jueves, 19 de agosto de 2010

MATRIMONIO HOMOSEXUAL. PARTE 3

LA PALABRA MATRIMONIO: MÁS QUE UN PROBLEMA SEMÁNTICO.


La propia palabra matrimonio tiene sus implicaciones, claro, que este problema se da en unos idiomas y en otros no. En el español resulta que matrimonio proviene de las palabras latinas mater-matri (de la madre) y monium (dominio o cargo), con lo cual, literalmente, matrimonio significa “El dominio o cargo de la madre”. Está contrapuesta con la palabra Patrimonio, que proviene de pater-patri (del padre) y monium (dominio) y significa “El dominio del padre”. Allí mismo tiempo, vemos una diferenciación de roles de la mujer y el hombre institucionalizada en el propio lenguaje. El patrimonio es el dominio del hombre, del padre, del proveedor. El trabajo, las riquezas, el poder y el dinero son asuntos masculinos, concernientes al padre. El matrimonio es el dominio de la mujer, de la madre. Ella se debe encargar de los asuntos del hogar, de la relación de la pareja, de la casa, restringida a un estado secundario y sin poder. Nuestro propio idioma nos habla claramente sobre el significado de las cosas, pero muchas veces no lo sabemos escuchar, conocemos el significado supuesto de las palabras matrimonio y patrimonio y aunque se parecen mucho entre sí, nunca nos preguntamos qué significan en el fondo.

Sin embargo, eso no es más que una anécdota respecto a lo que realmente quiero exponer en este punto, después de todo, esta explicación se puede aplicar a las lenguas latinas, pero en otros idiomas no tiene por qué ser así. Lo realmente importante es que en muchas oportunidades se ha considerado que la cuestión del matrimonio y la discusión sobre la homosexualidad se reducen a un problema semántico. Es posible encontrar la lógica de esta afirmación. Se puede decir simplemente que el problema radica en la palabra matrimonio de por sí, en vista de que esta implica una serie de consideraciones institucionales arraigadas profundamente en la forma en la cual solemos ver a esta institución civil. El matrimonio, como palabra, evoca una serie de imágenes socialmente aceptadas, que a la vez implica una serie de nuevos derechos y deberes adquiridos por los contratantes. Sin embargo, el problema semántico de la palabra matrimonio radica en su propio significado original y centenario.

Modificar el matrimonio civil, haciéndolo sustancialmente distinto al matrimonio eclesiástico, implica que las ideas estancas y dogmáticas que tenemos sobre el concepto de matrimonio en sí mismo deberían cambiar y, por supuesto, eso es algo complejo e hiriente para algunas personas, especialmente aquellos cuyos valores morales están fuertemente influenciados por la tradición y la religión. Sin embargo, más allá de eso, también deberíamos analizar si el matrimonio como concepto es realmente modificable y, de paso, deberíamos tratar de entender cuales son las extrañas implicaciones que tiene para cualquier persona, no el hecho simple de contraer matrimonio, sino de entrar en una sociedad conyugal en una sociedad retrasada y machista como la nuestra.

En primera instancia, creo que el matrimonio hoy en día está sufriendo de por sí una fuerte transformación por el hecho simple de que la sociedad de hoy en día está revolucionando de forma tan definitiva los parámetros y estándares de vida, que es muy improbable de hecho que el sistema matrimonial se mantenga tal cual como es hoy sin cambiar en algo. Incluso, las propias familias heterosexuales han cambiado radicalmente su propia visión del matrimonio y lo increíblemente repulsivo que este se ha vuelto entre muchos de nuestros ciudadanos tiene que ver con el hecho de que esta institución de por sí no se transforma de forma natural.

¿Y a qué se debe eso? Podríamos preguntarle a Galileo. Recientemente El Vaticano pidió perdón ante el mundo entero por su persecución a la ciencia durante los siglos previos a la Ilustración (que continuó en muchos otros países no ilustrados aún en este tiempo) y un caso particularmente simbólico es el de Galileo. La iglesia aceptó que la Tierra se mueve, que los planetas se mueven todos alrededor del sol y que el sol se mueve alrededor del centro de la galaxia y que la galaxia se mueve al ritmo de la expansión universal, producto de la Gran Explosión que dio origen a todo. Galileo es el hereje más famoso de todos los tiempos, un ser tan despreciable y definitivamente tan perverso que mereció la pena máxima de la iglesia, el repudio del Papa. Encerrado por el resto de su vida (perdonada en el último momento por un muy compasivo clero al escucharlo diciendo finalmente lo que ellos tanto querían. Vamos, entendamos a Galileo, después de todo, como ya hemos visto, el instinto de supervivencia está en los genes), Galileo veía a través de su ventana los años pasar y al clero, a pesar de lo racional y absolutamente correcta de su teoría, inmoble en su postura geocentrista. La ciencia crecía, el conocimiento durante el Renacimiento todo lo comenzaba a explicar en la que fue la primera gran era de oro para la ciencia, el arte y el conocimiento humano en occidente luego de los oscuros años medievales. Incluso la revolución luterana estuvo a punto de derribar completamente la estructura de la iglesia, luego de demostrar su atraso, corrupción y espíritu manipulador de la sociedad y los Estados. La Ilustración vino y se fue, la ciencia avanzó rápidamente, la tecnología se hizo de todas las cosas luego de la Revolución Industrial y el Siglo XX vino al mundo, revelando en esos cien años más conocimiento que en toda la historia de la humanidad. Incluso ese digno Siglo de las Luces que fue el Siglo XX (a pesar de que muchos se enfrasquen en destacar sus guerras y horrores) también pasó para la iglesia y llegó el nuestro presente y recién estrenado siglo XXI. Y allí, justo allí, unos quinientos años después, la iglesia reconoce su error en una escueta disculpa, breve y sumamente impersonal. ¿Tiene validez esa disculpa en este momento? En lo personal lo creo una estupidez de la iglesia, que no tienen ninguna validez en absoluto. ¿Disculparse con quien? ¿Con los científicos? Bueno, la verdad nuestros científicos de hoy en día muy poco se ven afectados por las opiniones actuales de la iglesia, pues finalmente gracias al avance de la sociedad lograron zafarse por su propia cuenta de sus ataduras absurdas y primitivas. Desde hace mucho tiempo casi ningún científico sufre lo que sufrió Galileo y otros herejes históricos menos conocidos y la verdad no creo que ellos tengan nada que disculpar. Las disculpas a destiempo no tienen validez ya que, después de todo, a Galileo le habría valido más dicha disculpa y ganar su libertad para pasar aunque sea los últimos años de su vida en el retiro digno que merecía un hombre de su talla.

Las religiones tienen sus ideas sobre las instituciones ya que ellas mismas moldearon tales instituciones durante siglos, infiltradas hasta el tuétano entre los corredores y salones de las asambleas y cabildos. Sin embargo, cuando las Repúblicas hacen su aparición en el mundo y se establece la separación de la Iglesia y el Estado, todo cambia para ellas. En occidente, donde esta filosofía cobra más fuerza, la lucha se plantea de manera frontal en muchos aspectos y aunque de repente las sociedades se creían muy avanzadas, aún arrastraban pesados lastres de su pasado. Las mujeres seguían siendo víctimas de una sociedad hombre-centrista, la esclavitud prosperaba aún en las sociedades americanas incluso posteriores a sus Revoluciones republicanas e ilustradas y aún se aplicaban a los criminales castigos que nada tenían que ver con los ideales plasmados originariamente en la Declaración de los Derechos del Hombre. La sociedad ilustrada aún seguía siendo como la sociedad vieja en muchos aspectos y sus ideas estancas sobre el matrimonio continuaban.

