo que Koolhaas llama la trampa de ratones llamada identidad cultural.

jueves, 19 de agosto de 2010

MATRIMONIO HOMOSEXUAL. PARTE 4 (FINAL)

LOS HOMOSEXUALES Y LA CUESTIÓN DE LOS HIJOS


La cuestión de la adopción por parte de homosexuales es uno de esos asuntos que nuestra sociedad enfrenta de forma ambivalente, desorientada, sin saber realmente que hacer y cómo actuar. Las opiniones van y vienen al respecto, pero son pocos los que se sientan a pensar en las verdaderas implicaciones de un asunto como este.

En primera instancia, debemos reconocer que el tener hijos es una de las más apreciadas aspiraciones de los seres humanos, siendo un deseo natural para la mayoría. Los hijos representan muchas veces la culminación en cuanto a la satisfacción de la vida personal del ser humano, presentándose por igual entre hombres y mujeres. En este aspecto, nuevamente, nos encontramos ante un impulso de origen biológico que, como todas las cosas, solemos sublimar más allá de lo meramente natural y material, intentando separar esa necesidad humana de los instintos biológicos, aunque cualquier análisis objetivo desdeñe tan sublimación como superflua ya que, aún siendo de origen biológico, el deseo de tener descendencia es, de cualquier forma y por cualquier razón, legítimo.

En la naturaleza la reproducción se da de formas diversas, dependiendo de lo más conveniente según la especie. Los organismos unicelulares se suelen reproducir por simple división celular, es decir, en determinado momento tienen la capacidad de clonarse a sí mismos y dividirse en dos, siendo esta un tipo de reproducción completamente asexual. También se da algo similar en muchos organismos pluricelulares, incluso que ya podríamos considerar animales grandes, como por ejemplo las estrellas de mar, que se pueden dividir a sí mismas en dos o incluso, a partir de un accidente cualquiera. Estos animalitos tan extraños cuando pierden un miembro, no sólo tienen la capacidad de reparar ese daño (el miembro les vuelve a crecer), sino que a partir del miembro perdido comienza a crecer una copia del organismo original, un clon simplemente. Sin embargo, estos casos de reproducción asexual son más extraños.

Los biólogos han observado que para la mayor parte de las especies más complejas es la reproducción sexual la más adecuada, debido a que es mediante el constante “barajeo” de genes que las especies se van fortaleciendo con el tiempo y aumentan su capacidad de supervivencia. Sin embargo, la reproducción sexual tampoco tiene normas fijas. Muchas especies son hermafroditas, es decir, que el mismo individuo puede cumplir las funciones de hembra o macho indistintamente y usualmente suelen intercambiar roles (el individuo que en cierta oportunidad hace de receptor o hembra, la próxima vez que se reproduzca seguramente actuará como depositante o macho). En otras oportunidades, tenemos especies conformadas casi totalmente por hembras con un único macho en el grupo, pero que al desaparecer dicho macho por cualquier razón, alguna de las hembras que quedan asume su lugar y cambia completamente su fisonomía, convirtiéndose ella en el nuevo macho. En otras especies, las hormigas por ejemplo, la sexualidad ni siquiera existe. La mayor parte de esos insectos están atrofiados sexualmente, existiendo entre ellos solo algunos individuos sexuales, una hembra (la reina) y algunos pocos machos (los zánganos), mientras que todos los demás viven sin ninguna identidad sexual en absoluto. Ejemplos como estos podemos seguir enumerándolos, hasta completar toda la gama de formas de reproducción que los biólogos han encontrado.

Sin embargo, para la mayoría de nosotros estas formas de reproducción son chocantes, algunas veces incluso hirientes (como la hembra que se transforma en macho o los hermafroditas de rol intercambiable), ya que van en contra de todo lo que nosotros consideramos moralmente aceptable. Sin embargo, esas viscerales reacciones se explican si entendemos que nosotros, como ya lo vimos anteriormente, solemos juzgar conductas de acuerdo a nuestra propia experiencia como especie, y como somos una especie moral, cometemos el error de proyectar nuestro juicio incluso hacia otras formas igualmente lógicas de reproducción (después de todo la naturaleza les ha dado una oportunidad y en muchos casos ha resultado positivo para dichas especies), las cuales son como son porque el azar natural así las conformó.

La forma de reproducción humana es la más común entre la mayor parte de las especies superiores, entre todos los mamíferos y las aves fundamentalmente. Crustáceos, reptiles, peces, etc. en cambio tienen mucha variabilidad en cuanto a las modalidades reproductivas. Nosotros nos reproducimos de forma sexual (es decir, dos individuos intercambian genes), pero estamos divididos en dos grupos sexuales, machos y hembras, en donde ninguno de los dos grupos tienen capacidad de intercambiar roles a lo largo de toda su vida, es decir, el individuo no cambiará su sexo desde su nacimiento hasta su muerte. Del mismo modo, todos los individuos son sexuales, es decir, todos tienen las mismas capacidades de reproducción de forma igualitaria (salvo casos extraños de esterilidad o asexualidad, es decir, absoluto desinterés por la actividad sexual). En este caso, la hembra siempre será receptora y el macho siempre será depositante y eso es invariable. Otros aspectos que nosotros consideramos inamovibles, como el embarazo y los roles divididos en materno y paterno, en realidad no lo son tanto, por ejemplo, en algunas especies de aves la madre abandona los huevos y es el padre quien los empolla y se encarga de las crías cuando nacen. En los caballitos de mar es el macho el que queda embarazado, el que da a luz y el que se encarga de las crías, mientras es la hembra quien lo abandona luego del acto sexual. Incluso dentro de nuestra propia especie estos papeles que nosotros consideramos más o menos estancos pueden variar con frecuencia, así que vemos muchas madres que tienen muy poco o nada del llamado “instinto maternal”, mientras hay padres que pueden llegar a ser más considerados y amorosos con sus hijos que muchas mujeres.

A diferencia de los demás seres vivos, los seres humanos pareceremos tener una capacidad especial para reconocer modas (en el sentido matemático de la palabra) y establecerlas como “hechos naturales”, es decir, que reconocemos automáticamente aquellas cosas que se producen en la realidad de forma repetitiva y con mayor frecuencia que las demás y luego llegamos a la conclusión de que las cosas tienen que ser así como las vemos en dichas modas. Sin embargo, eso no es más que un grave error del racionamiento, porque desde el punto de vista matemático una moda no es más que un número que se repite con mayor frecuencia que los otros, pero no por eso los demás números dejan de existir ni se convierten en anormalidades matemáticas. Nuestra capacidad para reconocer modas de comportamiento moldea nuestras ideas y a partir de allí conformamos el que es, probablemente, uno de los mayores errores de racionamiento que casi todos nosotros solemos cometer: la formación estereotipos. Por ejemplo, nosotros “sabemos” que todos los japoneses son muy inteligentes, que todas las negras de los Estados Unidos cantan bien, que todos los chinos saben karate, que todos los africanos pasan hambre, que todos los estadounidenses con capitalistas, que todas amas de casa son buenas cocineras, que todos los gays saben del “fashion” y de peluquería y que todas las lesbianas son marimachas.

El error es más grave cuando se hace por extensión de las características de unos pocos individuos al resto del grupo simplemente por desconocimiento. Sigamos con el ejemplo de los homosexuales afeminados. El estereotipo por el que muchas personas se guían es que los gays tienen que ser afeminados. Sin embargo, tan solo pensar un poco al respecto contradice tal afirmación. Es un hecho estadístico comprobado que alrededor del 5% de la población humana masculina es homosexual, pues en todos los países en los que existe libertad sexual, ese es el porcentaje que manifiesta tal conducta (en otros países, evidentemente la cifra es mucho menor, pero tiene que ver esto más con cuestiones sociales.). Sabiendo esto de antemano, debemos remitirnos a la vida diaria de cualquiera de nosotros: todos los días vamos a tiendas, al supermercado, nos montamos en un bus, caminamos por la calle, etc. Supongamos que en un día, cualquiera de nosotros ve un promedio de doscientos hombres desconocidos en la calle. Por cuestiones estadísticas, de esos doscientos hombres, necesariamente el 5% tienen que ser homosexuales, es decir, alrededor de diez. En el caso de las mujeres veríamos algo similar. Si vimos accidentalmente en el día a doscientos hombres, resulta que deberíamos ver un número similar de mujeres o quizá un poco menos (Venezuela es uno de los pocos países del mundo en los que la población masculina es superior a la femenina, aunque es por unos pocos cientos de miles de diferencia). Resulta que estadísticamente, el 3% de ellas debería ser homosexual, es decir, alrededor de unas seis de ellas debía ser lesbiana. Sin embargo, lo normal es que puede haber pasado todo el día y virtualmente no haber reconocido ni siquiera a uno solo de esos potenciales 16 homosexuales. El día que lleguemos a nuestra casa habiendo reconocido en la calle a diez gays y seis lesbianas, pegaríamos el grito al cielo diciendo que el mundo está perdido (digo, eso diría un heterosexual tradicional).

El estereotipo del gay afeminado y la lesbiana marimacha proviene simplemente de un error de percepción, pues los únicos gays y lesbianas que son reconocibles a simple vista como tales son estos. Nuestra mente preparada para reconocer modas, automáticamente asume que si esos son los únicos que yo puedo reconocer ha de ser porque esos y solo esos son los que existen y por lo tanto, llego a la máxima de que TODOS los gays son afeminados y TODAS las lesbianas son hombrunas. Es por eso que mucha gente actúa con sorpresa cuando se entera de que “Fulanito de Tal” es homosexual, diciendo: “¡No puede ser! Pero si él es un “Macho vernáculo” de verdad”.

Hace un tiempo recuerdo que en NatGeo transmitieron un programa llamado (creo que así era, no estoy seguro) Sexo Salvaje, en el que exploraban las costumbres sexuales de distintas especies animales. Uno de los programas de la serie trataba sobre las “inmoralidades” animales. Aquel programa fue una orgía casi pornográfica de actividades sexualmente chocantes a la norma: homosexualidad, incesto, sexo caníbal, sexo grupal, violaciones, sexo entre distintas especies, pederastia, prostitución, frotismo y hasta necrofilia. Recuerdo que cuando mi hermana vio ese programa quedó completamente horrorizada, diciendo que no sabía que en la naturaleza se presentaban tandas “anormalidades” juntas, que aquello era un horror y una total “inmoralidad”. Luego comenzó a reír y dijo: bueno, es que son animales, se guían es por instinto. La reacción de mi hermana se debe a que ella está acostumbrada a vivir en un mundo donde las modas de las conductas sexuales son las que ella ya conoce de antemano y que todos ustedes ya saben cuáles son: sexo heterosexual, dentro de un matrimonio, con fines reproductivos y de compenetración afectiva de la pareja y sin violencia física o psicológica. Sin embargo, algunas de las costumbres sexuales alternas son frecuentes y estadísticamente varias de ellas parecen ser constantes, como el porcentaje de homosexuales en las sociedades, siempre cercano al 5%. Los seres humanos, pues, pensamos de acuerdo a lo que vemos y no necesariamente a lo que sabemos, por lo tanto, las costumbres invisibles las solemos encajonar dentro del compartimiento de “inmorales”, aún cuando dichas costumbres puedan ser consideradas tan naturales y normales como las más frecuentes si pensamos de forma racional.

