jueves, 19 de agosto de 2010

MATRIMONIO HOMOSEXUAL. PARTE 1

Un asunto que no deja de crear conflicto en nuestro país (en donde dicho sea de paso, todo crea conflictos que terminan reduciéndose a consignas vacuas entre bandos políticos iletrados, casualmente todos ellos con una visión “social” progresista) es la cuestión del matrimonio homosexual. Y más aún cuando recientemente Argentina ha legalizado definitivamente el matrimonio de personas del mismo sexo, lo cual ha reavivado la discusión en los demás países de la región. No me ha dejado de sorprender que en Venezuela también las discusiones parecen haberse acalorado en este aspecto. Incluso, he escuchado programas de radio recientemente que trataban enteramente sobre este asunto (específicamente, en el programa de Wladimir Villegas en Unión Radio el pasado día 03 de agosto, si mal no recuerdo la fecha). Por supuesto, posturas al respecto hay muchas y es natural que yo, perteneciente como soy al colectivo homosexual, no podía dejar de tener la propia. ¿Qué opino yo sobre el matrimonio homosexual? Pues mátenme si quieren, pero yo digo ¿Matrimonio? ¡Paso! Por favor, antes de acribillarme por semejante herejía, sírvanse leer lo que he escrito a continuación y tal vez eso les ayude a entender un poco mejor mi postura, la cual es producto de un análisis que ha hecho al respecto, a lo mejor excesivamente complejo, pero que considero puede dar luces sobre ciertos aspectos sobre dicho tema. Es importante aclarar que este artículo lo entregaré por partes, en vista de que al momento de escribirlo he descubierto que es realmente extenso (no había imaginado que tenía tantas cosas que decir al respecto), sin embargo, todas las partes en realidad son una unidad, un discurso completo, único que expresan mi particular filosofía al respecto. Espero que encuentren en mis apreciaciones algún sentido.




EL MATRIMONIO: INSTITUCIÓN O BURLA ANACRÓNICA.

Mi hermana es abogada (como sabrán si han leído mi perfil, yo soy arquitecto) y ella en cierta oportunidad me explicó que el matrimonio es considerado uno de los actos civiles más importantes en la vida de las personas y que hay solo tres actos que llegan a semejante nivel de importancia: El nacimiento (Tu Partida de Nacimiento certifica que existes), el Matrimonio (El Acta de Matrimonio certifica que has unido tu vida a otra persona) y la muerte (El acta de defunción certifica que ya no existes). Por supuesto, por mi mente liberal sólo pasó una palabra: ¡Absurdo! ¿Cómo puede ocurrírsele a alguien siquiera comparar el nacimiento y la muerte con el matrimonio? ¿En base a qué extraña lógica es posible que en nuestras legislaciones esto sea posible?

Un poco de análisis ulterior, sin embargo, parece aclararlo todo. Dentro de la tradición de nuestros antepasados, digamos que hasta la época de nuestros abuelos, el matrimonio era un hecho normalmente tan definitivo en la vida como lo era el nacimiento y la muerte. Y el matrimonio lo tenía seguro la gente casi tanto como la muerte y ¡ay de aquel que no se case! En el caso de las mujeres, por ejemplo, el matrimonio era prácticamente el objetivo de sus vidas (o si no, había que mirarse en el espejo de esas solteronas retratadas en esas épocas antiguas y que aún vemos hoy en día, tan ridículas y a la vez venerables, que al final dan lástima porque en el fondo todos pensamos que sus costumbres risibles y sus tonterías de viejita loca en realidad se deben a que fueron mujeres incompletas que jamás lograron el objetivo más importante de sus vidas, casarse. ¡Pobrecitas!, decimos, en medio de suspiros lastimeros) y en el caso de los hombres, el matrimonio era la única forma de lograr establecerse un estatus social de acuerdo a las normas de la época, pues un hombre sin familia era un hombre poco confiable y seguramente traicionero, un ser incompleto, huraño, extraño, seguramente con algunas costumbres inmorales que trata de mantener ocultas a la mirada de sus congéneres (bueno, igual que lo que la gente del pueblo decía del abuelo de Heidi pues. No sé por qué se me ha venido eso a la mente, pero creo que ilustra mi punto), un forajido en palabras simples. De esos tiempos viene esa romántica imagen del matrimonio como institución que completa al ser humano, que da sentido a la vida de la gente. Increíblemente, esta forma de pensar tan extraña en nuestros días se mantuvo en realidad durante siglos, desde la mismísima edad media e incluso en los tiempos antiguos el matrimonio era una institución sin duda alguna.

Y lo más interesante es que el matrimonio no es una institución exclusiva de una cultura en particular, sino que, como el idioma, la unión simbólica de dos personas, usualmente un hombre y una mujer (con extrañas y poco frecuentes variantes de todo tipo en algunas sociedades del mundo) es algo que vemos que va de continente en continente, de sociedad en sociedad, de tribu en tribu. La institucionalización de estas uniones es un acontecimiento siempre importante, que amerita incluso gastos extraordinarios en recursos económicos simplemente para celebrarlo.