Cuando se instaura el matrimonio civil en Francia aún se conserva la misma palabra “marriage” para designarlo, lo cual es lógico, porque esta nueva institución civil era la misma que ya existía anteriormente, pero registrada debidamente ante el Estado. Lógicamente, el matrimonio civil hereda todo del matrimonio religioso, inclusive sus relaciones de poder.

Aún durante el matrimonio civil el hombre tiene un estatus superior a la mujer, no importando de hecho que este nuevo matrimonio se hacía entre ciudadanos teóricamente iguales. Sin embargo, no nos debemos engañar. Tenemos que aceptar que las revoluciones feministas fueron producto precisamente de que el nuevo Estado no pudo, ni siquiera en su nueva naturaleza ilustrada, deslastrarse de su convencimiento respecto a la inferioridad de la mujer ante el hombre. Incluso la ciencia de esos años intentó demostrar tal inferioridad, encontrando vagos indicios que, de acuerdo al sentido común, les daban la razón (como los famosos 100 gramos menos que tienen los cerebros femeninos), pero que con el pasar de los años se ha demostrado estaban equivocados. Del mismo modo, otras cuestiones, como las sexuales y las raciales continuaban teniendo una fuerte herencia preilustrada y religiosa.

A duras penas las mujeres lograron el derecho a votar, en unos países más rápidamente que en otros. Las luchas por los derechos igualitarios comenzaban su larga y hasta ahora inacabada faena con las mujeres a la cabeza, luchando, como era de esperarse, contra la oposición de la sociedad y de las religiones.

Ellas debían luchar contra el concepto que la sociedad había estructurado respecto a la mujer, quien había sido colocada en la tierra a fin de servir al hombre (recuerden que en el Génesis Dios crea a Eva porque se da cuenta de que Adán está solo y necesita “compañía”. Ella es una creación secundaria destinada a ser la diversión de su creación primigenia, prístina y perfecta, es decir, el hombre, Adán). Las mujeres tuvieron que emprender ese largo camino que desembocaría en los apasionados grupos feministas del siglo XX que, sobre todo en Estados Unidos y Europa, comenzaron a mover las fuerzas transformadoras de la sociedad nuevamente hacia otra revolución intelectual.

Los 60’s representan esa revolución. La revolución sexual, el movimiento “hippie”, la masiva utilización de drogas por parte de los jóvenes, forman parte de una ruptura abrupta con los valores de la generación precedente. Esa década representó un extraño momento de la historia de occidente, pues una mezcolanza de ideologías se amalgamaba para justificar un frenesí de libertinaje extendido hasta el extremo. Ideas clásicas liberales, socialistas, feministas, materialistas, espiritualistas, new age… todo era válido en medio de esa psicodelia.

Sin embargo, y a pesar de que hoy aquello nos pueda parecer un momento histórico extravagante, fue mucho más que eso, puesto que trajo consigo un nuevo amanecer en cuanto a la revisión de las ideas clásicas que estructuran a la sociedad. Las relaciones de poder entre hombre y mujeres se vieron por primera vez seriamente cuestionadas, más allá de simplemente decir que ya las mujeres tenían derecho a votar y se les daba el derecho al trabajo, aunque jamás lograrían en la vida real obtener un estatus realmente importante en el mundo laboral, a menos que se fuera la afortunada heredera de una empresa ya constituida.

El movimiento feminista de este momento fue feroz como nunca lo había sido antes. Algunas de las teorías más radicales de ese momento llegaron a extremos que hoy en día vemos con asombro, hasta muchas feministas más jóvenes de nuestros días. Incluso, algunas teorías casi parecían proponer que las mujeres, amparadas en su número superior en población (un hecho natural y de origen biológico en todas las sociedades) tenían el poder prácticamente de esclavizar a los hombres e invertir la relación de poder a favor de ellas y ya no simplemente para alcanzar la igualdad de género, sino para “someter al macho”, como se solía decir mucho en ese tiempo.

Las minorías sexuales y raciales se subieron a ese mismo tren feroz del feminismo. Habría sido realmente muy difícil para los homosexuales o los negros solos en los Estados Unidos mejorar su estatus (recordemos que ellos representan alrededor de un 5% y 15% de la población total de ese país respectivamente). Pero las mujeres eran más de la mitad de la población y al frente del movimiento feminista estaban algunas de las lesbianas más notables de su momento. El homosexual era una suerte de movimiento anexo al feminista que tenía mayor fuerza en algunos estados que en otros, sin embargo, a diferencia del feminismo radical, parecía no ser tan tajante en sus requerimientos (después de todo, la mayoría de ellos eran hombres y no iban a abogar por su propio sometimiento). El movimiento por el derecho de los negros, en cambio, parecía ser algo aparte, sin embargo, aún estaba influenciado por el dominante movimiento feminista en muchas de sus ideas, como la igualdad civil de todos los ciudadanos y la condena de la discriminación contra las minorías.

Aunque aquellos movimientos radicales y exagerados fueron impactantes en ese momento (lo cual fue necesario, pues era la mejor manera de influenciar verdaderamente en la opinión pública, despertar conciencias, especialmente de las mujeres, y atraer a nuevas simpatizantes y militantes) fueron perdiendo fuerza desde el punto de vista del impacto en la opinión pública, pero no desde el campo de las ideas y de las reformas institucionales.

Poco a poco cada institución del Estado era transformada, doblegada su naturaleza usualmente machista para permitir nuevas expresiones de poder a favor de grupos usualmente marginados. Las leyes anacrónicas fueron poco a poco transformadas o invalidadas, mientras que en el campo social la situación era similar. Las mujeres se revelaban ante sus padres y madres, no permitían ya el control de sus hermanos hombres y tomaban decisiones imposibles anteriormente para una mujer, como irse a vivir solas o convivir en concubinato.

Por supuesto, esta transformación en Latinoamérica ha sido más lenta que en las metrópolis americanas y europeas, pero igualmente ha sido importante. Hoy en día, en nuestro continente varias mujeres han desempeñado y desempeñan cargos políticos de importancia, incluso de presidentas de países (aunque lógicamente, deberían ser muchas más, considerando que ellas son más del 50% de la población del continente. Sin embargo, no podemos quejarnos, porque aún en las metrópolis las mujeres que llegan a los más altos cargos son escasas, incluso más que en América Latina.).

Cada institución pública ha sido modificada y cada grupo de poder ha tenido que tomar en cuenta la fuerte influencia de una población femenina cada vez más libre, independiente y agresiva (en el buen sentido de la palabra, claro está). Por supuesto, que cada una de estas transformaciones contó con la fuerte pero vedada oposición de la sociedad machista constituida y por parte de las instituciones religiosas, las justificadoras supremas de todo machismo reinante en el mundo. Las mujeres, cada vez que iban a trabajar, se enfrentaban a las críticas de una sociedad que la consideraba una mala esposa, una mala madre, que dejaba a sus hijos abandonados y que desatendía su hogar, el cual era el principal objetivo de su vida. Las empresas y profesiones parecían responder a esta ideología y las mujeres en cierto momento estaban destinadas a ser sólo secretarias en sus oficinas. Pero el influjo de la presión subían y así ellas también subían de cargo. De repente, había mujeres en empresas que tenían a legiones de trabajadores hombres, quienes tenían que obedecerlas y someterse a ellas. Hoy en día, no creo que exista una gran empresa en el mundo que no tenga una mujer entre sus más altos directivos, a la par de sus compañeros hombres.