En el caso particular de la homosexualidad, se ha discutido mucho sobre su origen y sobre su “naturalidad”. La discusión parece haber sido ya resuelta por los biólogos, quienes han documentado conductas homosexuales en individuos de diversas especies. Mucho se ha discutido sobre si se trata de una anormalidad biológica o si presenta en cambio alguna ventaja evolutiva. Algunos biólogos han propuesto que se trata de una ventaja evolutiva que tiene que ver, sobre todo, con la crianza de las crías. La conducta homosexual documentada entre los cisnes negros (una especie monógama), por ejemplo, ha sido fundamentalmente entre machos, llegando a una proporción exorbitante de hasta una cuarta parte de las parejas (un 25%). Es evidente que estos dos machos jamás podrán tener crías por su propia cuenta, por lo que con frecuencia recurren a una hembra. El macho dominante se aparea con la hembra y los tres establecen una relación de cuidado mutuo mientras ella pone un único huevo. Una vez que la hembra pone el huevo, el macho dominante la ataca violentamente y la expulsa del grupo mientras que el otro (que asume la postura de la nueva hembra) lo empolla. Otra de las técnicas frecuentes observadas en la especie es la de apoyarse en su superioridad física (dos machos son más fuertes que una hembra y un macho) y robar un huevo de una pareja heterosexual. De esta forma, ambos machos cuidarán del polluelo al nacer. Sin embargo, a pesar de que instintivamente nosotros pensemos que dicho polluelo necesita a su madre, los observadores de la naturaleza han descubierto que las posibilidades de sobrevivencia de esta cría es muchísimo mayor a la de sus congéneres, que nacen todos más o menos en la misma temporada, como es frecuente en la naturaleza. La razón de esta ventaja es que, si bien uno de los machos puede llegar a asumir una postura “afeminada”, al final de cuentas son dos machos los que cuidan al polluelo. Los machos son más grandes y fuertes que las hembras, vuelan con mayor velocidad y por lo tanto ambos machos pueden alimentar mejor a sus crías, pueden defenderlas mejor de la competencia y de los depredadores que si uno de los miembros de la pareja fuera una hembra, que usualmente huye de las peleas para no salir lastimada. Se han visto casos en los que los dos machos incluso atacan a las parejas vecinas, conformados por un macho y por una hembra normalmente, para robarle los recursos que tengan y dárselos a su polluelo. El resultado es que casi todos los polluelos de esta clase de uniones en esta especie de aves sobreviven, mientras que en los otros casos dicha supervivencia está más comprometida.

En el caso del delfín mular o pico de botella (delfín común), por ejemplo, se han observado grupos constituidos por dos machos o más (esta especie suele vivir en grupos de hasta quince) que virtualmente asedian a las hembras durante su celo y luego se reproducen con ellas, sin embargo, una vez que la hembra queda preñada, regresan a su grupo original conformado solo por machos, en el cual ellos suelen tener encuentros sexuales entre ellos mismos. En esta especie, los observadores han determinado que estos lazos se forman desde muy temprana edad. Las crías de machos que nacen dentro del mismo grupo comparten toda su infancia juntos. Los machos suelen separarse de sus madres, mientras que las hembras se quedan con ellas, conformando por eso grupos separados según el sexo. Algunos machos abandonan el grupo de forma individual, uniéndose a manadas de machos en donde los encuentros homosexuales son inexistentes o menos frecuentes, pero en muchos casos el vínculo afectivo entre ellos es tan fuerte que se separan del grupo materno juntos y se mantienen así por el resto de sus vidas. En estos grupos los encuentros afectivos y sexuales frecuentes entre los machos es lo normal. Esto trae una gran ventaja, en vista de que el grupo entero suele ser sumamente eficaz a la hora de cazar y los individuos que lo conforman se protegen entre sí con mayor ahínco. Las proporciones de homosexualidad en esta especie también son elevadas.

Ahora bien, a pesar de estas observaciones en algunas especies, en otros casos no parece haber ninguna ventaja comparativa en el caso de que los padres sean homosexuales. Muchos biólogos sospechan que en muchos casos la homosexualidad es sólo un fenómeno biológico menos frecuente que el heterosexual y que no tiene que representar en absoluto una ventaja evolutiva de ninguna forma. Sin embargo, ningún científico respetable diría que se trata de una anormalidad, en vista de que es un fenómeno extendido, regular y constante entre una gran variedad de especies.

Los homosexuales, al igual que los heterosexuales, tienen un fuerte instinto de protección y deseo de dejar descendencia, por lo cual el asunto de tener hijos dentro de la relación afectiva conformada se convierte en un tema primordial. Si estuviéramos dentro de la naturaleza, actuando de acuerdo a nuestros instintos fundamentales, quien sabe qué clase de actividades realizaríamos. Tal vez serían frecuentes los robos de niños por parte de parejas homosexuales (como hacen los cisnes negros), o la utilización de un sujeto del sexo opuesto para tener descendencia, al que se termina excluyéndose de la crianza.

Sin embargo, en nuestro contexto moral y social, las cosas se complican. Como los humanos somos seres cuyas actitudes se rigen de acuerdo a ideas preestablecidas, modas observadas y estereotipos, las cuales muy pocas veces podemos cambiar con facilidad, resulta un asunto sumamente polémico el que se establezca la posibilidad de que dos personas del mismo sexo, estando en pareja, se encarguen de la crianza de un niño. Esta actitud contraria a tal hecho se fundamenta más en temores que en conductas racionales.

Se argumenta con frecuencia que el niño que crezca en una familia en la cual la pareja es homosexual seguramente desarrollará algún tipo de trauma psicológico o terminará siendo una persona de valores morales debilitados, en vista de que el seno familiar del que proviene es de por sí inmoral. El sustrato de tal aseveración está en el hecho de que, incluso en aquellas personas que se muestran muy abiertas de mente, se considera a la homosexualidad una opción de vida inmoral de por sí. El origen de tal inmoralidad puede estar en los valores sociales predominantes, considerando que un niño crecido en esta familia será una suerte de paria social, un engendro que va a terminar agrediendo a la sociedad en sí con actitudes seguramente contracorrientes y violentas aprendidas en su hogar. Y es que a los homosexuales se les asignan tales características de forma automática. En la mente de muchos, la vida sexual de los homosexuales está caracterizada por un desenfreno absoluto, en la cual no hay límites para toda clase de actividades sexuales anormales, llenas de violencia, de suciedad, en la que participan fluidos corporales extraños al acto sexual natural. La promiscuidad también se hace presente, las orgías desesperadas entre hombres o mujeres con una muy grave necesidad psicológica de satisfacerse sexualmente, de tal forma que los compañeros inestables o momentáneos serán parte de la vida del niño, quien aprenderá que el sexo es un asunto de desenfreno y pasión sin control. Incluso, el niño será también partícipe de tales actividades inmorales desde edad muy temprana, porque en todo homosexual, hombre o mujer, existe un potencial pederasta, un violador o un corruptor de menores.

Es tan sólida esa imagen, que incluso en personas que se muestran inicialmente a favor de regularizar la situación legal de las parejas homosexuales, al final, cuando tratan el tema de la adopción, cambian a un discurso extrañamente contradictorio. En el fondo creo que es porque, si bien necesitan proyectar un discurso racional a favor de lo que se acepta como lógico en un principio, no pueden, sin embargo, dejar de sentir cierta aprensión hacia la mítica conducta inmoral puertas adentro de los homosexuales a la hora de tocar un tema tan profundamente instintivo como lo es la crianza de un bebé.

El homosexual es un transgresor de por sí, alguien que se atreve a realizar actividades de tipo sexual contrarias a la norma social, lo cual no es justificable jamás del todo, incluso si se tiene algún conocimiento sobre su origen biológico o psicológico, pero en todo caso involuntario de la homosexualidad. Si aceptamos que el origen del comportamiento homosexual está en alguna condicionante biológica (genética u hormonal, como se ha propuesto) o de alguna constitución psicológica particular, también es cierto que el ser humano no se rige enteramente por los instintos. La principal acusación contra nosotros, por tanto, proviene de nuestra supuesta débil naturaleza humana, en vista de que no hemos luchado contra nuestro indefendible defecto de la conducta. Ante los ojos de la mayoría de los heterosexuales, la orientación sexual es una elección personal, lo cual resulta una afirmación muy extraña, pues ni siquiera ellos pueden recordar el momento o la etapa en la cual ellos realizaron tal elección de vida. Los homosexuales podemos cambiar nuestra conducta si queremos, porque “todo el mundo sabe que la homosexualidad se puede curar”, pero ninguno de ellos ha realizado el experimento previamente para comprobar si ellos mismos son capaces de intercambiar tan fácilmente su orientación sexual. De todas formas, ¿Cuál es el temor al respecto? Si la orientación sexual puede cambiarse tan fácilmente, les será posible posteriormente volver a ser heterosexuales y así habrán demostrado de forma definitiva que los homosexuales simplemente somos unos débiles de personalidad y faltos de voluntad que preferimos estar hundidos en nuestro vicio, porque este un nicho en el cual ya hemos logrado encontrar cierta comodidad.

La incomprensión hacia la conducta homosexual pasa primeramente por una serie de valores que impiden al heterosexual analizarse a sí mismos. ¿Si yo jamás pasé por esa etapa de elección de mi orientación sexual, qué me hace suponer que los homosexuales sí pasan por ella? ¿Si yo nunca he intentado cambiar mi orientación sexual y no conozco a nadie que lo haya hecho, cómo estoy tan seguro de que es posible y que los homosexuales deberían intentarlo? Los heterosexuales no se ven obligados a comprobar esas premisas, simplemente porque todo con ellos está bien, ellos son heterosexuales, son normales, por lo tanto no deben intentar cambiar nada. Es el mismo racionamiento que justifica hoy en día que las mujeres sean automáticamente mejores que los hombres para quedarse con los hijos luego de un divorcio y del que hablé anteriormente. Es una forma de discriminación positiva, a favor de los heterosexuales, basado en una serie de premisas fundamentalmente estereotípicas.

Sin embargo, tales premisas privan entre grandes porciones de la población respecto a la capacidad de los homosexuales para criar niños. Supongamos que llegamos a aceptar por lo menos que los homosexuales no son tan depravados como lo indica el estereotipo, que no cometen las susodichas orgías y que no son tan promiscuos y que tienen la capacidad de establecer una relación monógama y estable con otra persona de su mismo sexo. Pero dentro de la mente de muchos aún queda esa acusación final referente a la personalidad débil del homosexual, que le enseñará al niño a sucumbir a sus instintos más bajos sin luchar contra ellos, intentando cambiar su conducta, no a favor de lo que él considere mejor para sí mismo, sino a favor de las normas sociales, que se sobreentiende son siempre lo mejor. Y digo esto por experiencia propia, puesto que hasta mi propia madre, en el peor de sus momentos, me llegó a recriminar dicha debilidad y me dijo que si bien mi orientación sexual a lo mejor no cambiaba, mi conducta sí la podía cambiar, es decir, que igual podía ser homosexual, pero me podía casar con una mujer, podía tener hijos con ella y si quería, de vez en cuando, para “descargarme”, podía tener una aventura con un hombre. Me dijo que incluso había mujeres que estaban dispuestas a aceptar esa clase de cosas, entiéndase, mujeres tan desesperadas que estaban dispuestas a aceptar un hombre homosexual como esposo, que de vez en cuando tendría aventuras con otro hombre. Me imagino que se refería a mujeres feas ya al final de su edad reproductiva, desesperadas por tener un hijo con quien sea. Para ellas no hay nada que perder y lo que sea es bueno.

Esto no hace más que revelar una ambivalencia moral que no puede calificarse sino como hipócrita en nuestra sociedad. Las conductas valen más que los sentimientos y los deseos de la gente y, en efecto, se valora más a las personas por lo que parecen ser que por lo que realmente son. Estamos dispuestos a tolerar los “defectos” de los otros si por lo menos en las formas más evidentes no nos ofenden con sus comportamientos extravagantes y divergentes con la norma y los mantienen ocultos a la mirada social. Hablamos de la institucionalización social del llamado armario o closet, ese mobiliario que simboliza perfectamente la vida secreta de un homosexual. El closet esconde todo el desorden, los montones de cosas inútiles que guardamos, toda la ropa sucia, los zapatos sin lustrar y demás cosas feas que no queremos sean vistas, mientras que la habitación se muestra ordenada, prístina y preparada para recibir cualquier visita.

Dicha ambivalencia moral nos lleva incluso a aceptar sentencias o ideas provenientes de quienes ni siquiera merecerían nuestra consideración más racional. Por dicha ambivalencia, aceptamos sin mucho chistar algunas veces las cosas absurdas que aparecen en la Biblia y las repetimos sin son ni ton, como que el mundo fue creado en siete días, cuando aquello no tiene ningún asidero lógico. También aceptamos, por ejemplo, que Jesús revivió de entre los muertos así como si nada, en vez de pensar que eso es algo que pudo haber sido inventado por alguien. Después de todo, eso pertenece a un cuento de hace dos mil años, escrito por gente crédula y sobre todo, inmersa en luchas políticas muy propias de su tiempo. La ambivalencia se presenta con mayor contradicción en el momento en el cual, luego de estar en la misa, me voy al consultorio del doctor para que me cure de mi enfermedad, después de haber ido a orar por mi salud. Al momento de curarme, sin duda alguna, habrá sido porque Dios intervino por mí y fue Él quien puso la sabiduría en médico para que me guiara en tal curación, como si los siete años de estudio del científico de la salud fueran una obra milagrosa de Dios.