Sin embargo, estamos hablando en esos casos de sociedades muy diferentes a la nuestra, en donde la religión y sus formas eran vinculantes y obligatorias en las demás instituciones de la sociedad. Por aquellos años, y remitiéndonos más propiamente a occidente, la iglesia y el Estado estaban tan íntimamente unidos que prácticamente podría decirse que de facto la iglesia de por sí ya era un poder del Estado, y noten que ya acá estoy hablando de un tiempo un poco más reciente, posterior a la Ilustración y la Revolución Francesa que instituyó en occidente el modelo del Estado Moderno en el cual la separación entre la Iglesia y el Estado era una máxima (dejemos de lado pues las épocas anteriores, donde el matrimonio era prácticamente una forma de esclavitud). Pues bien, como era de suponerse, esta máxima era más teórica que real en la mayoría de los países occidentales. Podríamos decir que sólo en Francia, en Holanda y en general en los países más seculares de Europa desde épocas tan remotas como el siglo XVIII ya esa separación era por lo menos más o menos efectiva, pero en sociedades más atrasadas, como España y Portugal y, desde luego, las Américas en general, una cosa era lo que decían las leyes y otra muy distinta lo que en la realidad existía.

Sin embargo, en ese tiempo las formas civiles supuestamente modernas comenzaban a aparecer en estos países, a lo mejor como forma de imitar a las naciones más avanzadas. No en vano en muchos aspectos, Francia se convierte en modelo a seguir para muchos gobiernos latinoamericanos luego de alcanzada la independencia y esto se extiende incluso hasta la forma de hacer las ciudades y la arquitectura, a ciertas costumbres sociales, incluso culinarias, en donde un afán de imitación afrancesada dio origen a varios fenómenos urbanos, políticos y sociales tan propios de esos tiempos. Es que sin duda, Francia era al Siglo XVIII y XIX lo que Estados Unidos es al Siglo XX y XXI, la metrópoli digna de ser imitada en todo. Así, incluso las instituciones legales francesas llegan hasta nosotros, hablando del caso particular latinoamericano y venezolano, pero luego de pasar por un proceso de “tropicalización”, como llegan hoy en día a nosotros las costumbres norteamericanas, ciertamente ridiculizadas por nuestro entorno, en donde vemos al rapero de gueto neoyorkino que narra sus penurias marginales en medio de la sociedad más rica de la historia convertido en el reguetonero puertorriqueño que solo sabe alabar las tetas y las nalgas de la vecina, al ama de casa de Orange County acostumbrada a fabulosas compras en las mejores tiendas de Berbely Hills convertida en la mamá ridícula y “sifrina” de Venezuela que todo lo tiene que comprar en “los mayamis” (o en su defecto en el Sambil gracias a las restricciones de CADIVI) y si el producto en cuestión no dice “MADE IN USA” no es bueno, o al añejo y extrañamente atractivo magnate gringo, acostumbrado conquistar a las más bellas top models del mundo, convertido en el “pavosaurio” latino, bronceado de más, que en realidad no tiene donde caerse muerto y que al final se conforma con ponerle los cuernos a su esposa con la secretaria boba y peliteñida de su oficina, pero que tiene unas bellas nalgas puntiagudas y unas tetas a las cuales las gravedad no afectan en lo más mínimo. Así de ridiculizadas y humilladas pasaron muchas leyes del mundo moderno a nosotros en esos tiempos.

El 1873 el matrimonio Civil se Instaura en Venezuela durante el gobierno de Guzmán Blanco en el muy conocido y documentado afán de imitación gala de este gobernante. No era de extrañar, pues Francia había instaurado el matrimonio civil poco tiempo antes. Sin embargo, lo que en Francia surge como consecuencia de un movimiento revolucionario ilustrado, racionalista y de raíces liberales, un producto propio y lógico de la Revolución Francesa (y de paso, también con la fuerte ayuda del luteranismo, que consideraba el matrimonio como un “acto mundano”), en Venezuela surge más como un acto megalómano de otro caudillo más en el poder, en un trasfondo de pugnas políticas entre la iglesia y el gobierno dictatorial. En fin, que es algo antes visto y aún en nuestros días vigente, una ley impuesta un buen día por el gobernante de turno que a lo mejor causó escozor en algunos en su tiempo, pero que con el tiempo, cuando ya todo el mundo se acostumbró al hecho, ya a nadie de pareció del otro mundo. Por lo visto, en Venezuela no hacen falta verdaderas revoluciones para lograr ningún avance, sólo hace falta un gobernante con las botas bien puestas (comentario off topic: ¿Les suena familiar?).

Sin embargo, las más de las veces ese fulano matrimonio civil no era más que el traspaso de las normas matrimoniales originarias de la religión al campo de las leyes: que tiene que ser entre un hombre y una mujer, que tiene fines reproductivos, que ambos se deben el uno al otro. Incluso, en nuestro código civil se permitía al hombre matar a la mujer adúltera y salir él libre de su crimen, tal cual como sucedía en las instituciones matrimoniales antiguas. Sin embargo, tan letra muerta es eso en nuestros días que parece risible que la Asamblea Nacional no haya hecho nada para eliminar ese anacronismo ofensivo y evidentemente machista del nuestras leyes.