Los diferentes colectivos minoritarios también se vieron beneficiados. La discriminación por raza, orientación sexual, religión, fueron progresivamente disminuidas, aunque nunca totalmente eliminadas. Ya era posible vivir para muchos de nosotros con cierta paz, aunque siempre bajo la miraba burlona de ciertos engendros sociales, escudados detrás de sotanas supuestamente muy benévolas. Las mujeres también se enfrentaron a esa clase de agresión social, que las condenaba de forma benévola, con ojos de compasión, igual que sucede con los homosexuales hoy en día, quienes son, a los ojos de la iglesia, pobres víctimas de perversiones que el mítico Diablo de siempre impone en nosotros. Sin embargo, lo que realmente albergan en ellos es, por un lado, desprecio y hasta odio por quienes intentan modificar su modelo del mundo y por otro, un profundo temor hacia una sociedad que está dispuesta a cambiarlos por nuevos estándares de existencia.

Como es natural, el matrimonio, ya no como sacramento ni como contrato, sino ya como el simple y llano hecho de convivencia entre dos personas unidas por un lazo afectivo entre ellas, ha variado considerablemente. La esposa de hoy en día es una mujer que mantiene ese estatus femenino y sexual. Continúa siendo un individuo separada de su esposo, desdiciendo ese vínculo según el cual dos, hombre y mujer, se convierten en uno, pero que todos sabemos muy bien que en realidad y en el matrimonio tradicional, se refiere al virtual desvanecimiento de la mujer como individuo y como voluntad para su mimetización total con el hombre y su conversión en un apéndice móvil de su esposo. El afecto entre ellos se convierte en su único vínculo, ya que el sometimiento no aparece ahora en ninguno de los dos.

A pesar de que muchas instituciones han sido transformadas con éxito por el influjo de la nueva realidad social, el matrimonio parece no tener reparación, pues a pesar de todo, campañas estatales a su favor, educación escolar a su favor, ideologización a su favor, el matrimonio continúa fracasando una y otra vez alrededor del mundo libre. Podría decirse que algo extraño pasa con la gente de hoy en día, que se casan tardíamente y terminan luego divorciándose, como si quedarse solos en la vida fuera la mejor opción.

Mi abuela solía decir que el problema es que las mujeres de hoy en día no aguantan nada. Ella, para permanecer casada, tuvo que soportar toda clase de vejaciones y humillaciones por parte de su esposo (mi abuelo, a quien por cierto, nunca conocí), incluyendo irse de la casa, abandonar a sus hijos y formar una nueva familia con otra mujer. Ella permaneció fiel a él a pesar de todo, refugiándose en el consuelo fantasioso de la religión, que la captó en su momento más frágil y nunca más la dejó escapar.

Sin embargo, no podemos negar que los hombres de hoy en día también han cambiado, por lo menos algunos de ellos. Muchos están dispuestos a colaborar con sus esposas en los quehaceres del hogar y en la crianza de los niños de forma igualitaria. Soportan los defectos de sus esposas sin humillarlas por eso, como solía ocurrir en el pasado, igual que las mujeres soportan a sus esposos en sus debilidades. Matrimonios de gente culta, con ideas modernas, avanzadas, con maridos excelentes y esposas perfectas, que colaboran entre sí, que están dispuestos a compartir deberes y derechos, con todo y eso, también terminan fracasando. 60% de divorcios y aumentando es una cifra que nos debe llamar la atención, ya que parece que ninguna modernización ni avance social, ni el apoyo del Estado, las instituciones ni de nadie, ni siquiera de los propios conyugues, ha logrado reparar el matrimonio. Esta es la institución que se resiste a todo cambio positivo y los cuentos de horror que hoy en día son tan frecuentes sobre el matrimonio rápidamente lo invalidan ante la sociedad.

En este contexto, los homosexuales en diversos países han estado luchando por adquirir el derecho a contraer matrimonio civil, como culminación natural a las luchas sociales emprendidas por estos grupos. Y de hecho, el sustrato de tal exigencia es lógico. En una sociedad cada vez más racional y en la que la separación de la Iglesia y el Estado parece finalmente ser una realidad, en donde ya los curas gritan en sus iglesias pero la mayoría de los ciudadanos (apoyados fundamentalmente en la primera juventud verdaderamente agnósticas de la historia y tal vez la más hedonista) ni siquiera observan con interés sus sotanas. Incluso, muchos de los feligreses que asisten a las misas encuentran huecos sus discursos y más de uno, muy mal intencionado, mira al monaguillo al lado de cura y se pregunta si tendrá algo con el señor ese tan malhumorado (un comentario algo hiriente, lo sé, pero vamos, ahora cada vez que veo a un cura no puedo evitar preguntarme si será uno de esos curas pederastas y si me pasa a mí, estoy seguro que a otros también). Finalmente, una masa lo suficientemente amplia de la sociedad entiende que el matrimonio civil debe dejar de ser considerado una institución religiosa para ser considerada como lo que realmente es, un contrato que debería ser permisible para todos los ciudadanos por igual.

En algunos países, orgullosos ellos mismos de ser muy modernos, han otorgado a los homosexuales el derecho al matrimonio, o en su defecto a las uniones civiles, que son virtualmente idénticas a un matrimonio, excepto por el derecho a la adopción (el cual tendrá un apartado que publicaré próximamente). Sin embargo, por ejemplo, en España, que permite el matrimonio homosexual desde hace más o menos dos o tres año, ya los divorcios de esa primera oleada de homosexuales pioneros en el matrimonio comenzaron a presentarse tan solo luego de un año, cifra que, de paso, está en aumento y yo predigo que, al igual que ocurre con los matrimonios heterosexuales, a partir del cuarto año, la susodicha tasa va a aumentar notoriamente, hasta que finalmente se equipare al 60% a 70% de divorcios, cifra idéntica a la heterosexual. Después de tanto nadar, los homosexuales terminamos ahogados en la misma orilla de los heterosexuales y nos enfrentamos a las amarguras del fracaso matrimonial.

El supuesto problema semántico del matrimonio homosexual en realidad va más allá de una simple palabra, sino del significado en sí de la institución matrimonial. Por muy modernos que nos llamemos, por muy avanzados y educados que digamos ser, todos, al imaginarnos un matrimonio tradicional, entre un hombre y una mujer, visualizamos un cuadro en el cual el sometimiento de uno de sus miembros (evidentemente la mujer) es un requerimiento. Esos matrimonios modernos con hombres y mujeres igualitarios, además de ser una rareza estadística, son también una rareza social y hasta los vemos con cierta sospecha. Esos hombres a unos nos encantan, porque son tan “considerados y buenos con sus esposas”, pues al final de cuentas nadie piensa que ellos están realmente obligados a tal actitud. Otros, evidentemente los odian o por lo menos los encuentran divertidos, los llaman sometidos y ridículos y en el fondo lo que más antipático resulta de ellos es que son muy “poco hombres”.

Y es que el matrimonio, la palabra en sí, la institución sobre todo, significa sometimiento de por naturaleza. Para que un matrimonio funcione es necesario el desvanecimiento de uno de sus miembros a favor del otro, que se ve servido y “acompañado” del otro (tal es el rol natural de Eva, la de acompañante). El someterse a otro, sin embargo, es una acción que hoy nos parece sumamente humillante y hoy en día nosotros discutimos con nuestra pareja incluso la película que vamos a ir a ver al cine, el sabor de helado que vamos a comprar o a donde vamos a viajar un fin de semana largo. ¿Ocurría así anteriormente? Por supuesto que no, el hombre, el macho de la casa, se imponía como era natural y usualmente la pareja no tenía otro remedio sino aceptar resignadamente la decisión tomada, incluso si ella no estaba de acuerdo. No podía olvidar, por supuesto, sonreír en medio de su sometimiento y agradecer a su marido por tan sabia decisión que en el fondo ella sabía muy bien era errada.