También en el campo de las ideas políticas expresamos tal ambivalencia. Es muy conocida la respuesta que una vez Gandhi dio a un periodista occidental cuando este le preguntó: “¿Qué opina usted de la cultura occidental?”, a lo que él le respondió: “¿Cultura occidental? Sería una buena idea”. Millones de occidentales andamos por la vida contando esta anécdota como una sentencia de vida proveniente de un ser muy elevado espiritualmente, perteneciente a una cultura superior. Y lo peor es que no me quiero imaginar a una mujer defendiendo semejante personaje, pero las hay y son hasta feministas. No debemos olvidar que el susodicho personaje no es solo representante, sino un símbolo mismo de una cultura en la cual la cosificación de la mujer llega hasta tal extremo que cuando el marido muere, muchas veces a la esposa se le lanza a la pira crematoria de su marido ¡viva!, ya que es su obligación como mujer cruzar hasta el otro mundo con su esposo para seguir sirviéndolo como es lógico y justo. Pensamos en la colonial perfidia británica, en vez de reconocer que afortunadamente para muchas mujeres indias de hoy, el influjo cultural que Inglaterra llevó hasta ellos ha ayudado a reducir tal costumbre salvaje y primitiva. Aún así, consideramos a Gandhi un símbolo de los Derechos Humanos en el mundo enfrentado a esa perversa potencia extranjera llamada Gran Bretaña.

La ambivalencia, en última instancia, nos hace aceptar a un homosexual como buen padre o madre si este se somete a una vida cáustica dentro de un matrimonio tradicional. Todo el mundo puede saber que el susodicho o susodicha es homosexual, sin embargo, nada haría nadie por salvar a ese niño de semejante inmoralidad de ser criado por ese ser. Pero si se atreve a vivir de acuerdo a sus propios parámetros, de acuerdo a sus propios deseos, estableciendo una relación con una persona de su mismo sexo, la situación cambia completamente, porque semejante rebeldía no puede considerarse otra cosa sino una afrenta contra la sociedad. Es así que el negar la adopción de un niño por parte de una pareja homosexual se convierte tanto en una venganza como un castigo, en tanto niega completamente a la pareja la posibilidad de cumplir con su añorado sueño de criar un hijo.

La argumentación ambivalente llega hasta niveles de refinación tan extrema, que incluso reconocen algunos que la crianza de niños por parte de parejas homosexuales no causará directamente ningún problema al niño en cuestión, sin embargo, aún así no se debería otorgar en adopción a dicha pareja, en cuanto que este niño seguramente sufrirá de discriminación por parte de la sociedad en general por formar parte de una familia no convencional. Se argumenta que sufrirá discriminación por parte de sus compañeros del colegio, seguramente guiados por sus padres, sufrirán del rechazo de las maestras, quienes los excluirán y lo mantendrán en un estado perenne de sometimiento; sus vecinos los rechazarán como productos de una crianza inmoral e incluso constantes burlas tendrá que soportar de conocidos y hasta en el campo laboral. Sin embargo, este argumento justifica una discriminación para evitar otra discriminación y al final lo que se hace es penalizar a las parejas homosexuales por un problema que en realidad está en la sociedad y no en ellos mismos.

Ahora bien, el asunto adquiere dimensiones más problemática en el caso de homosexuales que tienen hijos biológicos o que intentan tenerlos por medios asistidos. Diversos grupos de opinión han sugerido que, ni siquiera en estos casos, debe permitirse a los homosexuales participar en la crianza de los niños. También se ha planteado la total prohibición para que los homosexuales puedan utilizar medios asistidos para tener hijos biológicos, como por ejemplo, vientres en alquiler o inseminación. Aunque, evidentemente, no están planteados semejantes extremos para ser llevados a la ley, por lo menos dichos grupos influyen en la opinión pública con bastante fuerza.

El rechazo, sin embargo, es exacerbado en muchos oportunidades por la propia comunidad homosexual, sobre todo cuando nos enfrascamos tan profundamente en la adopción. No parecemos comprender que el problema de la adopción en Venezuela y en cualquier parte del mundo, no es si se otorga o no a los homosexuales, sino si al final esta será útil para algo. En Venezuela el camino legal que permite la adopción de un niño no es solo complejo y largo, sino también económicamente oneroso y extenuante desde el punto de vista emocional. La realidad, es que no todas las parejas soportarían tal presión, ya que no todos estamos en condiciones de ser considerados para adoptar. Si los homosexuales entramos en el las lista de espera para adoptar niños y si se logra que no exista ninguna discriminación en contra nuestra en tal caso, tendríamos que entender que vamos a competir en una especie de mercado meritocrático, en el cual no todos vamos a poder obtener lo que buscamos. A las parejas heterosexuales que pretenden adoptar en Venezuela (normalmente por causa de la esterilidad de alguno de sus miembros) se les exigen muchas cosas, son investigadas sus vidas, escudriñadas hasta el extremo. Son evaluadas económica, psicológica y socialmente y al final resulta que la gran mayoría de estas parejas quedarán fuera de dicho mercado. Aquellas que puedan competir, tendrán que esperar luego largos años para finalmente tener un niño a su cuidado. A veces las madres de los niños a ser entregados tendrán derecho a evaluar a las parejas candidatas, con lo cual se entra en una segunda etapa de competencia, que provocará que aquellos menos atractivos quedarán siempre de últimos. Yo me temo que las parejas homosexuales tardarían de hecho mucho más tiempo que las parejas heterosexuales en obtener un niño finalmente.

Creo que se debería otorgar el derecho a la adopción de niños a las parejas homosexuales si se les da el derecho al matrimonio, pues es una contradicción actuar en sentido contrario. Un matrimonio civil debe otorgar los mismos derechos a todas las uniones por igual, pues de otra forma tendríamos por un lado “Matrimonios Civiles Normales” y por el otro “Matrimonios Civiles Sexodiversos” (ya me imagino el fulano término discriminatorio ese en todas las leyes antidiscriminatorias del país), en donde los segundos podrían considerarse matrimonios fallidos, pantomimas de matrimonios o cuasimatrimonios.

Sin embargo, no me parece necesario que los homosexuales deban entrar en la competencia para obtener hijos en el “mercado de las adopciones”. Y es que hay algo que debemos tomar en cuenta y que usualmente no hacemos. La gran mayoría de las parejas heterosexuales que deciden pasar por el horror de iniciar un proceso de adopción lo hacen generalmente por una imposibilidad efectiva y real de tener hijos, generalmente por esterilidad de alguno de sus miembros. Los homosexuales, en efecto, no podrán tener hijos dentro de su relación afectiva, sin embargo, no tienen, mayor parte de las veces, impedimento alguno real para tener hijos biológicos por terceras vías. A mí en lo personal, no me gustaría tener que esperar durante largos años, tal vez cuatro, tal vez cinco, tal vez diez, para poder tener un hijo, cuando yo tengo todas las posibilidades de tenerlo por medios biológicos. Si las parejas heterosexuales tuvieran dicha posibilidad, seguramente lo harían en vez recurrir a una adopción. Y de hecho, lo hacen. Recurren a todos los métodos científicos posibles: tratamientos de fertilidad en primera instancia, a vientres alquilados, a inseminación artificial. Muchas parejas estériles, incluso, prefieren permitir a sus esposos o esposas fértiles tener hijos fuera del matrimonio y permitirles a ellos participar en la crianza del niño (con todos los posibles problemas maritales que esto puede traer). Es que vamos, hasta recurrir al mercado negro de menores, a madres en desesperada situación económica dispuestas a entregar a sus hijos por dinero, por más que esto sea ilegal, es menos traumático que recurrir a los métodos legales de adopción. Sólo las parejas estériles, que no toleran la infidelidad entre ellos, con fuertes restricciones ideológicas anticientíficas o que no cuentan con recursos económicos para recurrir a métodos más sofisticados o al mercado negro de niños, son las que al final se resignan a participar en esa dura competencia que es adoptar un niño por medios legales en Venezuela.

Muchos de nosotros parecemos estar desconectados de la realidad, pues estamos viendo la adopción como nuestro único recursos a la hora de tener un hijo, cuando en realidad debería ser, de hecho, el último de todos. Yo soy homosexual, no estéril. Tengo pene, testículos y produzco espermatozoides. Las lesbianas tendrán también sus vaginas, úteros, ovarios y trompas de Falopio. Nada les impide quedar embarazadas. Creo que muchos estamos viendo el problema de la adopción pensando aún en términos de cierto romanticismo, en el cual ambos miembros de la pareja se son completamente fieles, mientras les cae del cielo un hijo otorgado por el Estado. Es casi seguro que cuando los homosexuales veamos el camino que realmente hay que recorrer para obtener un hijo por adopción, la mayor parte simplemente va a desistir de ese método y optar por otros caminos más expeditos.

Ahora bien, y más allá de estas consideraciones, queda el problema de la discriminación social ya no contra los homosexuales y las parejas homosexuales, sino contra los niños que crecen en un seno familiar de este tipo. En este punto, nos encontraremos con el verdadero rostro disociado y enfermizo de nuestras normas sociales y por ende, de nuestra sociedad en sí. Nuestros hijos tendrán que soportar toda clase de discriminaciones por decisiones que ellos no tomaron y por cuestiones que ellos no pueden entender en muchas oportunidades. En su contra se enfilarán las armas afiladas de las religiones y los políticos retrógrados, los conservadores de derecha, apoyados en la tripleta “tradición, familia y progreso”, los socialistoides de izquierda, que se califican a sí mismos desde la propia Asamblea Nacional como la vanguardia progresista del país, cuando en realidad han trabajado para afianzar cada vez con mayor ahínco los viejos vicios de nuestra sociedad, y hasta sus viejos tabúes sexuales, porque ellos más que nadie en este país defienden la moral más puritanista que pueda existir.

Ellos, nuestros hijos, serán calificados de traumados, de engendros, de inmorales y rapaces. Los padres de sus novios o novias nos tendrán miedo a nosotros, sus consuegros (porque sí, es 95% probable que ese hijo criado por homosexuales al final termine siendo heterosexual, es cuestión biológica estadísticamente comprobable), porque ellos nos verán como degenerados a nosotros. ¿Qué no pensarán del pretendiente de su hija o de la chica seleccionada por su hijo? (Se dan cuenta de cuan estereotípica suena esa última interrogante). Creo que más importante que ver por medio de qué método vamos a obtener un hijo, es que sepamos como lo vamos a educar para que sepa enfrentar la discriminación que va a sufrir sin ninguna duda y como lo vamos a proteger en los momentos que tenga de debilidad e inmadurez.

Mis pensamientos finales se dirigen a pedir un poco más de espíritu crítico entre todos nosotros, ciudadanos de Venezuela, hetero y homosexuales. Todas las discusiones que se despliegan sobre este tema se exponen entre nosotros las más de las veces como una guerra de consignas absurdas o como una exposición de la visión personal basada en valores morales que no vienen al caso, como el religioso que expone media Biblia cuando lo que se está discutiendo es un asunto civil, no religioso; como el conservador que indica que la tradición niega el matrimonio homosexual cuando la tradición ha sido cuestionada y superada en cada aspecto de nuestra vida; como el “naturalista” que indica que este asunto es una anormalidad biológica y que la naturaleza nos hizo hombre y mujeres y qué se yo, cuando esta iletrada persona no se ha dignado ni siquiera a abrir la wikipedia para enterarse de lo más mínimo que la ciencia ha descubierto recientemente sobre la homosexualidad; como el compasivo proinfancia, que indica que no somos seres aptos para tener hijos porque los vamos a degenerar o a exponer al escarnio público, cuando ellos mismos son parte de ese escarnio en contra de los homosexuales y cuando los homosexuales hemos tenido, estamos y seguiremos teniendo hijos por cualquier vía y que legalmente estamos fuera de toda regulación; como los moralistas y machistas, quienes nos piden no que dejemos de ser homosexuales, sino que no actuemos como tales ni que los ofendamos haciendo visibles nuestra vida y forma de ver las cosas, cuando ellos mismos no estás dispuestos a cambiar muchas de sus actitudes y formas de hacer las cosas siendo tales acciones las más de las veces verdaderos vicios sociales que sí afectan a los demás en forma de misoginia, autoritarismo y agresión.