El matrimonio civil era casi un calco del matrimonio eclesiástico en casi todos los aspectos, incluso en las formas de realizar el divorcio. Nuevamente mi hermana me ha explicado que en la legislación venezolana, quienes se quieren divorciar no pasan por un simple y llano trámite en los tribunales civiles (Como lo es casarse), sino que todo pasa por un largo, tedioso y horrible proceso más allá de lo estrictamente necesario. Incluso si no hay hijos, ni bienes que repartir y si ambos están absolutamente de acuerdo en separarse, la ley les impone que deben esperar por lo menos un año en el cual se les “permite” (sí, con esa misma palabra) realizar la “separación de cuerpos”, tiempo después del cual es posible comenzar el proceso de divorcio en sí. Lo más cumbre es que la ley aún tiene el descaro de exigir a los conyugues respetarse y ¡ser fieles! Es decir ¿Fiel a una persona con la que ya no quieres estar? El legislador habrá sido bien tarado para no haber pensado en ese detalle. Imagínense si así es cuando los dos esposos están de acuerdo y no hay ni habrá discusión, todas las trabas que pone en casos cada vez más complejos. Al final, muchos de esos matrimonios infelices que vemos por allí se mantienen unidos única y exclusivamente porque peor sería tener que pasar por un divorcio. ¿Qué más da?, ¡felices los cuatro y listo!

De tal forma que el matrimonio civil adquiere así el estatus de institución, el fundamento del a familia judeocristianamente aceptable, conformado por papá, mamá, hijito e hijita, justo como en un panfleto católico salido de la mismísima oficina papal. ¿Casual? Absolutamente no.

La sociedad de nuestro tiempo, sin embargo, es tan diferente a la sociedad en la cual se instaura esta institución civil, que no solo no encaja con la forma de vivir de cualquier mortal venezolano del siglo XXI (por lo menos en las zonas urbanas), sino que es incluso denigrante y hasta una perversidad. Mujer, ¿para qué casarte si eso implica que socialmente te vas a ver obligada a servir a tu marido, a serle fiel en sus borracheras y mezquindades machistas y de paso, tener los hijos, limpiar la casa y hacerle la comidita a él? Y hombre, ¿Para qué casarte, si ya no representa ninguna ventaja para ti, si las mujeres hoy en día no están obligadas a servirte, si ellas ahora son las que “llevan los pantalones” y te van a mandar a limpiar hasta la poceta y de paso, si se divorcian, lo cual tiene una probabilidad de 60% de ocurrir según las estadísticas, estás en absoluta indefensión ante un juez, porque por alguna extraña razón la ley considera automáticamente a la mujer más capaz que el hombre para quedarse con los hijos, por lo cual ella se va a quedar con la casa, el carro, tu sueldo y hasta el perro pulgoso y sucio que ella siempre odió cuando estaban casados ahora de divorciados te lo va a querer quitar? ¡Tendrás que volver a vivir con tu madre, porque no vas a tener nada en la vida!

Aunque parezca caricaturesco el párrafo anterior, de hecho esa es la forma en la cual ya mucha gente hoy en día ve el matrimonio. El resultado, entre cierta clase social, profesional, moderna y educada, es que la edad en la cual la gente se casa fue subiendo de veinticinco a veintiocho, luego a treinta, y luego a treinta y tantos y ya casi llegamos a los cuarenta. Y es que el matrimonio es para muchos ya la última opción, ya ni siquiera desesperada, sino más bien resignada, como cuando ya la gente se cansa de hacer lo que quiere y dice “Bueno, ¿Qué más? Será que me caso”. No sé si peor es el matrimonio entre las clases más pobres e ignorantes, que parecen verlo a veces como una suerte de “hobbie” divertido en donde la gente se casa y se divorcia a voluntad, como un medio para escapar de la pobreza pero que termina hundiendo a la gente en una pobreza aún peor o como una obligación social, como la fiesta de los quince años de las niñas, que no saben bien qué sentido tiene, pero que igual lo hacen porque todo el mundo lo hace.

¿Qué es el matrimonio en nuestros días? Depende de a quien le preguntes, pero la mayoría de los jóvenes de hoy lo ven como algo muy lejano, una costumbre extraña que muchos están dispuestos a hacer por cualquier razón, excepto por las originales que le crearon. Ya no es una institución santa, sino un anacronismo que existe entre nosotros hoy en día más para crear problemas que otra cosa, que nos hace gastar millones de bolívares al año de forma inútil en gastos judiciales ridículos y en abogados que, como mi hermana, se sienten felices cada vez que “les cae un divorcio”, porque ganan mucho dinero haciendo poco o que enfrascan a las sociedades en discusiones absurdas como ¿Tienes los homosexuales derecho a casarse? Como si dando o negando el derecho a casarse se defendiera algo que, virtualmente, no existe. Y es que yo sostengo firmemente: no, hoy en día el matrimonio, como tal, como institución santa y originaria creada por las religiones, no existe.

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