Sin embargo, hoy en día prácticamente nadie está dispuesto a un sometimiento así. Ninguna mujer está dispuesta a dejar de avanzar en su carrera para atender a la familia, ningún hombre está dispuesto a disminuir sus posibilidades en el trabajo, yéndose temprano a casa estando a las puertas de un ascenso para ayudar a su compañera o compañero en las labores domésticas y que no lo llamen machista por eso. Incluso en las uniones que ocurren entre las clases sociales más bajas, que suelen estar conformadas por hombres y mujeres más ignorantes, también están infiltradas por la ideología igualitaria y también por el hecho de que en un hogar en el cual la mujer trabaja al igual que el hombre, esta está menos propensa a tolerar la explotación de su compañero.

Evidentemente los nuevos matrimonios homosexuales pasan por el mismo fenómeno. Siempre habrá alguno con un carácter más pacífico que el otro, pero eso no debe confundirse con sometimiento. Los homosexuales estamos influenciados por el mismo sistema de pensamiento que los demás miembros de nuestra sociedad. También pensamos que es necesaria la repartición igualitaria de responsabilidades en el hogar y creemos, al igual que los heterosexuales, que el cuidado de los niños es responsabilidad de ambos padres.

Sin embargo, mucho me temo que el problema que se nos presente en este caso es que no estamos hablando allí de un matrimonio. Es que ya ni los heterosexuales hoy en día viven en matrimonio tal cual como la institución originaria era y que dicha estructura exige para poder durar lo que se supone debe, es decir, para el resto de la vida.

El problema del matrimonio homosexual va más allá de una serie de derechos que nosotros podamos adquirir en nuestro afán ser tratados de la misma forma que los demás. En efecto, podremos conseguir el derecho a casarnos, pero eso no quiere decir que vamos tener mayor éxito en tener mejores y más duraderos matrimonios. En una sociedad en la que estamos educados para ser independientes, en la cual los medios nos motivan a tomar nuestras propias decisiones y en la cual se nos indica que no debemos ser tolerantes ante los abusos de nadie, es muy poco probable que el matrimonio mejore sus estadísticas. Cada vez habrán menos matrimonios y los que hay se disolverán cada vez en mayor número. Es posible que si en nuestro país se llegase a otorgar el derecho del matrimonio a la comunidad homosexual, haya al principio un fuerte frenesí entre nosotros y contraigamos matrimonio, solo para descubrir el error que eso representa y terminar divorciándonos como parece estar de moda en nuestros días.

Nuestras uniones personales con otras personas están sometidas más que nunca a las más elementales leyes biológicas y eso está haciendo estragos sobre la institución matrimonial en sí. Hoy en día lo único que mantiene unida a una pareja es el lazo afectivo que originariamente les unía. Sin embargo, como toda ley natural, la estadística hoy nos demuestra que la mayoría de esos sentimientos terminan de alguna forma desvaneciéndose luego de un tiempo, convirtiéndose algunas veces en desinterés por la otra persona, en aburrida costumbre (y el aburrimiento es una de las cosas que nadie soporta en este mundo tan estimulante de nuestra era), o en desprecio hacia el otro. Estoy completamente seguro de que anteriormente ocurría lo mismo, en los matrimonios de nuestros abuelos y antepasados más remotos, sin embargo, la fuerte presión social y el sometimiento de las mujeres hacían que el lazo continuara. De hecho, todos sabemos que muchos matrimonios en el pasado se daba por conveniencia de las familias, de los propios contrayentes o por conveniencias sociales sin que existiera vínculo afectivo entre ellos, y sin embargo, ¡estos matrimonios duraban hasta la muerte! Esto nos demuestra que, a diferencia de lo que nosotros creemos, el matrimonio de verdad, el que siempre ha existido, no necesita en absoluto este vínculo afectivo. El matrimonio necesita más del sometimiento de uno de sus miembros a favor del otro que de amor para perdurar. Podrán decirme, si quieren, que soy muy duro y que mi falta de romanticismo es una bofetada, pero realmente estoy convencido de que nosotros ni siquiera entendemos lo que es el matrimonio, porque no nos hemos planteado vivir en uno realmente. Durante siglos, las mujeres eran educadas desde niñas para someterse a un marido y los hombres eran educados para ser perpetradores de sometimiento en una mujer y se solía decir muchas veces (estoy seguro de que lo han escuchado alguna vez) que el amor puede “aparecer con el tiempo”. Es por eso que los príncipes y princesas, duques y duquesas, incluso hombres y mujeres comunes del pueblo, que se casaban por imposición de sus familias muchas veces sin haber conocido previamente a sus futuros esposos y esposas, aceptaban dichos matrimonios porque, al final de cuentas, daba igual someterse o someter a quien sea si ambos estaban educados correctamente en cuál sería su rol. El amor aparecería después. Así que esas películas románticas que vemos sobre el Medioevo, en las que príncipes y princesas se casaban por amor entre ellos o con los pobres del pueblo no son más que fantasías tan o más imposibles que la historia de Campanita y de Peter Pan.