No sé si realmente esto sea posible, porque debo reconocer que en Venezuela este tema no es el único que cae en semejante desgracia intelectual. Es que hasta los asuntos más fundamentales de la vida pública, como la inseguridad personal, jurídica y hasta alimentaria, se han reducido en estos últimos tiempos a un circo sin sentido, en donde todos los actores parecen ser payasos y donde los espectadores, es decir, todos los venezolanos, no nos ponemos de acuerdo en decidir ni siquiera si el espectáculo es bueno o malo.

Desconfío de las formas actuales en nuestro país y me temo que este tema, tan “in” en este momento, devenga en una guerra ideológica más que lógica y que un día el presidente se levante con la convicción de que el matrimonio homosexual debe ser aprobado y resulte que una ley cualquiera aparezca de repente en los escritorios de nuestros deprimentes diputados en medio de un acto de magia que ni el propio Merlín o Mandrake dejarían de admirar y nuestras uniones sean legalizadas todo sin reforma ni enmienda constitucional alguna, sin modificaciones del código civil, sin pasar por el lógico proceso jurídico y de discusión y educación social necesario. Lo que más me temo es que después en Venezuela, luego de la borrachera que pasemos la comunidad homosexual celebrando nuestros nuevos matrimonios, nos veamos envueltos en el mismo problema de California, que así como un día legalizan los matrimonio homosexuales, al siguiente los ilegalizan de nuevo por vía refrendaria, para esperar que luego un juez invalide tal referéndum y los matrimonios se vuelvan a legalizar, pero seguramente continuando el cuento hasta que no llegue a la Suprema Corte y allí se tome la decisión final.

Por último, entendamos que nuestra sociedad necesita más que matrimonios homosexuales y más que darnos el derecho de adopción. Necesita educación. Nuestro problema más importante es la discriminación y la negación a dejarnos casar no es más que una manifestación de esa discriminación y como todos sabemos, toda discriminación surge de la ignorancia y la manipulación de los grupos de poder. Por tanto, el matrimonio homosexual o igualitario, como lo quieran llamar, o el derecho a la adopción, no es en sí el fin último de nuestra lucha, porque la discriminación no se acabará allí. Igual solteros que casados, no podemos caminar libremente por la calle sin que nos miren “raro” si estamos en pareja, sin que burlas mordaces y vedadas aparezcan de vez en cuando entre nuestros propios familiares y sin que chistecitos de mal gusto y de baja calaña nos ridiculicen en la televisión igual pública que privada. Educar. En este tema, como para todo en nuestro desgraciado y desafortunado país, la solución verdadera y final, es pasar por el largo y extenuante (pero sostenible) proceso de educar.

MATRIMONIO HOMOSEXUAL. PARTE 3

LA PALABRA MATRIMONIO: MÁS QUE UN PROBLEMA SEMÁNTICO.


La propia palabra matrimonio tiene sus implicaciones, claro, que este problema se da en unos idiomas y en otros no. En el español resulta que matrimonio proviene de las palabras latinas mater-matri (de la madre) y monium (dominio o cargo), con lo cual, literalmente, matrimonio significa “El dominio o cargo de la madre”. Está contrapuesta con la palabra Patrimonio, que proviene de pater-patri (del padre) y monium (dominio) y significa “El dominio del padre”. Allí mismo tiempo, vemos una diferenciación de roles de la mujer y el hombre institucionalizada en el propio lenguaje. El patrimonio es el dominio del hombre, del padre, del proveedor. El trabajo, las riquezas, el poder y el dinero son asuntos masculinos, concernientes al padre. El matrimonio es el dominio de la mujer, de la madre. Ella se debe encargar de los asuntos del hogar, de la relación de la pareja, de la casa, restringida a un estado secundario y sin poder. Nuestro propio idioma nos habla claramente sobre el significado de las cosas, pero muchas veces no lo sabemos escuchar, conocemos el significado supuesto de las palabras matrimonio y patrimonio y aunque se parecen mucho entre sí, nunca nos preguntamos qué significan en el fondo.

Sin embargo, eso no es más que una anécdota respecto a lo que realmente quiero exponer en este punto, después de todo, esta explicación se puede aplicar a las lenguas latinas, pero en otros idiomas no tiene por qué ser así. Lo realmente importante es que en muchas oportunidades se ha considerado que la cuestión del matrimonio y la discusión sobre la homosexualidad se reducen a un problema semántico. Es posible encontrar la lógica de esta afirmación. Se puede decir simplemente que el problema radica en la palabra matrimonio de por sí, en vista de que esta implica una serie de consideraciones institucionales arraigadas profundamente en la forma en la cual solemos ver a esta institución civil. El matrimonio, como palabra, evoca una serie de imágenes socialmente aceptadas, que a la vez implica una serie de nuevos derechos y deberes adquiridos por los contratantes. Sin embargo, el problema semántico de la palabra matrimonio radica en su propio significado original y centenario.

Modificar el matrimonio civil, haciéndolo sustancialmente distinto al matrimonio eclesiástico, implica que las ideas estancas y dogmáticas que tenemos sobre el concepto de matrimonio en sí mismo deberían cambiar y, por supuesto, eso es algo complejo e hiriente para algunas personas, especialmente aquellos cuyos valores morales están fuertemente influenciados por la tradición y la religión. Sin embargo, más allá de eso, también deberíamos analizar si el matrimonio como concepto es realmente modificable y, de paso, deberíamos tratar de entender cuales son las extrañas implicaciones que tiene para cualquier persona, no el hecho simple de contraer matrimonio, sino de entrar en una sociedad conyugal en una sociedad retrasada y machista como la nuestra.

En primera instancia, creo que el matrimonio hoy en día está sufriendo de por sí una fuerte transformación por el hecho simple de que la sociedad de hoy en día está revolucionando de forma tan definitiva los parámetros y estándares de vida, que es muy improbable de hecho que el sistema matrimonial se mantenga tal cual como es hoy sin cambiar en algo. Incluso, las propias familias heterosexuales han cambiado radicalmente su propia visión del matrimonio y lo increíblemente repulsivo que este se ha vuelto entre muchos de nuestros ciudadanos tiene que ver con el hecho de que esta institución de por sí no se transforma de forma natural.

¿Y a qué se debe eso? Podríamos preguntarle a Galileo. Recientemente El Vaticano pidió perdón ante el mundo entero por su persecución a la ciencia durante los siglos previos a la Ilustración (que continuó en muchos otros países no ilustrados aún en este tiempo) y un caso particularmente simbólico es el de Galileo. La iglesia aceptó que la Tierra se mueve, que los planetas se mueven todos alrededor del sol y que el sol se mueve alrededor del centro de la galaxia y que la galaxia se mueve al ritmo de la expansión universal, producto de la Gran Explosión que dio origen a todo. Galileo es el hereje más famoso de todos los tiempos, un ser tan despreciable y definitivamente tan perverso que mereció la pena máxima de la iglesia, el repudio del Papa. Encerrado por el resto de su vida (perdonada en el último momento por un muy compasivo clero al escucharlo diciendo finalmente lo que ellos tanto querían. Vamos, entendamos a Galileo, después de todo, como ya hemos visto, el instinto de supervivencia está en los genes), Galileo veía a través de su ventana los años pasar y al clero, a pesar de lo racional y absolutamente correcta de su teoría, inmoble en su postura geocentrista. La ciencia crecía, el conocimiento durante el Renacimiento todo lo comenzaba a explicar en la que fue la primera gran era de oro para la ciencia, el arte y el conocimiento humano en occidente luego de los oscuros años medievales. Incluso la revolución luterana estuvo a punto de derribar completamente la estructura de la iglesia, luego de demostrar su atraso, corrupción y espíritu manipulador de la sociedad y los Estados. La Ilustración vino y se fue, la ciencia avanzó rápidamente, la tecnología se hizo de todas las cosas luego de la Revolución Industrial y el Siglo XX vino al mundo, revelando en esos cien años más conocimiento que en toda la historia de la humanidad. Incluso ese digno Siglo de las Luces que fue el Siglo XX (a pesar de que muchos se enfrasquen en destacar sus guerras y horrores) también pasó para la iglesia y llegó el nuestro presente y recién estrenado siglo XXI. Y allí, justo allí, unos quinientos años después, la iglesia reconoce su error en una escueta disculpa, breve y sumamente impersonal. ¿Tiene validez esa disculpa en este momento? En lo personal lo creo una estupidez de la iglesia, que no tienen ninguna validez en absoluto. ¿Disculparse con quien? ¿Con los científicos? Bueno, la verdad nuestros científicos de hoy en día muy poco se ven afectados por las opiniones actuales de la iglesia, pues finalmente gracias al avance de la sociedad lograron zafarse por su propia cuenta de sus ataduras absurdas y primitivas. Desde hace mucho tiempo casi ningún científico sufre lo que sufrió Galileo y otros herejes históricos menos conocidos y la verdad no creo que ellos tengan nada que disculpar. Las disculpas a destiempo no tienen validez ya que, después de todo, a Galileo le habría valido más dicha disculpa y ganar su libertad para pasar aunque sea los últimos años de su vida en el retiro digno que merecía un hombre de su talla.

Las religiones tienen sus ideas sobre las instituciones ya que ellas mismas moldearon tales instituciones durante siglos, infiltradas hasta el tuétano entre los corredores y salones de las asambleas y cabildos. Sin embargo, cuando las Repúblicas hacen su aparición en el mundo y se establece la separación de la Iglesia y el Estado, todo cambia para ellas. En occidente, donde esta filosofía cobra más fuerza, la lucha se plantea de manera frontal en muchos aspectos y aunque de repente las sociedades se creían muy avanzadas, aún arrastraban pesados lastres de su pasado. Las mujeres seguían siendo víctimas de una sociedad hombre-centrista, la esclavitud prosperaba aún en las sociedades americanas incluso posteriores a sus Revoluciones republicanas e ilustradas y aún se aplicaban a los criminales castigos que nada tenían que ver con los ideales plasmados originariamente en la Declaración de los Derechos del Hombre. La sociedad ilustrada aún seguía siendo como la sociedad vieja en muchos aspectos y sus ideas estancas sobre el matrimonio continuaban.

Cuando se instaura el matrimonio civil en Francia aún se conserva la misma palabra “marriage” para designarlo, lo cual es lógico, porque esta nueva institución civil era la misma que ya existía anteriormente, pero registrada debidamente ante el Estado. Lógicamente, el matrimonio civil hereda todo del matrimonio religioso, inclusive sus relaciones de poder.

Aún durante el matrimonio civil el hombre tiene un estatus superior a la mujer, no importando de hecho que este nuevo matrimonio se hacía entre ciudadanos teóricamente iguales. Sin embargo, no nos debemos engañar. Tenemos que aceptar que las revoluciones feministas fueron producto precisamente de que el nuevo Estado no pudo, ni siquiera en su nueva naturaleza ilustrada, deslastrarse de su convencimiento respecto a la inferioridad de la mujer ante el hombre. Incluso la ciencia de esos años intentó demostrar tal inferioridad, encontrando vagos indicios que, de acuerdo al sentido común, les daban la razón (como los famosos 100 gramos menos que tienen los cerebros femeninos), pero que con el pasar de los años se ha demostrado estaban equivocados. Del mismo modo, otras cuestiones, como las sexuales y las raciales continuaban teniendo una fuerte herencia preilustrada y religiosa.

A duras penas las mujeres lograron el derecho a votar, en unos países más rápidamente que en otros. Las luchas por los derechos igualitarios comenzaban su larga y hasta ahora inacabada faena con las mujeres a la cabeza, luchando, como era de esperarse, contra la oposición de la sociedad y de las religiones.

Ellas debían luchar contra el concepto que la sociedad había estructurado respecto a la mujer, quien había sido colocada en la tierra a fin de servir al hombre (recuerden que en el Génesis Dios crea a Eva porque se da cuenta de que Adán está solo y necesita “compañía”. Ella es una creación secundaria destinada a ser la diversión de su creación primigenia, prístina y perfecta, es decir, el hombre, Adán). Las mujeres tuvieron que emprender ese largo camino que desembocaría en los apasionados grupos feministas del siglo XX que, sobre todo en Estados Unidos y Europa, comenzaron a mover las fuerzas transformadoras de la sociedad nuevamente hacia otra revolución intelectual.

Los 60’s representan esa revolución. La revolución sexual, el movimiento “hippie”, la masiva utilización de drogas por parte de los jóvenes, forman parte de una ruptura abrupta con los valores de la generación precedente. Esa década representó un extraño momento de la historia de occidente, pues una mezcolanza de ideologías se amalgamaba para justificar un frenesí de libertinaje extendido hasta el extremo. Ideas clásicas liberales, socialistas, feministas, materialistas, espiritualistas, new age… todo era válido en medio de esa psicodelia.

Sin embargo, y a pesar de que hoy aquello nos pueda parecer un momento histórico extravagante, fue mucho más que eso, puesto que trajo consigo un nuevo amanecer en cuanto a la revisión de las ideas clásicas que estructuran a la sociedad. Las relaciones de poder entre hombre y mujeres se vieron por primera vez seriamente cuestionadas, más allá de simplemente decir que ya las mujeres tenían derecho a votar y se les daba el derecho al trabajo, aunque jamás lograrían en la vida real obtener un estatus realmente importante en el mundo laboral, a menos que se fuera la afortunada heredera de una empresa ya constituida.

El movimiento feminista de este momento fue feroz como nunca lo había sido antes. Algunas de las teorías más radicales de ese momento llegaron a extremos que hoy en día vemos con asombro, hasta muchas feministas más jóvenes de nuestros días. Incluso, algunas teorías casi parecían proponer que las mujeres, amparadas en su número superior en población (un hecho natural y de origen biológico en todas las sociedades) tenían el poder prácticamente de esclavizar a los hombres e invertir la relación de poder a favor de ellas y ya no simplemente para alcanzar la igualdad de género, sino para “someter al macho”, como se solía decir mucho en ese tiempo.

Las minorías sexuales y raciales se subieron a ese mismo tren feroz del feminismo. Habría sido realmente muy difícil para los homosexuales o los negros solos en los Estados Unidos mejorar su estatus (recordemos que ellos representan alrededor de un 5% y 15% de la población total de ese país respectivamente). Pero las mujeres eran más de la mitad de la población y al frente del movimiento feminista estaban algunas de las lesbianas más notables de su momento. El homosexual era una suerte de movimiento anexo al feminista que tenía mayor fuerza en algunos estados que en otros, sin embargo, a diferencia del feminismo radical, parecía no ser tan tajante en sus requerimientos (después de todo, la mayoría de ellos eran hombres y no iban a abogar por su propio sometimiento). El movimiento por el derecho de los negros, en cambio, parecía ser algo aparte, sin embargo, aún estaba influenciado por el dominante movimiento feminista en muchas de sus ideas, como la igualdad civil de todos los ciudadanos y la condena de la discriminación contra las minorías.

Aunque aquellos movimientos radicales y exagerados fueron impactantes en ese momento (lo cual fue necesario, pues era la mejor manera de influenciar verdaderamente en la opinión pública, despertar conciencias, especialmente de las mujeres, y atraer a nuevas simpatizantes y militantes) fueron perdiendo fuerza desde el punto de vista del impacto en la opinión pública, pero no desde el campo de las ideas y de las reformas institucionales.

Poco a poco cada institución del Estado era transformada, doblegada su naturaleza usualmente machista para permitir nuevas expresiones de poder a favor de grupos usualmente marginados. Las leyes anacrónicas fueron poco a poco transformadas o invalidadas, mientras que en el campo social la situación era similar. Las mujeres se revelaban ante sus padres y madres, no permitían ya el control de sus hermanos hombres y tomaban decisiones imposibles anteriormente para una mujer, como irse a vivir solas o convivir en concubinato.

Por supuesto, esta transformación en Latinoamérica ha sido más lenta que en las metrópolis americanas y europeas, pero igualmente ha sido importante. Hoy en día, en nuestro continente varias mujeres han desempeñado y desempeñan cargos políticos de importancia, incluso de presidentas de países (aunque lógicamente, deberían ser muchas más, considerando que ellas son más del 50% de la población del continente. Sin embargo, no podemos quejarnos, porque aún en las metrópolis las mujeres que llegan a los más altos cargos son escasas, incluso más que en América Latina.).

Cada institución pública ha sido modificada y cada grupo de poder ha tenido que tomar en cuenta la fuerte influencia de una población femenina cada vez más libre, independiente y agresiva (en el buen sentido de la palabra, claro está). Por supuesto, que cada una de estas transformaciones contó con la fuerte pero vedada oposición de la sociedad machista constituida y por parte de las instituciones religiosas, las justificadoras supremas de todo machismo reinante en el mundo. Las mujeres, cada vez que iban a trabajar, se enfrentaban a las críticas de una sociedad que la consideraba una mala esposa, una mala madre, que dejaba a sus hijos abandonados y que desatendía su hogar, el cual era el principal objetivo de su vida. Las empresas y profesiones parecían responder a esta ideología y las mujeres en cierto momento estaban destinadas a ser sólo secretarias en sus oficinas. Pero el influjo de la presión subían y así ellas también subían de cargo. De repente, había mujeres en empresas que tenían a legiones de trabajadores hombres, quienes tenían que obedecerlas y someterse a ellas. Hoy en día, no creo que exista una gran empresa en el mundo que no tenga una mujer entre sus más altos directivos, a la par de sus compañeros hombres.

Los diferentes colectivos minoritarios también se vieron beneficiados. La discriminación por raza, orientación sexual, religión, fueron progresivamente disminuidas, aunque nunca totalmente eliminadas. Ya era posible vivir para muchos de nosotros con cierta paz, aunque siempre bajo la miraba burlona de ciertos engendros sociales, escudados detrás de sotanas supuestamente muy benévolas. Las mujeres también se enfrentaron a esa clase de agresión social, que las condenaba de forma benévola, con ojos de compasión, igual que sucede con los homosexuales hoy en día, quienes son, a los ojos de la iglesia, pobres víctimas de perversiones que el mítico Diablo de siempre impone en nosotros. Sin embargo, lo que realmente albergan en ellos es, por un lado, desprecio y hasta odio por quienes intentan modificar su modelo del mundo y por otro, un profundo temor hacia una sociedad que está dispuesta a cambiarlos por nuevos estándares de existencia.

Como es natural, el matrimonio, ya no como sacramento ni como contrato, sino ya como el simple y llano hecho de convivencia entre dos personas unidas por un lazo afectivo entre ellas, ha variado considerablemente. La esposa de hoy en día es una mujer que mantiene ese estatus femenino y sexual. Continúa siendo un individuo separada de su esposo, desdiciendo ese vínculo según el cual dos, hombre y mujer, se convierten en uno, pero que todos sabemos muy bien que en realidad y en el matrimonio tradicional, se refiere al virtual desvanecimiento de la mujer como individuo y como voluntad para su mimetización total con el hombre y su conversión en un apéndice móvil de su esposo. El afecto entre ellos se convierte en su único vínculo, ya que el sometimiento no aparece ahora en ninguno de los dos.

A pesar de que muchas instituciones han sido transformadas con éxito por el influjo de la nueva realidad social, el matrimonio parece no tener reparación, pues a pesar de todo, campañas estatales a su favor, educación escolar a su favor, ideologización a su favor, el matrimonio continúa fracasando una y otra vez alrededor del mundo libre. Podría decirse que algo extraño pasa con la gente de hoy en día, que se casan tardíamente y terminan luego divorciándose, como si quedarse solos en la vida fuera la mejor opción.

Mi abuela solía decir que el problema es que las mujeres de hoy en día no aguantan nada. Ella, para permanecer casada, tuvo que soportar toda clase de vejaciones y humillaciones por parte de su esposo (mi abuelo, a quien por cierto, nunca conocí), incluyendo irse de la casa, abandonar a sus hijos y formar una nueva familia con otra mujer. Ella permaneció fiel a él a pesar de todo, refugiándose en el consuelo fantasioso de la religión, que la captó en su momento más frágil y nunca más la dejó escapar.

Sin embargo, no podemos negar que los hombres de hoy en día también han cambiado, por lo menos algunos de ellos. Muchos están dispuestos a colaborar con sus esposas en los quehaceres del hogar y en la crianza de los niños de forma igualitaria. Soportan los defectos de sus esposas sin humillarlas por eso, como solía ocurrir en el pasado, igual que las mujeres soportan a sus esposos en sus debilidades. Matrimonios de gente culta, con ideas modernas, avanzadas, con maridos excelentes y esposas perfectas, que colaboran entre sí, que están dispuestos a compartir deberes y derechos, con todo y eso, también terminan fracasando. 60% de divorcios y aumentando es una cifra que nos debe llamar la atención, ya que parece que ninguna modernización ni avance social, ni el apoyo del Estado, las instituciones ni de nadie, ni siquiera de los propios conyugues, ha logrado reparar el matrimonio. Esta es la institución que se resiste a todo cambio positivo y los cuentos de horror que hoy en día son tan frecuentes sobre el matrimonio rápidamente lo invalidan ante la sociedad.

En este contexto, los homosexuales en diversos países han estado luchando por adquirir el derecho a contraer matrimonio civil, como culminación natural a las luchas sociales emprendidas por estos grupos. Y de hecho, el sustrato de tal exigencia es lógico. En una sociedad cada vez más racional y en la que la separación de la Iglesia y el Estado parece finalmente ser una realidad, en donde ya los curas gritan en sus iglesias pero la mayoría de los ciudadanos (apoyados fundamentalmente en la primera juventud verdaderamente agnósticas de la historia y tal vez la más hedonista) ni siquiera observan con interés sus sotanas. Incluso, muchos de los feligreses que asisten a las misas encuentran huecos sus discursos y más de uno, muy mal intencionado, mira al monaguillo al lado de cura y se pregunta si tendrá algo con el señor ese tan malhumorado (un comentario algo hiriente, lo sé, pero vamos, ahora cada vez que veo a un cura no puedo evitar preguntarme si será uno de esos curas pederastas y si me pasa a mí, estoy seguro que a otros también). Finalmente, una masa lo suficientemente amplia de la sociedad entiende que el matrimonio civil debe dejar de ser considerado una institución religiosa para ser considerada como lo que realmente es, un contrato que debería ser permisible para todos los ciudadanos por igual.

En algunos países, orgullosos ellos mismos de ser muy modernos, han otorgado a los homosexuales el derecho al matrimonio, o en su defecto a las uniones civiles, que son virtualmente idénticas a un matrimonio, excepto por el derecho a la adopción (el cual tendrá un apartado que publicaré próximamente). Sin embargo, por ejemplo, en España, que permite el matrimonio homosexual desde hace más o menos dos o tres año, ya los divorcios de esa primera oleada de homosexuales pioneros en el matrimonio comenzaron a presentarse tan solo luego de un año, cifra que, de paso, está en aumento y yo predigo que, al igual que ocurre con los matrimonios heterosexuales, a partir del cuarto año, la susodicha tasa va a aumentar notoriamente, hasta que finalmente se equipare al 60% a 70% de divorcios, cifra idéntica a la heterosexual. Después de tanto nadar, los homosexuales terminamos ahogados en la misma orilla de los heterosexuales y nos enfrentamos a las amarguras del fracaso matrimonial.

El supuesto problema semántico del matrimonio homosexual en realidad va más allá de una simple palabra, sino del significado en sí de la institución matrimonial. Por muy modernos que nos llamemos, por muy avanzados y educados que digamos ser, todos, al imaginarnos un matrimonio tradicional, entre un hombre y una mujer, visualizamos un cuadro en el cual el sometimiento de uno de sus miembros (evidentemente la mujer) es un requerimiento. Esos matrimonios modernos con hombres y mujeres igualitarios, además de ser una rareza estadística, son también una rareza social y hasta los vemos con cierta sospecha. Esos hombres a unos nos encantan, porque son tan “considerados y buenos con sus esposas”, pues al final de cuentas nadie piensa que ellos están realmente obligados a tal actitud. Otros, evidentemente los odian o por lo menos los encuentran divertidos, los llaman sometidos y ridículos y en el fondo lo que más antipático resulta de ellos es que son muy “poco hombres”.

Y es que el matrimonio, la palabra en sí, la institución sobre todo, significa sometimiento de por naturaleza. Para que un matrimonio funcione es necesario el desvanecimiento de uno de sus miembros a favor del otro, que se ve servido y “acompañado” del otro (tal es el rol natural de Eva, la de acompañante). El someterse a otro, sin embargo, es una acción que hoy nos parece sumamente humillante y hoy en día nosotros discutimos con nuestra pareja incluso la película que vamos a ir a ver al cine, el sabor de helado que vamos a comprar o a donde vamos a viajar un fin de semana largo. ¿Ocurría así anteriormente? Por supuesto que no, el hombre, el macho de la casa, se imponía como era natural y usualmente la pareja no tenía otro remedio sino aceptar resignadamente la decisión tomada, incluso si ella no estaba de acuerdo. No podía olvidar, por supuesto, sonreír en medio de su sometimiento y agradecer a su marido por tan sabia decisión que en el fondo ella sabía muy bien era errada.