Ahora bien, muchos de ustedes podrían argumentar en mi contra, que todos alguna vez hemos conocido matrimonios felices, de esos que duran durante muchos años y que pareciera que todo lo soportar. Sin embargo, yo tengo la sospecha (y confieso que es eso) de que esos matrimonio simplemente ocultan un verdadero entramado de intercambios destructivos y terriblemente humillantes. Me apoyo para eso en mi experiencia personal sobre ciertos casos particulares realmente muy cercanos a mí. Aunque entiendo perfectamente que las anécdotas personales no sirven para demostrar un argumento, sí es cierto que sirven de importantes indicadores a la hora juzgar, aunque sea de forma rápida, una situación. Por supuesto, que muchas anécdotas juntas constituyen una muestra si está correctamente elaborada la selección de las mismas y ese es el paso que me falta. En todo caso, les describo en particular dos de dichas anécdotas, para ilustrar mi punto. El primero tiene que ver con el matrimonio de una tía particularmente cercana a mí. Esta tía (cuyo nombre no revelo pues, al final de cuentas, es solo una anécdota, lo hago como ilustración y además, no sé si algún día algún otro familiar lea esto algún día y pueda herir alguna susceptibilidad) tenía un matrimonio de muchos años con mi tío político, evidentemente. Celebraron los 25 años de su matrimonio, sus bodas de plata, creo que son esas, por todo lo alto cuando yo era aún muy pequeño, creo que tenía diez u doce años. Todo iba bien supuestamente en dicho matrimonio. Mis primos, todos mayores a mí, tenían vidas espléndidas y plenas, llenas de bienes y de dicha. Todo estaba perfecto, hasta que hace alrededor de tres años mi tía murió repentinamente. Cayó en cama durante cuatro días y terminó muriendo en una clínica sin previo aviso. El descalabro de aquella familia fue absoluto, pero era algo que iba más allá de haber perdido a un miembro. Cualquier familia sufre notoriamente luego de una situación así, pero el numeroso grupo de mis primos y mi tío pasó por un proceso de absoluta degradación humana. Comenzando por mi tío, este no sólo se vio anormalmente tranquilo durante el funeral, sino que para sorpresa de todo el mundo un mes después, todavía no totalmente carcomido el cadáver de mi tía por la putrefacción en su tumba, otra mujer ocupaba el espacio vacío la cama matrimonial. Los pleitos con los hijos durante un tiempo terminaron por convertirlo en un nómada en su propia casa, pues iba durante algunas horas en el día y luego en la noche dormía en casa de la otra, hasta que eventualmente, no volvió más nunca a su casa. No solo eso, resultó que aquella familia se convertía de repente en el centro de todas las miradas viperinas de la familia, y es que la patota llegaba junta, con mi tío incluido, con un comportamiento que jamás demostraron con ella en vida, bebiendo en las fiestas sin cesar hasta la borrachera más ridícula, gritando y contando chistes subidos de tono y vulgaridades de toda clase a decibeles tan elevados que hasta para los estándares de Maracaibo (si no lo había mencionado, soy de por acá) sobrepasaban el límite del mal gusto. La desintegración posterior fue total y cada uno de los hijos cayó en un pozo del que no lograrán salir probablemente jamás. Uno de los hijos ha sido el homosexual muy evidente de la familia siempre, que de repente se “acomodó” y hasta tuvo novia un tiempo, para luego terminar convertido en el enfermo de SIDA secreto de la familia, pero que ya todos sabemos que está enfermo. Su hermana menor, la única que trabaja en la casa, quedó tan asqueada de su familia que se fue a vivir sola, luego de haberse regresado de los Estados Unidos a ver por su padre luego de la muerte de su madre. Para su sorpresa, su padre la abandonó a ella por la otra mujer y como su estatus de inmigración en Estados Unidos era irregular, al intentar volver fue deportada de vuelta al llegar al Aeropuerto de Miami. Su situación acá es absolutamente de indefensión, estando sola en un país en una crisis tan profunda que ningún joven por sí mismo puede superarse. El segundo hermano, de los hombres el mayor, siempre ha sido una suerte de “bala perdida” que ha tenido con más frecuencia de lo normal altercados con la ley. Cada vez que caía preso y alguien se enteraba de la familia mi tía lo justificaba con alguna historia muy convincente (que compró accidentalmente un carro robado, que hicieron una redada en una discoteca y él casualmente estaba allí, que la empresa en la que trabajaba demandó injustamente a varios de sus trabajadores por estafa y él terminó involucrado por más “bobo”, etc.) Creíamos que era el hombre con más mala suerte del mundo hasta que un día la víctima de sus actos fue otro tío (hermano de la reina de esta familia) que le dio trabajo y terminó estafado por él con una fuerte suma de dinero. Evidentemente, el rumor se extendió silenciosamente por la familia, pues ya todos nos explicábamos cual era el origen de tan “mala suerte”. Por supuesto que no existió demanda en este caso porque era cuestión de familia, pero la vergüenza de mi tía fue castigo para él más que suficiente. Luego de su muerte, resulta que los rumores de los encuentros de mi primo con la ley se han ido exacerbando notoriamente (hasta el punto de tener policías vigilando su casa y preguntando de vez en cuando por él a los demás miembros de la familia, que fue una de las causas por la cual la hija menor se fue de la casa, aparte de sentirse estafada con su familia. Ella fue la que salió peor parada, en realidad). La hermana mayor vive en los Estados Unidos desde hace años, pero igual sabemos de ella pues otra de mis primas (que no era su hermana) vivió con ella un tiempo y terminó describiéndonos las vida de libertinaje y virtual desorden sexual que llevaba y que la terminó alejando, sin embargo, tal comportamiento jamás lo manifestó cuando vivía aquí, pues era parte de aquella familia perfecta. Finalmente, otro de los hermanos, justo el del medio, resulta que canta en la iglesia, casi casi que es cura, conoce cada versículo de la Santa Bíblia y los puede narrar de memoria. Pues resulta que también es homosexual (sí, increíblemente dos hijos homosexuales en la misma familia, argumento a favor del origen genético de la homosexualidad). Y lo sé solo yo porque lo he encontrado en internet no en una sino en varias páginas de contactos gay. Seguramente él me ha visto a mí también, pero qué le vamos a hacer, ninguno de los dos nos hemos comentado absolutamente nada, ni el más mínimo saludo.

He contado esto a riesgo de parecer un chismoso, sin embargo, la ilustración me sirve para demostrar mi punto. Todos descubrimos que aquella familia perfecta no era más que la pantomima mejor armada del mundo. Yo, en lo personal, no he visto un engaño semejante en toda mi vida, pero todo tiene su explicación. Aquella mujer, mi tía, era el ser humano más dominante y autoritario que he conocido en toda mi vida, pero su cara de felicidad todo lo hacía resplandecer siempre. Sin embargo, todos sabíamos que puertas adentro de aquella bella casa, ella era una reina a la que todos rendían pleitesía. El análisis ulterior que yo he hecho y motivado por esta larga disertación, es que en el caso de esa familia en particular, resultó que el conyugue dominante era ella. Mi pobre tío político, un hombre increíblemente pacífico y silencioso, no era más que un pelele en sus manos, que debía girar alrededor de ella como un planeta alrededor de su sol. De hecho, toda la familia, hijos incluidos, no eran más que parte de un sistema solar en el que ella era la radiante luz que todo lo iluminaba. Y todos los demás no éramos más que asombrados testigos de aquella perfección familiar cósmica. En su caso, mi tío era el ser sometido, el ser desvanecido por el otro (uno de esos casos de violencia doméstica familiar de la mujer hacia el hombre, que existen y que son más frecuentes de lo que muchos piensan según una investigación que he hecho recientemente, pero que sería, tal vez, motivo para otra disertación). Cuando ella desapareció tan repentinamente (víctima de su propia terquedad, por cierto, pues murió de pie diabético, padecimiento que mantuvo oculto a sus hijos y que mi tío jamás reveló a nadie hasta después de su muerte) todos esos seres fantasmales que constituían aquella familia devinieron en lo que realmente son, seres vacíos que no encontraron patrones de dirección y de comportamiento sin la fuerte autoridad de su madre y esposa. El hecho de que mi tío no hubiera buscado ayuda para la enfermedad de mi tía a causa de que ella le había prohibido que se lo dijera a alguien revela hasta qué punto aquel matrimonio perfecto de más de treinta años era justamente la verdadera representación de lo que es esa institución, pero con papeles invertidos. La rapidez con la que mi tío se fue con esa otra mujer, seguramente su amante durante muchos años, revela el grado de desesperación que debía sentir, que estuvo dispuesto a pelearse con todos sus hijos, con sus hermanas, quienes lo condenaron por “no respetar la memoria de su esposa muerte” y quienes se disculparon con todos nosotros por la actitud de él, tan solo por respirar algo de aire fresco luego de toda esa represión que no sólo él manifiesta, sino que toda la familia, en pleno, terminó por manifestar. Todos se entregaron desenfrenadamente a sus defectos simplemente porque sin la represión de ella, ellos no sabían cómo controlarlos.

La otra anécdota que les ayudará a ilustrar tal situación es mucho más personal, pues involucra a mi relación con mi madre (para que no digan que me gusta chismear solo sobre los demás). Recientemente tuve el valor de “salir del armario” ante ella. Para los que no conocen el significado de esta expresión, quiere decir que le revelé que soy homosexual. Antes de eso yo estaba acostumbrado a verla como una mujer de “mente abierta”, por lo que supuse que no sería algo tan traumático para ella. Sin embargo, lo ocurrido ha sido algo completamente diferente, y es que después de varios meses aún me reclama, llora porque se considera “culpable” de que yo sea como soy, me recrimina y me dice que debo intentar corregirme, pero todo dentro del más estricto secreto entre nosotros dos. Yo he tratado de llevar la tensión estos ya casi ocho o nueve meses lo mejor que he podido, pero por supuesto que me ha afectado emocionalmente. He estado analizando lo que ha pasado y he ido descubriendo que mi madre nunca ha sido lo que yo creía. Ella también era una suerte de pantomima.