Sin embargo, hoy en día prácticamente nadie está dispuesto a un sometimiento así. Ninguna mujer está dispuesta a dejar de avanzar en su carrera para atender a la familia, ningún hombre está dispuesto a disminuir sus posibilidades en el trabajo, yéndose temprano a casa estando a las puertas de un ascenso para ayudar a su compañera o compañero en las labores domésticas y que no lo llamen machista por eso. Incluso en las uniones que ocurren entre las clases sociales más bajas, que suelen estar conformadas por hombres y mujeres más ignorantes, también están infiltradas por la ideología igualitaria y también por el hecho de que en un hogar en el cual la mujer trabaja al igual que el hombre, esta está menos propensa a tolerar la explotación de su compañero.

Evidentemente los nuevos matrimonios homosexuales pasan por el mismo fenómeno. Siempre habrá alguno con un carácter más pacífico que el otro, pero eso no debe confundirse con sometimiento. Los homosexuales estamos influenciados por el mismo sistema de pensamiento que los demás miembros de nuestra sociedad. También pensamos que es necesaria la repartición igualitaria de responsabilidades en el hogar y creemos, al igual que los heterosexuales, que el cuidado de los niños es responsabilidad de ambos padres.

Sin embargo, mucho me temo que el problema que se nos presente en este caso es que no estamos hablando allí de un matrimonio. Es que ya ni los heterosexuales hoy en día viven en matrimonio tal cual como la institución originaria era y que dicha estructura exige para poder durar lo que se supone debe, es decir, para el resto de la vida.

El problema del matrimonio homosexual va más allá de una serie de derechos que nosotros podamos adquirir en nuestro afán ser tratados de la misma forma que los demás. En efecto, podremos conseguir el derecho a casarnos, pero eso no quiere decir que vamos tener mayor éxito en tener mejores y más duraderos matrimonios. En una sociedad en la que estamos educados para ser independientes, en la cual los medios nos motivan a tomar nuestras propias decisiones y en la cual se nos indica que no debemos ser tolerantes ante los abusos de nadie, es muy poco probable que el matrimonio mejore sus estadísticas. Cada vez habrán menos matrimonios y los que hay se disolverán cada vez en mayor número. Es posible que si en nuestro país se llegase a otorgar el derecho del matrimonio a la comunidad homosexual, haya al principio un fuerte frenesí entre nosotros y contraigamos matrimonio, solo para descubrir el error que eso representa y terminar divorciándonos como parece estar de moda en nuestros días.

Nuestras uniones personales con otras personas están sometidas más que nunca a las más elementales leyes biológicas y eso está haciendo estragos sobre la institución matrimonial en sí. Hoy en día lo único que mantiene unida a una pareja es el lazo afectivo que originariamente les unía. Sin embargo, como toda ley natural, la estadística hoy nos demuestra que la mayoría de esos sentimientos terminan de alguna forma desvaneciéndose luego de un tiempo, convirtiéndose algunas veces en desinterés por la otra persona, en aburrida costumbre (y el aburrimiento es una de las cosas que nadie soporta en este mundo tan estimulante de nuestra era), o en desprecio hacia el otro. Estoy completamente seguro de que anteriormente ocurría lo mismo, en los matrimonios de nuestros abuelos y antepasados más remotos, sin embargo, la fuerte presión social y el sometimiento de las mujeres hacían que el lazo continuara. De hecho, todos sabemos que muchos matrimonios en el pasado se daba por conveniencia de las familias, de los propios contrayentes o por conveniencias sociales sin que existiera vínculo afectivo entre ellos, y sin embargo, ¡estos matrimonios duraban hasta la muerte! Esto nos demuestra que, a diferencia de lo que nosotros creemos, el matrimonio de verdad, el que siempre ha existido, no necesita en absoluto este vínculo afectivo. El matrimonio necesita más del sometimiento de uno de sus miembros a favor del otro que de amor para perdurar. Podrán decirme, si quieren, que soy muy duro y que mi falta de romanticismo es una bofetada, pero realmente estoy convencido de que nosotros ni siquiera entendemos lo que es el matrimonio, porque no nos hemos planteado vivir en uno realmente. Durante siglos, las mujeres eran educadas desde niñas para someterse a un marido y los hombres eran educados para ser perpetradores de sometimiento en una mujer y se solía decir muchas veces (estoy seguro de que lo han escuchado alguna vez) que el amor puede “aparecer con el tiempo”. Es por eso que los príncipes y princesas, duques y duquesas, incluso hombres y mujeres comunes del pueblo, que se casaban por imposición de sus familias muchas veces sin haber conocido previamente a sus futuros esposos y esposas, aceptaban dichos matrimonios porque, al final de cuentas, daba igual someterse o someter a quien sea si ambos estaban educados correctamente en cuál sería su rol. El amor aparecería después. Así que esas películas románticas que vemos sobre el Medioevo, en las que príncipes y princesas se casaban por amor entre ellos o con los pobres del pueblo no son más que fantasías tan o más imposibles que la historia de Campanita y de Peter Pan.

Ahora bien, muchos de ustedes podrían argumentar en mi contra, que todos alguna vez hemos conocido matrimonios felices, de esos que duran durante muchos años y que pareciera que todo lo soportar. Sin embargo, yo tengo la sospecha (y confieso que es eso) de que esos matrimonio simplemente ocultan un verdadero entramado de intercambios destructivos y terriblemente humillantes. Me apoyo para eso en mi experiencia personal sobre ciertos casos particulares realmente muy cercanos a mí. Aunque entiendo perfectamente que las anécdotas personales no sirven para demostrar un argumento, sí es cierto que sirven de importantes indicadores a la hora juzgar, aunque sea de forma rápida, una situación. Por supuesto, que muchas anécdotas juntas constituyen una muestra si está correctamente elaborada la selección de las mismas y ese es el paso que me falta. En todo caso, les describo en particular dos de dichas anécdotas, para ilustrar mi punto. El primero tiene que ver con el matrimonio de una tía particularmente cercana a mí. Esta tía (cuyo nombre no revelo pues, al final de cuentas, es solo una anécdota, lo hago como ilustración y además, no sé si algún día algún otro familiar lea esto algún día y pueda herir alguna susceptibilidad) tenía un matrimonio de muchos años con mi tío político, evidentemente. Celebraron los 25 años de su matrimonio, sus bodas de plata, creo que son esas, por todo lo alto cuando yo era aún muy pequeño, creo que tenía diez u doce años. Todo iba bien supuestamente en dicho matrimonio. Mis primos, todos mayores a mí, tenían vidas espléndidas y plenas, llenas de bienes y de dicha. Todo estaba perfecto, hasta que hace alrededor de tres años mi tía murió repentinamente. Cayó en cama durante cuatro días y terminó muriendo en una clínica sin previo aviso. El descalabro de aquella familia fue absoluto, pero era algo que iba más allá de haber perdido a un miembro. Cualquier familia sufre notoriamente luego de una situación así, pero el numeroso grupo de mis primos y mi tío pasó por un proceso de absoluta degradación humana. Comenzando por mi tío, este no sólo se vio anormalmente tranquilo durante el funeral, sino que para sorpresa de todo el mundo un mes después, todavía no totalmente carcomido el cadáver de mi tía por la putrefacción en su tumba, otra mujer ocupaba el espacio vacío la cama matrimonial. Los pleitos con los hijos durante un tiempo terminaron por convertirlo en un nómada en su propia casa, pues iba durante algunas horas en el día y luego en la noche dormía en casa de la otra, hasta que eventualmente, no volvió más nunca a su casa. No solo eso, resultó que aquella familia se convertía de repente en el centro de todas las miradas viperinas de la familia, y es que la patota llegaba junta, con mi tío incluido, con un comportamiento que jamás demostraron con ella en vida, bebiendo en las fiestas sin cesar hasta la borrachera más ridícula, gritando y contando chistes subidos de tono y vulgaridades de toda clase a decibeles tan elevados que hasta para los estándares de Maracaibo (si no lo había mencionado, soy de por acá) sobrepasaban el límite del mal gusto. La desintegración posterior fue total y cada uno de los hijos cayó en un pozo del que no lograrán salir probablemente jamás. Uno de los hijos ha sido el homosexual muy evidente de la familia siempre, que de repente se “acomodó” y hasta tuvo novia un tiempo, para luego terminar convertido en el enfermo de SIDA secreto de la familia, pero que ya todos sabemos que está enfermo. Su hermana menor, la única que trabaja en la casa, quedó tan asqueada de su familia que se fue a vivir sola, luego de haberse regresado de los Estados Unidos a ver por su padre luego de la muerte de su madre. Para su sorpresa, su padre la abandonó a ella por la otra mujer y como su estatus de inmigración en Estados Unidos era irregular, al intentar volver fue deportada de vuelta al llegar al Aeropuerto de Miami. Su situación acá es absolutamente de indefensión, estando sola en un país en una crisis tan profunda que ningún joven por sí mismo puede superarse. El segundo hermano, de los hombres el mayor, siempre ha sido una suerte de “bala perdida” que ha tenido con más frecuencia de lo normal altercados con la ley. Cada vez que caía preso y alguien se enteraba de la familia mi tía lo justificaba con alguna historia muy convincente (que compró accidentalmente un carro robado, que hicieron una redada en una discoteca y él casualmente estaba allí, que la empresa en la que trabajaba demandó injustamente a varios de sus trabajadores por estafa y él terminó involucrado por más “bobo”, etc.) Creíamos que era el hombre con más mala suerte del mundo hasta que un día la víctima de sus actos fue otro tío (hermano de la reina de esta familia) que le dio trabajo y terminó estafado por él con una fuerte suma de dinero. Evidentemente, el rumor se extendió silenciosamente por la familia, pues ya todos nos explicábamos cual era el origen de tan “mala suerte”. Por supuesto que no existió demanda en este caso porque era cuestión de familia, pero la vergüenza de mi tía fue castigo para él más que suficiente. Luego de su muerte, resulta que los rumores de los encuentros de mi primo con la ley se han ido exacerbando notoriamente (hasta el punto de tener policías vigilando su casa y preguntando de vez en cuando por él a los demás miembros de la familia, que fue una de las causas por la cual la hija menor se fue de la casa, aparte de sentirse estafada con su familia. Ella fue la que salió peor parada, en realidad). La hermana mayor vive en los Estados Unidos desde hace años, pero igual sabemos de ella pues otra de mis primas (que no era su hermana) vivió con ella un tiempo y terminó describiéndonos las vida de libertinaje y virtual desorden sexual que llevaba y que la terminó alejando, sin embargo, tal comportamiento jamás lo manifestó cuando vivía aquí, pues era parte de aquella familia perfecta. Finalmente, otro de los hermanos, justo el del medio, resulta que canta en la iglesia, casi casi que es cura, conoce cada versículo de la Santa Bíblia y los puede narrar de memoria. Pues resulta que también es homosexual (sí, increíblemente dos hijos homosexuales en la misma familia, argumento a favor del origen genético de la homosexualidad). Y lo sé solo yo porque lo he encontrado en internet no en una sino en varias páginas de contactos gay. Seguramente él me ha visto a mí también, pero qué le vamos a hacer, ninguno de los dos nos hemos comentado absolutamente nada, ni el más mínimo saludo.

He contado esto a riesgo de parecer un chismoso, sin embargo, la ilustración me sirve para demostrar mi punto. Todos descubrimos que aquella familia perfecta no era más que la pantomima mejor armada del mundo. Yo, en lo personal, no he visto un engaño semejante en toda mi vida, pero todo tiene su explicación. Aquella mujer, mi tía, era el ser humano más dominante y autoritario que he conocido en toda mi vida, pero su cara de felicidad todo lo hacía resplandecer siempre. Sin embargo, todos sabíamos que puertas adentro de aquella bella casa, ella era una reina a la que todos rendían pleitesía. El análisis ulterior que yo he hecho y motivado por esta larga disertación, es que en el caso de esa familia en particular, resultó que el conyugue dominante era ella. Mi pobre tío político, un hombre increíblemente pacífico y silencioso, no era más que un pelele en sus manos, que debía girar alrededor de ella como un planeta alrededor de su sol. De hecho, toda la familia, hijos incluidos, no eran más que parte de un sistema solar en el que ella era la radiante luz que todo lo iluminaba. Y todos los demás no éramos más que asombrados testigos de aquella perfección familiar cósmica. En su caso, mi tío era el ser sometido, el ser desvanecido por el otro (uno de esos casos de violencia doméstica familiar de la mujer hacia el hombre, que existen y que son más frecuentes de lo que muchos piensan según una investigación que he hecho recientemente, pero que sería, tal vez, motivo para otra disertación). Cuando ella desapareció tan repentinamente (víctima de su propia terquedad, por cierto, pues murió de pie diabético, padecimiento que mantuvo oculto a sus hijos y que mi tío jamás reveló a nadie hasta después de su muerte) todos esos seres fantasmales que constituían aquella familia devinieron en lo que realmente son, seres vacíos que no encontraron patrones de dirección y de comportamiento sin la fuerte autoridad de su madre y esposa. El hecho de que mi tío no hubiera buscado ayuda para la enfermedad de mi tía a causa de que ella le había prohibido que se lo dijera a alguien revela hasta qué punto aquel matrimonio perfecto de más de treinta años era justamente la verdadera representación de lo que es esa institución, pero con papeles invertidos. La rapidez con la que mi tío se fue con esa otra mujer, seguramente su amante durante muchos años, revela el grado de desesperación que debía sentir, que estuvo dispuesto a pelearse con todos sus hijos, con sus hermanas, quienes lo condenaron por “no respetar la memoria de su esposa muerte” y quienes se disculparon con todos nosotros por la actitud de él, tan solo por respirar algo de aire fresco luego de toda esa represión que no sólo él manifiesta, sino que toda la familia, en pleno, terminó por manifestar. Todos se entregaron desenfrenadamente a sus defectos simplemente porque sin la represión de ella, ellos no sabían cómo controlarlos.

La otra anécdota que les ayudará a ilustrar tal situación es mucho más personal, pues involucra a mi relación con mi madre (para que no digan que me gusta chismear solo sobre los demás). Recientemente tuve el valor de “salir del armario” ante ella. Para los que no conocen el significado de esta expresión, quiere decir que le revelé que soy homosexual. Antes de eso yo estaba acostumbrado a verla como una mujer de “mente abierta”, por lo que supuse que no sería algo tan traumático para ella. Sin embargo, lo ocurrido ha sido algo completamente diferente, y es que después de varios meses aún me reclama, llora porque se considera “culpable” de que yo sea como soy, me recrimina y me dice que debo intentar corregirme, pero todo dentro del más estricto secreto entre nosotros dos. Yo he tratado de llevar la tensión estos ya casi ocho o nueve meses lo mejor que he podido, pero por supuesto que me ha afectado emocionalmente. He estado analizando lo que ha pasado y he ido descubriendo que mi madre nunca ha sido lo que yo creía. Ella también era una suerte de pantomima.

El matrimonio de mis padres duró alrededor de veinte años, pero él murió cuando yo tenía quince, víctima de un cáncer de colon y en ganglios que fue descubierto cuando yo tenía alrededor de ocho años. La enfermedad fue sobrellevada por mi familia, especialmente por mi madre, de la forma en la que se sobrellevan esta clase de cosas, de forma agonizante y triste. Cuando finalmente él murió, lógicamente mi madre llevó su luto como era de esperarse. Yo, a mis quince años, estaba muy ensimismado en mis problemas de adolescente, con un padre recientemente muerto, con una preadolescencia frustrante por la enfermedad de él y con una sexualidad recién descubierta en ese momento que estaba en contra de lo “natural” y lo “moral”. No vi lo que pasaba en ella y no me di cuenta hasta que recientemente le hice mi confesión vital. Aún no estoy seguro de si fue lo correcto, pero por lo menos esto me ha servido para entenderla un poco más. Su constante depresión, su desilusión, su humor irascible hacia mí y hacia mi hermana menor, la abogado, creo que se debe a una fuerte depresión que ahora estoy empezando a entender. Mi padre no era en absoluto un hombre autoritario ni sometedor como lo fue su hermana, la tía de las que le conté previamente. Sin embargo, él era sin duda el “hombre de la casa”, quien tomaba las decisiones importantes y la voz finalmente más temida en mi hogar. Mi madre era una mujer mucho más preparada que él, profesional y muchas veces de altos cargos en las empresas en las que trabajó. Él, en cambio, era un hombre sencillo, un técnico que reparaba computadoras en una época en la que eso era una innovación, sin embargo, no por eso era un trabajo bien remunerado. A pesar de eso, recuerdo que su autoridad se hacía sentir. Más de una vez ella nos amenazaba con la tan famosa frase: “Se lo voy a decir a tu padre cuando llegue, ya vas a ver”. Creo que en realidad era una familia muy normal. Sin embargo, la desaparición de él hizo que mi madre se volcara completamente a nosotros, sus dos hijos, quienes a lo largo de los años, como todos los hijos, le dimos alegrías y decepciones.

Pero cuando le confesé mi sexualidad, la entendí plenamente, porque ella misma me lo dijo, con sus propias palabras: “este es un golpe que no sé si podré soportar, me siento enferma. Desde que se murió tu padre, todo lo que he hecho es vivir para ustedes siéndole fiel a él. Por eso nunca acepté a ningún otro hombre en mi vida”. Esa frase me aclaró muchas cosas. Mi madre, no porque sea mi madre, sino porque es la verdad, es una mujer atractiva. Siempre ha sido delgada, con un bello color de piel oscuro, como el chocolate claro, de facciones finas y cuerpo muy bien proporcionado. Es evidente que ella tuvo varios pretendientes en su viudez, algunos, claro está, más aceptables que otros a los ojos de nosotros, sus hijos. Yo sabía personalmente que, a pesar de su soledad, ella tenía necesidades sexuales como cualquier ser humano a sus cuarenta y tantos años, ya que en mi casa existía la extraña costumbres de no cerrar las puertas (a mi madre no le gustaba, creo que porque no podía estar pendiente de lo que nosotros hacíamos, aunque con los aires acondicionados colocamos hace unos años, no quedó otro remedio), y en ciertas oportunidades yo, muy escurridizamente, la vi “consolándose a sí misma”, para decirlo de la forma más elegantemente posible. Ahora que recuerdo esos embarazosos episodios, los cuales ella jamás supo, porque yo hice al respecto silencio sepulcral (ustedes, mis queridos lectores, son los primeros en conocer estas anécdotas), terminé preguntándome por qué ella siempre rechazaba a todos los potenciales pretendientes que a veces le aparecían, incluso si eran bastante aceptables. He llegado a la conclusión de que ella estaba desvanecida y continuaba siendo fiel a mi padre, simplemente porque él había calado en ella de tal forma que su estructura psicológica se había amoldado perfectamente a él. Antes de la enfermedad, recuerdo que tuvieron un matrimonio muy bonito, con evidente afecto entre ellos. Pero durante la enfermedad la tensión crecía y crecía muchas veces y, sin embargo, el matrimonio seguía con su misma estructura, con él siendo dominante, a pesar de su debilidad física y psicológica. En cierto momento él se volvió un poco abusivo con todos nosotros y nos manipulaba con su enfermedad, pero creo que es el resultado natural de la depresión y la desesperación que sentía por su precaria situación. En mí no ha tenido, según creo, un efecto tan terrible, pues creo que siempre lo he comprendido, pero no estoy seguro de cómo lo ha vivido ella.

La cuestión es que ahora creo que ella piensa que está sola de nuevo y está travesando un nuevo luto. Tanto mi hermana como yo hemos muerto de alguna forma para ella, pues mi hermana está a punto de casarse con su novio de varios años, a quien mi madre ciertamente no aprecia del todo y en mi caso, luego de eso que le he confesado, creo que fue lo que finalmente la ha hecho caer. Entendí que su desvanecimiento es tal que nunca logró recuperarse plenamente como ser humano y es por eso que ella usualmente no puede hacer nada sin nosotros, si nosotros no la acompañamos, si no la llevamos o traemos, si no es ella quien nos busca o trae. Aunque ahora le veo más recuperada, creo que aún está pasando un luto silencioso, el cual yo intento sobrellevar lo mejor que puedo para ambos. Sin embargo, a pesar de que sé en el fondo de que he hecho lo correcto, no puedo dejar de sentirme algo culpable.

Estas dos anécdotas que les cuento no son más que una simple ilustración para explicar mi punto. Estos dos matrimonios eran muy diferentes y a pesar de que, a la luz de lo que yo considero, uno de sus miembros pasó por un momento de virtual desaparición individual (una forma más abusiva que la otra), cualquier observador externo los consideraría “exitosos”, por el hecho simple de que duraron muchos años. Yo creo que los matrimonios que logran sobrepasar el umbral de los diez años adquieren estas características, pues el vínculo afectivo existente desaparece o por lo menos se debilita mucho y al final, todo lo que queda por un lado es la resignación a la costumbre expresada en la insatisfacción de ambos (la típica mujer que en las fiestas no puede dejar de hablar mal de su marido a todo el mundo y el hombre que no puede dejar de expresar su aburrimiento con su esposa, son reflejo de tal situación y es algo, de hecho, tan cotidiano en nuestros días que debería ser una muestra clara de lo que les estoy hablando) y el temor a la soledad o al proceso de divorcio que puede llegar a extenderse muchos años y puede ser extremadamente doloroso desde el punto de vista psicológico. Estoy completamente seguro de que descripciones de matrimonios similares ustedes podrán encontrar a montones de acuerdo a su experiencia. Yo puedo recordar en este mismo instante varios casos, sin embargo, no quiero extenderme más en este punto. Es hora de regresar a nuestro tema central.

Yo creo que pronto en Venezuela tendremos matrimonio homosexual, o por lo menos uniones civiles (con lo cual, la lucha continuaría, sin embargo), pero considero que no obtendremos de ese derecho lo que estamos buscando. Al igual que los heterosexuales, muchos vamos por la vida ideando una vida perfecta en matrimonio con un hombre (y si eres lesbiana, con una mujer) que nos haga felices y que nosotros hagamos felices, pero no entendemos lo que un matrimonio de verdad implica. Creeremos que seremos felices por tener la posibilidad de casarnos, hasta que descubramos en nuestra propia carne que casarse no es tan bueno como parece, justo lo que ya muchos de nuestros amigos heterosexuales saben perfectamente bien.