El matrimonio de mis padres duró alrededor de veinte años, pero él murió cuando yo tenía quince, víctima de un cáncer de colon y en ganglios que fue descubierto cuando yo tenía alrededor de ocho años. La enfermedad fue sobrellevada por mi familia, especialmente por mi madre, de la forma en la que se sobrellevan esta clase de cosas, de forma agonizante y triste. Cuando finalmente él murió, lógicamente mi madre llevó su luto como era de esperarse. Yo, a mis quince años, estaba muy ensimismado en mis problemas de adolescente, con un padre recientemente muerto, con una preadolescencia frustrante por la enfermedad de él y con una sexualidad recién descubierta en ese momento que estaba en contra de lo “natural” y lo “moral”. No vi lo que pasaba en ella y no me di cuenta hasta que recientemente le hice mi confesión vital. Aún no estoy seguro de si fue lo correcto, pero por lo menos esto me ha servido para entenderla un poco más. Su constante depresión, su desilusión, su humor irascible hacia mí y hacia mi hermana menor, la abogado, creo que se debe a una fuerte depresión que ahora estoy empezando a entender. Mi padre no era en absoluto un hombre autoritario ni sometedor como lo fue su hermana, la tía de las que le conté previamente. Sin embargo, él era sin duda el “hombre de la casa”, quien tomaba las decisiones importantes y la voz finalmente más temida en mi hogar. Mi madre era una mujer mucho más preparada que él, profesional y muchas veces de altos cargos en las empresas en las que trabajó. Él, en cambio, era un hombre sencillo, un técnico que reparaba computadoras en una época en la que eso era una innovación, sin embargo, no por eso era un trabajo bien remunerado. A pesar de eso, recuerdo que su autoridad se hacía sentir. Más de una vez ella nos amenazaba con la tan famosa frase: “Se lo voy a decir a tu padre cuando llegue, ya vas a ver”. Creo que en realidad era una familia muy normal. Sin embargo, la desaparición de él hizo que mi madre se volcara completamente a nosotros, sus dos hijos, quienes a lo largo de los años, como todos los hijos, le dimos alegrías y decepciones.

Pero cuando le confesé mi sexualidad, la entendí plenamente, porque ella misma me lo dijo, con sus propias palabras: “este es un golpe que no sé si podré soportar, me siento enferma. Desde que se murió tu padre, todo lo que he hecho es vivir para ustedes siéndole fiel a él. Por eso nunca acepté a ningún otro hombre en mi vida”. Esa frase me aclaró muchas cosas. Mi madre, no porque sea mi madre, sino porque es la verdad, es una mujer atractiva. Siempre ha sido delgada, con un bello color de piel oscuro, como el chocolate claro, de facciones finas y cuerpo muy bien proporcionado. Es evidente que ella tuvo varios pretendientes en su viudez, algunos, claro está, más aceptables que otros a los ojos de nosotros, sus hijos. Yo sabía personalmente que, a pesar de su soledad, ella tenía necesidades sexuales como cualquier ser humano a sus cuarenta y tantos años, ya que en mi casa existía la extraña costumbres de no cerrar las puertas (a mi madre no le gustaba, creo que porque no podía estar pendiente de lo que nosotros hacíamos, aunque con los aires acondicionados colocamos hace unos años, no quedó otro remedio), y en ciertas oportunidades yo, muy escurridizamente, la vi “consolándose a sí misma”, para decirlo de la forma más elegantemente posible. Ahora que recuerdo esos embarazosos episodios, los cuales ella jamás supo, porque yo hice al respecto silencio sepulcral (ustedes, mis queridos lectores, son los primeros en conocer estas anécdotas), terminé preguntándome por qué ella siempre rechazaba a todos los potenciales pretendientes que a veces le aparecían, incluso si eran bastante aceptables. He llegado a la conclusión de que ella estaba desvanecida y continuaba siendo fiel a mi padre, simplemente porque él había calado en ella de tal forma que su estructura psicológica se había amoldado perfectamente a él. Antes de la enfermedad, recuerdo que tuvieron un matrimonio muy bonito, con evidente afecto entre ellos. Pero durante la enfermedad la tensión crecía y crecía muchas veces y, sin embargo, el matrimonio seguía con su misma estructura, con él siendo dominante, a pesar de su debilidad física y psicológica. En cierto momento él se volvió un poco abusivo con todos nosotros y nos manipulaba con su enfermedad, pero creo que es el resultado natural de la depresión y la desesperación que sentía por su precaria situación. En mí no ha tenido, según creo, un efecto tan terrible, pues creo que siempre lo he comprendido, pero no estoy seguro de cómo lo ha vivido ella.

La cuestión es que ahora creo que ella piensa que está sola de nuevo y está travesando un nuevo luto. Tanto mi hermana como yo hemos muerto de alguna forma para ella, pues mi hermana está a punto de casarse con su novio de varios años, a quien mi madre ciertamente no aprecia del todo y en mi caso, luego de eso que le he confesado, creo que fue lo que finalmente la ha hecho caer. Entendí que su desvanecimiento es tal que nunca logró recuperarse plenamente como ser humano y es por eso que ella usualmente no puede hacer nada sin nosotros, si nosotros no la acompañamos, si no la llevamos o traemos, si no es ella quien nos busca o trae. Aunque ahora le veo más recuperada, creo que aún está pasando un luto silencioso, el cual yo intento sobrellevar lo mejor que puedo para ambos. Sin embargo, a pesar de que sé en el fondo de que he hecho lo correcto, no puedo dejar de sentirme algo culpable.

Estas dos anécdotas que les cuento no son más que una simple ilustración para explicar mi punto. Estos dos matrimonios eran muy diferentes y a pesar de que, a la luz de lo que yo considero, uno de sus miembros pasó por un momento de virtual desaparición individual (una forma más abusiva que la otra), cualquier observador externo los consideraría “exitosos”, por el hecho simple de que duraron muchos años. Yo creo que los matrimonios que logran sobrepasar el umbral de los diez años adquieren estas características, pues el vínculo afectivo existente desaparece o por lo menos se debilita mucho y al final, todo lo que queda por un lado es la resignación a la costumbre expresada en la insatisfacción de ambos (la típica mujer que en las fiestas no puede dejar de hablar mal de su marido a todo el mundo y el hombre que no puede dejar de expresar su aburrimiento con su esposa, son reflejo de tal situación y es algo, de hecho, tan cotidiano en nuestros días que debería ser una muestra clara de lo que les estoy hablando) y el temor a la soledad o al proceso de divorcio que puede llegar a extenderse muchos años y puede ser extremadamente doloroso desde el punto de vista psicológico. Estoy completamente seguro de que descripciones de matrimonios similares ustedes podrán encontrar a montones de acuerdo a su experiencia. Yo puedo recordar en este mismo instante varios casos, sin embargo, no quiero extenderme más en este punto. Es hora de regresar a nuestro tema central.