Es difícil saber lo que necesitamos en todo caso, pero en un mundo en el cual ya ni los heterosexuales quieren el matrimonio, creo que nos vamos a quedar de lo más decepcionados cuando lo tengamos. ¿Qué podemos hacer? Bueno, yo he pensado en el asunto, y he llegado a la conclusión de que hasta la palabra matrimonio es un error. Es decir, en nuestras leyes la palabra matrimonio no debería existir, no para los homosexuales, sino para nadie. El matrimonio en sí, por su propia naturaleza, es contrario al espíritu científico de las leyes y de igualdad social y jurídica entre todos los seres humanos. En lo personal considero que el nombre de Unión Civil o Unión Conyugal es un nombre más adecuado para lo que realmente estamos buscando, extendiendo dicho nombre a todos los ciudadanos y todas las formas de unión entre personas naturales (heterosexuales, homosexuales, poligámicas, incluso grupales), las cuales deben ser de fácil y libre disolución, sin que el Estado imponga absurdos requerimientos en los cuales no debería inmiscuirse (por ejemplo, que exista un vínculo afectivo entre ambos contrayentes). Creo que esta nueva forma de unión debe ser más tratada como lo que es, un contrato, en el cual ambas partes se deban sentar y definir que se va a hacer en ciertos casos, como pasa en un contrato normal. El documento de Unión Civil debería decir que se va a hacer en el caso de que se cometa infidelidad, si existirá algún grado de tolerancia respecto a la misma y hasta se pueden dejar por sentado ciertas actividades y responsabilidades que ambos compañeros se dispongan a realizar. Sobre todo, se debe expresar con claridad lo que se debe hacer en caso de disolución del vínculo, lo cual tienen una probabilidad alta de ocurrencia. Creo que lo más prudente es alejar de este asunto a los jueces de niños, los cuales las más de las veces parecen actuar de forma mecánica, cumpliendo cada uno de los parámetros que indican las leyes, desembocando muchas veces en decisiones absurdas, en las que usualmente el hombre se ve despojado hasta de sus pantalones mientras la mujer tiene el derecho natural de quedarse con los hijos y con todos o la mayoría de los bienes. Como verán, estoy completamente en contra de esa extraña noción que ha invadido las leyes de nuestros países, según la cual las mujeres automáticamente son más capaces que los hombres para quedarse con los hijos en caso de un divorcio. En lo personal yo no considero que nadie sea automáticamente mejor que otro por el simple hecho de que su sexo sea tal o cual. Creo que nuestras leyes practican una forma de discriminación positiva a favor de las mujeres que no tiene sentido. Si bien puede ser cierto que en nuestro contexto social la mayoría de las mujeres, sobre todo de estrato social bajo, están más capacitadas para atender a sus hijos (sobre todo tomando en cuenta el grave problema de abandono familiar que muchos hombres comenten). Sin embargo, esto no se aplica en todo los casos. En lo personal, yo conozco algunos matrimonios los cuales, en caso de divorcio, yo no solo consideraría un error dejar a los niños en mano de las madres, sino que en algunos incluso podría llegar a considerarlo un verdadero crimen contra el menor de edad, y es que hay madres que no pueden ser consideradas otra cosa sino perversas desde el punto de vista humano y ya no simplemente una mala influencia. Teóricamente el padre puede demandar la patria potestad del niño, pero yo no conozco el primer caso ganado por un hombre (seguramente si existen), pero es que además, es ilógico el hecho de que en este caso el padre esté obligado a demostrar que él sería mejor custodio del niño que la madre, mientras que ella no está obligada a demostrar nada. Es evidentemente un caso de discriminación positiva completamente apriorística y vemos como muy pocas mujeres se quejan de tal hecho, revelando como en este tipo de discriminación incluso los más “justos” pasan por alto la más elemental lógica, y es que más que cometer un error del racionamiento sólo por seguir estrictamente la norma, para los jueces es peor ser tildados ante la opinión pública de “machista”, “sexista” o cualquiera de esas etiquetas tan de moda hoy en día y que muchas veces son utilizadas sin sentido o en su sentido más perverso, el de la guerra política y la manipulación. Por eso, lo más racional sería siempre decidir que un ente imparcial, tal vez un juez, deba tomar la decisión al final de quien se queda con los hijos, pero si de antemano ellos deciden que uno de los dos se quedará con los mismos, al final debería respectarse tal decisión.

Siguiendo en este orden de ideas, ciertos grupos liberales consideran de hecho que toda forma de unión civil debería ser eliminada de facto y totalmente y que una simple notificación de concubinato debería ser suficiente para ciertos efectos legales. Eso parece tener cierto sentido, si somos objetivos y llegamos a la conclusión lógica de que, en realidad, la decisión de vivir o no vivir juntos es, al final de cuentas, problema solamente de la pareja y en el caso particular de la legislación venezolana, también el matrimonio civil parece tener menor importancia de la que se atribuye, ya que en nuestro país la ley y hasta la propia constitución otorga los mismos deberes y derechos a personas viviendo en concubinato que a personas formalmente casadas, por lo cual los efectos legales de haberse casado o no son más o menos los mismos a la hora de entablar una demanda de divorcio, por ejemplo.

Sin embargo, yo discrepo de esa posición liberal, pues considero que sí debería existir alguna forma legal diferente al concubinato para notificar la unión de de dos personas simplemente para ciertos efectos jurídicos y prácticos de la vida diaria. En lo personal, yo considero una tontería que el concubinato y el matrimonio civil tengan prácticamente los mismos efectos jurídicos en Venezuela, ya que, al final de cuentas, el concubinato debería ser una etapa en muchos casos previa al matrimonio y una forma de protección para ambos contrayentes. Es decir, si una pareja cualquiera decide vivir en concubinato previo al matrimonio, es porque de alguna forma no están seguros (o por lo menos uno de ellos no lo está) de dar el paso definitivo de unirse civilmente y el concubinato debería ser su forma de protección. Por ejemplo, cada quien llega al concubinato con sus bienes y si este termina al cabo de, digamos, dos años, cada quien se va con los mismos bienes que trajo y listo. Sin embargo, en nuestra legislación, si el concubinato termina en malos términos, uno de los contrayentes (evidentemente esto se aplica solo para concubinatos entre un hombre y una mujer, porque nuestra legislación está tan atrasada que ni siquiera existe este supuesto beneficio entre dos hombres o dos mujeres que de hecho viven juntos) tiene derecho a pedir separación de bienes, a pesar de no existir contrato matrimonial. De esta forma, la función de protección del concubinato se pierde. Si uno de los contrayentes no se quiso casar legalmente porque sospechaba que algo así podía ocurrir en algún momento, igual vivir en concubinato fue lo mismo que casarse porque lo o la demandaron igual y deberá pasar por el proceso de repartición de los bien contraídos durante el concubinato, cuando si ellos no decidieron casarse, las autoridades civiles no deberían inmiscuirse en dicha repartición, debido a que tal unión, civilmente no existe ¿Para qué se meten los jueces en un asunto en el que, desde el principio, fueron excluidos? Me parece un total absurdo tal situación.

Las Uniones Civiles o Uniones Conyugales sí deberían tener tales efectos a la hora de un divorcio, debido a que el propio acto de la unión constituye un llamado a las instituciones civiles para que intervengan en casos de disputas. La cuestión es que se supone que cuando dos personas deciden contraer matrimonio lo hacen porque están convencidas de que su unión personal será permanente, aunque la experiencia parezca contradecir su predicción.

Puedo reconocer la radicalidad de esta idea y la fuerte resistencia que puede causar, sin embargo, considero que la lógica le asiste, no simplemente porque yo le apoye, sino porque parece estar acorde con los principios que originariamente conformaron y aún siguen rigiendo en los Estados Modernos. La lógica nos indica que un Estado laico, respetuoso de la vida individual y adulta de sus ciudadanos, que interviene sólo en los aspectos necesarios de la vida social y que no se inmiscuye hasta en su cama (nuestra ley es tan intrusiva que hasta tipifica como causal de anulación del matrimonio la “no consumación de la unión”, es decir, que luego de casados los esposos no tengan sexo. ¿Es acaso problema del Estado si después de casados la pareja coge o deja de coger? Disculpen el lenguaje soez, pero es la única forma de expresar correctamente mi idea), no tiene por qué instituir tipos de contrato o instituciones que se parezcan a formalidades religiosas y mucho menos tiene por qué proteger dichas formas para complacer ni a las mayorías sociales ni a los grupos de poder religioso. Cabe recordar que los Estados Modernos deben regirse hoy en día por los principios universalmente aceptados de respeto a los Derechos Humanos y el derecho a no ser discriminado política, jurídica y socialmente es uno de esos derechos.

Ahora bien, incluso si la institución civil continúa llamándose matrimonio (que lo más probable es que en realidad continúe llamándose de esta forma, aunque parezca ilógico), los Estados Modernos deberán, igualmente, otorgar el derecho de tal unión a las parejas homosexuales, en vista de que no existe ningún argumento realmente lógico que lo impida, salvo aquellos que abogan por la moral judeocristiana (que no es un argumento válido, porque el hecho de que los homosexuales se casen no pone en riesgo dicho sistema de valores morales de ninguna forma y además, el Estado no tiene por qué proteger una forma moral particular de ver el mundo y no puede imponerla sobre las demás. Lo único que el Estado puede exigir a los ciudadanos es cumplir con los principios de convivencia republicanos y el respeto de todos los ciudadanos por igual de los Derechos Humanos de sus compatriotas. Nadie obliga a los cristianos, católicos, judíos y demás confesiones religiosas a ser amigos ni aceptar la forma de vida de los homosexuales, solo se les exige un mínimo de cortesía y convivencia para con los homosexuales y viceversa, claro está), que abogan por la tradición, indicando que durante siglos el matrimonio ha sido una institución en la que solo participan un hombre y una mujer (argumento también inválido, en vista de que el hecho de que las cosas se hayan hecho de cierta forma durante mucho tiempo no quiere decir que estén bien. Durante muchos siglos, por ejemplo, los curanderos medievales suponían que hacer sangrar a los enfermos los curaría de sus males, sin embargo, el advenimiento de la ciencia demostró que estaban en un error, y de hecho, un error muy grave y peligroso. Lo mismo sucede con todas las demás ciencias y recordemos, que el Derecho es eso, una ciencia y no debe verse influenciada por este tipo de argumentos), y finalmente están aquellos que indican que Dios prohíbe este tipo de uniones (se invalida este argumento, porque nadie está pidiéndole a Dios que apruebe estas uniones. Recordemos que estamos hablando de una Unión Civil o Matrimonio Civil, enfatizando la palabra CIVIL con mucha fuerza. No es un acto religioso, sino un acto mundano, si se quiere. Y de paso, y ya en este punto estoy argumentando algo que tiene más que ver con mi ideología personal y con la minoría atea del mundo, no se puede estructurar un argumento fundamentándose en un hecho cuya veracidad no ha sido comprobada previamente, es decir, nadie puede argumentar que esta unión no puede realizarse porque Dios la prohíbe en vista de que la propia existencia y veracidad de Dios está en entredicho. Y vamos, los creyentes también tienen que estar de acuerdo conmigo. ¡Nadie tiene la prueba definitiva de que Dios existe! Y en vista de que estamos hablando de un acto civil, el hecho de que la mayor parte de la población crea en Dios tampoco es un argumento válido, ya que el número de creyentes no constituye prueba de nada y de hecho, no todos los ciudadanos creen en Dios y de paso los que creen, no creen todos en el mismo Dios y como los derechos de unos no pueden estar sobre los de los otros, la única salida válida para el Estado es ser Laico, es decir, no inmiscuirse en esa discusión, no asumir nada al respecto y dejar ese asunto a la vida privada de cada ciudadano. Sin embargo, ya nuestra propia Constitución desdice de ese principio fundamental de todo Estado Moderno, ya que desde la mismísima primera línea del mismísimo primer párrafo del mismísimo Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) se invoca la “Protección de Dios” para nuestro país, quedando demostrado de esa forma nuestro profundo primitivismo social y nuestra hipocresía política como nación. Es que ¡por favor!, en toda la CRBV ni siquiera aparecen la palabras laico, laica, laicismo, aconfesional o no confesional. Y todavía dicen ciertos juristas que se trata de una de las constituciones más avanzadas del mundo ¡Sí, claro!). Resumen, los valores morales judeocristianos (Y hablando ya claramente, el punto de vista de la Iglesia Católica y la Iglesia Evangélica, las mayoritarias en nuestro país), no pueden imponerse sobre los otros, aunque dichos valores se extiendan a mayor parte de la población, ni siquiera si esa si esta mayoría llega al 90%, como efectivamente sucede. Recuerden que la legitimidad de un Estado Moderno no se mide por como lo ven o apoyan las mayorías, sino por como este arropa y protege a las minorías.

Aún sabiendo que tarde o temprano el matrimonio homosexual se va a imponer, lo cierto es que esto no va a resolver realmente los problemas de nuestra comunidad. El matrimonio no va a resolver los problemas de fondo que sufre Venezuela y me temo que tampoco va a resolver los problemas de ningún país de nuestro continente, que sufren todos del mismo mal llamado ignorancia y demagogia política. Aún los homosexuales seremos discriminados en nuestro país, desde las formas más sutiles, como calificándonos en nuestras leyes como “población sexodiversa”, es decir, que legalmente ameritamos una palabra aparte para explicar nuestra condición, hasta las formas más absurdas y contradictorias, como permitir el matrimonio finalmente, pero en la práctica, estando totalmente impedidos de adoptar a un niño (tema que trato en el próximo capítulo de esta larga divagación y que será, lo prometo, mi entrega final). Todo pasando, por supuesto, por las formas de discriminación más políticamente incorrectas pero tolerables, como los constantes chistecitos denigrantes y de mal gusto sobre homosexuales y estereotípicas “locas fuertes” de programas “humorísticos” de mala muerte en nuestra televisión venezolana, como “Qué Locura” y “Radio Rochela”. Qué sabia sentencia la que Miranda espetó en la propia cara de Bolívar antes de que este lo entregara a los españoles para pasar sus últimos días en La Carraca, traicionado en ese entonces por los “patriotas” por actuar, cual Galileo, conforme a la razón. “!Bochinche, Bochinche! ¡Esta gente no sabe sino hacer bochinche!”. Qué diferentes fuéramos si Miranda, un verdadero ilustrado y hombre de razón y ciencia, fuera nuestro gran héroe nacional.