Yo creo que pronto en Venezuela tendremos matrimonio homosexual, o por lo menos uniones civiles (con lo cual, la lucha continuaría, sin embargo), pero considero que no obtendremos de ese derecho lo que estamos buscando. Al igual que los heterosexuales, muchos vamos por la vida ideando una vida perfecta en matrimonio con un hombre (y si eres lesbiana, con una mujer) que nos haga felices y que nosotros hagamos felices, pero no entendemos lo que un matrimonio de verdad implica. Creeremos que seremos felices por tener la posibilidad de casarnos, hasta que descubramos en nuestra propia carne que casarse no es tan bueno como parece, justo lo que ya muchos de nuestros amigos heterosexuales saben perfectamente bien.

Es difícil saber lo que necesitamos en todo caso, pero en un mundo en el cual ya ni los heterosexuales quieren el matrimonio, creo que nos vamos a quedar de lo más decepcionados cuando lo tengamos. ¿Qué podemos hacer? Bueno, yo he pensado en el asunto, y he llegado a la conclusión de que hasta la palabra matrimonio es un error. Es decir, en nuestras leyes la palabra matrimonio no debería existir, no para los homosexuales, sino para nadie. El matrimonio en sí, por su propia naturaleza, es contrario al espíritu científico de las leyes y de igualdad social y jurídica entre todos los seres humanos. En lo personal considero que el nombre de Unión Civil o Unión Conyugal es un nombre más adecuado para lo que realmente estamos buscando, extendiendo dicho nombre a todos los ciudadanos y todas las formas de unión entre personas naturales (heterosexuales, homosexuales, poligámicas, incluso grupales), las cuales deben ser de fácil y libre disolución, sin que el Estado imponga absurdos requerimientos en los cuales no debería inmiscuirse (por ejemplo, que exista un vínculo afectivo entre ambos contrayentes). Creo que esta nueva forma de unión debe ser más tratada como lo que es, un contrato, en el cual ambas partes se deban sentar y definir que se va a hacer en ciertos casos, como pasa en un contrato normal. El documento de Unión Civil debería decir que se va a hacer en el caso de que se cometa infidelidad, si existirá algún grado de tolerancia respecto a la misma y hasta se pueden dejar por sentado ciertas actividades y responsabilidades que ambos compañeros se dispongan a realizar. Sobre todo, se debe expresar con claridad lo que se debe hacer en caso de disolución del vínculo, lo cual tienen una probabilidad alta de ocurrencia. Creo que lo más prudente es alejar de este asunto a los jueces de niños, los cuales las más de las veces parecen actuar de forma mecánica, cumpliendo cada uno de los parámetros que indican las leyes, desembocando muchas veces en decisiones absurdas, en las que usualmente el hombre se ve despojado hasta de sus pantalones mientras la mujer tiene el derecho natural de quedarse con los hijos y con todos o la mayoría de los bienes. Como verán, estoy completamente en contra de esa extraña noción que ha invadido las leyes de nuestros países, según la cual las mujeres automáticamente son más capaces que los hombres para quedarse con los hijos en caso de un divorcio. En lo personal yo no considero que nadie sea automáticamente mejor que otro por el simple hecho de que su sexo sea tal o cual. Creo que nuestras leyes practican una forma de discriminación positiva a favor de las mujeres que no tiene sentido. Si bien puede ser cierto que en nuestro contexto social la mayoría de las mujeres, sobre todo de estrato social bajo, están más capacitadas para atender a sus hijos (sobre todo tomando en cuenta el grave problema de abandono familiar que muchos hombres comenten). Sin embargo, esto no se aplica en todo los casos. En lo personal, yo conozco algunos matrimonios los cuales, en caso de divorcio, yo no solo consideraría un error dejar a los niños en mano de las madres, sino que en algunos incluso podría llegar a considerarlo un verdadero crimen contra el menor de edad, y es que hay madres que no pueden ser consideradas otra cosa sino perversas desde el punto de vista humano y ya no simplemente una mala influencia. Teóricamente el padre puede demandar la patria potestad del niño, pero yo no conozco el primer caso ganado por un hombre (seguramente si existen), pero es que además, es ilógico el hecho de que en este caso el padre esté obligado a demostrar que él sería mejor custodio del niño que la madre, mientras que ella no está obligada a demostrar nada. Es evidentemente un caso de discriminación positiva completamente apriorística y vemos como muy pocas mujeres se quejan de tal hecho, revelando como en este tipo de discriminación incluso los más “justos” pasan por alto la más elemental lógica, y es que más que cometer un error del racionamiento sólo por seguir estrictamente la norma, para los jueces es peor ser tildados ante la opinión pública de “machista”, “sexista” o cualquiera de esas etiquetas tan de moda hoy en día y que muchas veces son utilizadas sin sentido o en su sentido más perverso, el de la guerra política y la manipulación. Por eso, lo más racional sería siempre decidir que un ente imparcial, tal vez un juez, deba tomar la decisión al final de quien se queda con los hijos, pero si de antemano ellos deciden que uno de los dos se quedará con los mismos, al final debería respectarse tal decisión.

Siguiendo en este orden de ideas, ciertos grupos liberales consideran de hecho que toda forma de unión civil debería ser eliminada de facto y totalmente y que una simple notificación de concubinato debería ser suficiente para ciertos efectos legales. Eso parece tener cierto sentido, si somos objetivos y llegamos a la conclusión lógica de que, en realidad, la decisión de vivir o no vivir juntos es, al final de cuentas, problema solamente de la pareja y en el caso particular de la legislación venezolana, también el matrimonio civil parece tener menor importancia de la que se atribuye, ya que en nuestro país la ley y hasta la propia constitución otorga los mismos deberes y derechos a personas viviendo en concubinato que a personas formalmente casadas, por lo cual los efectos legales de haberse casado o no son más o menos los mismos a la hora de entablar una demanda de divorcio, por ejemplo.

Sin embargo, yo discrepo de esa posición liberal, pues considero que sí debería existir alguna forma legal diferente al concubinato para notificar la unión de de dos personas simplemente para ciertos efectos jurídicos y prácticos de la vida diaria. En lo personal, yo considero una tontería que el concubinato y el matrimonio civil tengan prácticamente los mismos efectos jurídicos en Venezuela, ya que, al final de cuentas, el concubinato debería ser una etapa en muchos casos previa al matrimonio y una forma de protección para ambos contrayentes. Es decir, si una pareja cualquiera decide vivir en concubinato previo al matrimonio, es porque de alguna forma no están seguros (o por lo menos uno de ellos no lo está) de dar el paso definitivo de unirse civilmente y el concubinato debería ser su forma de protección. Por ejemplo, cada quien llega al concubinato con sus bienes y si este termina al cabo de, digamos, dos años, cada quien se va con los mismos bienes que trajo y listo. Sin embargo, en nuestra legislación, si el concubinato termina en malos términos, uno de los contrayentes (evidentemente esto se aplica solo para concubinatos entre un hombre y una mujer, porque nuestra legislación está tan atrasada que ni siquiera existe este supuesto beneficio entre dos hombres o dos mujeres que de hecho viven juntos) tiene derecho a pedir separación de bienes, a pesar de no existir contrato matrimonial. De esta forma, la función de protección del concubinato se pierde. Si uno de los contrayentes no se quiso casar legalmente porque sospechaba que algo así podía ocurrir en algún momento, igual vivir en concubinato fue lo mismo que casarse porque lo o la demandaron igual y deberá pasar por el proceso de repartición de los bien contraídos durante el concubinato, cuando si ellos no decidieron casarse, las autoridades civiles no deberían inmiscuirse en dicha repartición, debido a que tal unión, civilmente no existe ¿Para qué se meten los jueces en un asunto en el que, desde el principio, fueron excluidos? Me parece un total absurdo tal situación.

Las Uniones Civiles o Uniones Conyugales sí deberían tener tales efectos a la hora de un divorcio, debido a que el propio acto de la unión constituye un llamado a las instituciones civiles para que intervengan en casos de disputas. La cuestión es que se supone que cuando dos personas deciden contraer matrimonio lo hacen porque están convencidas de que su unión personal será permanente, aunque la experiencia parezca contradecir su predicción.

Puedo reconocer la radicalidad de esta idea y la fuerte resistencia que puede causar, sin embargo, considero que la lógica le asiste, no simplemente porque yo le apoye, sino porque parece estar acorde con los principios que originariamente conformaron y aún siguen rigiendo en los Estados Modernos. La lógica nos indica que un Estado laico, respetuoso de la vida individual y adulta de sus ciudadanos, que interviene sólo en los aspectos necesarios de la vida social y que no se inmiscuye hasta en su cama (nuestra ley es tan intrusiva que hasta tipifica como causal de anulación del matrimonio la “no consumación de la unión”, es decir, que luego de casados los esposos no tengan sexo. ¿Es acaso problema del Estado si después de casados la pareja coge o deja de coger? Disculpen el lenguaje soez, pero es la única forma de expresar correctamente mi idea), no tiene por qué instituir tipos de contrato o instituciones que se parezcan a formalidades religiosas y mucho menos tiene por qué proteger dichas formas para complacer ni a las mayorías sociales ni a los grupos de poder religioso. Cabe recordar que los Estados Modernos deben regirse hoy en día por los principios universalmente aceptados de respeto a los Derechos Humanos y el derecho a no ser discriminado política, jurídica y socialmente es uno de esos derechos.

Ahora bien, incluso si la institución civil continúa llamándose matrimonio (que lo más probable es que en realidad continúe llamándose de esta forma, aunque parezca ilógico), los Estados Modernos deberán, igualmente, otorgar el derecho de tal unión a las parejas homosexuales, en vista de que no existe ningún argumento realmente lógico que lo impida, salvo aquellos que abogan por la moral judeocristiana (que no es un argumento válido, porque el hecho de que los homosexuales se casen no pone en riesgo dicho sistema de valores morales de ninguna forma y además, el Estado no tiene por qué proteger una forma moral particular de ver el mundo y no puede imponerla sobre las demás. Lo único que el Estado puede exigir a los ciudadanos es cumplir con los principios de convivencia republicanos y el respeto de todos los ciudadanos por igual de los Derechos Humanos de sus compatriotas. Nadie obliga a los cristianos, católicos, judíos y demás confesiones religiosas a ser amigos ni aceptar la forma de vida de los homosexuales, solo se les exige un mínimo de cortesía y convivencia para con los homosexuales y viceversa, claro está), que abogan por la tradición, indicando que durante siglos el matrimonio ha sido una institución en la que solo participan un hombre y una mujer (argumento también inválido, en vista de que el hecho de que las cosas se hayan hecho de cierta forma durante mucho tiempo no quiere decir que estén bien. Durante muchos siglos, por ejemplo, los curanderos medievales suponían que hacer sangrar a los enfermos los curaría de sus males, sin embargo, el advenimiento de la ciencia demostró que estaban en un error, y de hecho, un error muy grave y peligroso. Lo mismo sucede con todas las demás ciencias y recordemos, que el Derecho es eso, una ciencia y no debe verse influenciada por este tipo de argumentos), y finalmente están aquellos que indican que Dios prohíbe este tipo de uniones (se invalida este argumento, porque nadie está pidiéndole a Dios que apruebe estas uniones. Recordemos que estamos hablando de una Unión Civil o Matrimonio Civil, enfatizando la palabra CIVIL con mucha fuerza. No es un acto religioso, sino un acto mundano, si se quiere. Y de paso, y ya en este punto estoy argumentando algo que tiene más que ver con mi ideología personal y con la minoría atea del mundo, no se puede estructurar un argumento fundamentándose en un hecho cuya veracidad no ha sido comprobada previamente, es decir, nadie puede argumentar que esta unión no puede realizarse porque Dios la prohíbe en vista de que la propia existencia y veracidad de Dios está en entredicho. Y vamos, los creyentes también tienen que estar de acuerdo conmigo. ¡Nadie tiene la prueba definitiva de que Dios existe! Y en vista de que estamos hablando de un acto civil, el hecho de que la mayor parte de la población crea en Dios tampoco es un argumento válido, ya que el número de creyentes no constituye prueba de nada y de hecho, no todos los ciudadanos creen en Dios y de paso los que creen, no creen todos en el mismo Dios y como los derechos de unos no pueden estar sobre los de los otros, la única salida válida para el Estado es ser Laico, es decir, no inmiscuirse en esa discusión, no asumir nada al respecto y dejar ese asunto a la vida privada de cada ciudadano. Sin embargo, ya nuestra propia Constitución desdice de ese principio fundamental de todo Estado Moderno, ya que desde la mismísima primera línea del mismísimo primer párrafo del mismísimo Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) se invoca la “Protección de Dios” para nuestro país, quedando demostrado de esa forma nuestro profundo primitivismo social y nuestra hipocresía política como nación. Es que ¡por favor!, en toda la CRBV ni siquiera aparecen la palabras laico, laica, laicismo, aconfesional o no confesional. Y todavía dicen ciertos juristas que se trata de una de las constituciones más avanzadas del mundo ¡Sí, claro!). Resumen, los valores morales judeocristianos (Y hablando ya claramente, el punto de vista de la Iglesia Católica y la Iglesia Evangélica, las mayoritarias en nuestro país), no pueden imponerse sobre los otros, aunque dichos valores se extiendan a mayor parte de la población, ni siquiera si esa si esta mayoría llega al 90%, como efectivamente sucede. Recuerden que la legitimidad de un Estado Moderno no se mide por como lo ven o apoyan las mayorías, sino por como este arropa y protege a las minorías.

Aún sabiendo que tarde o temprano el matrimonio homosexual se va a imponer, lo cierto es que esto no va a resolver realmente los problemas de nuestra comunidad. El matrimonio no va a resolver los problemas de fondo que sufre Venezuela y me temo que tampoco va a resolver los problemas de ningún país de nuestro continente, que sufren todos del mismo mal llamado ignorancia y demagogia política. Aún los homosexuales seremos discriminados en nuestro país, desde las formas más sutiles, como calificándonos en nuestras leyes como “población sexodiversa”, es decir, que legalmente ameritamos una palabra aparte para explicar nuestra condición, hasta las formas más absurdas y contradictorias, como permitir el matrimonio finalmente, pero en la práctica, estando totalmente impedidos de adoptar a un niño (tema que trato en el próximo capítulo de esta larga divagación y que será, lo prometo, mi entrega final). Todo pasando, por supuesto, por las formas de discriminación más políticamente incorrectas pero tolerables, como los constantes chistecitos denigrantes y de mal gusto sobre homosexuales y estereotípicas “locas fuertes” de programas “humorísticos” de mala muerte en nuestra televisión venezolana, como “Qué Locura” y “Radio Rochela”. Qué sabia sentencia la que Miranda espetó en la propia cara de Bolívar antes de que este lo entregara a los españoles para pasar sus últimos días en La Carraca, traicionado en ese entonces por los “patriotas” por actuar, cual Galileo, conforme a la razón. “!Bochinche, Bochinche! ¡Esta gente no sabe sino hacer bochinche!”. Qué diferentes fuéramos si Miranda, un verdadero ilustrado y hombre de razón y ciencia, fuera nuestro gran héroe nacional.

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