jueves, 19 de agosto de 2010

MATRIMONIO HOMOSEXUAL. PARTE 2

SACRAMENTO, CIENCIA Y CONTRATO


El matrimonio es un sacramento. Es decir, es una ley divina, algo que el hombre no ha impuesto en sus propios estatutos, sino que el mismísimo Dios ha puesto sobre el mundo. El matrimonio forma parte de los siete sacramentos católicos (a saber, los de iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía; los de curación: el perdón y la unción; y los de servicio: orden sacerdotal y matrimonio) y como todo sacramento, es un acto santísimo en el cual la intervención divina está presente.

El matrimonio como sacramento es, por tanto inamovible, invariable, impoluto y no hay rey o reina, príncipe o princesa, emperador o emperatriz, ni República alguna que por medio de la ley pueda variar la naturaleza del matrimonio. El matrimonio es entre un hombre y una mujer y punto.

Y yo no voy a negar nada de eso. El matrimonio es un sacramento y lo es porque al final de cuentas fueron los religiosos quienes lo inventaron. A lo largo de los siglos en diversas culturas el matrimonio se ha constituido en fundamento de la familia, considerada por muchos la cédula fundamental de toda sociedad (aunque yo discrepo de esta opinión, pero bueno, eso es asunto para otro escrito). El matrimonio tiene fines fundamentalmente reproductivos, pues Dios lo instituyó, según la mitología cristiana, a fin de que los creyentes se expandieran en número por el mundo, sin embargo, eran estas uniones estables las que garantizaban el éxito de semejante explosión demográfica.

Existe tal vez una creencia generalizada de que las sociedades fuera del matrimonio cristiano tienden a ser desordenadas sexualmente y la poligamia y el libertinaje pululan. Sin embargo, esto no es cierto. Incluso entre las sociedades prehistóricas se han descubierto indicios que dan a entender que ya desde esa época existían uniones estables entre personas y que demuestran que a lo largo de la historia la promiscuidad socialmente extendida en realidad era muy extraña, si no inexistente. Hoy en día, por ejemplo, tenemos la tendencia a pensar en la antigua sociedad griega como una suerte de gran orgía constante, sin embargo, nada está más alejado de la realidad. El matrimonio y la fidelidad eran tan apreciados en ese tiempo como lo son ahora. Es simplemente que nos encontramos ante una sociedad que apreciaba el erotismo de una forma mucho más elevada de lo que nosotros solemos apreciarlo ahora. Después de todo, donde para ellos lo que existía era la influencia de un dios sublime, juguetón y grácil, Eros, nosotros lo que vemos es inmoralidad, perversión y libertinaje. Ya para nosotros es infidelidad el simple hecho de que un hombre o una mujer casados aprecien los atributos físicos de otro, pero ellos glorificaban la belleza física al punto de que aquel que no la apreciara, incluso si no era la del esposo o esposa, era visto con desdén y desconfianza. Sin embargo, aún a pesar de eso, las uniones estables, el matrimonio como ceremonia religiosa y como forma de vida, existían en esa sociedad y estaban tan extendidas como ahora.

Eso nos lleva pensar en un sustrato diferente, pues no puede otra cosa sino sorprendernos que el matrimonio prospere incluso en sociedades en las cuales ser libertino y promiscuo era muy fácil y hasta tentador (como en la Grecia antigua, en donde ser bello físicamente y tener figura atlética era prácticamente un requisito social indispensable, como vestirse). Esto nos lleva a pensar en el matrimonio de una forma diferente y nos hace preguntarnos cuál es el trasfondo psicológico del mismo. Es evidente que tiene que existir un fundamento biológico para este particular comportamiento humano y en efecto, la ciencia moderna lo ha estudiado y explicado.

La biología parece haber descubierto que las especies tienen comportamientos sexuales diferentes de acuerdo a las necesidades y particularidades reproductivas de cada una y eso es muy lógico, puesto que si las especies tuvieran comportamientos sexuales contrarios a su conveniencia evolutiva, simplemente ya hubieran desaparecido. Yo, en lo particular, estoy seguro de que a lo largo de la historia han existido millones de especies adicionales a las actuales y a las conocidas del pasado, que tenían comportamientos contrarios a su propia evolución, y simplemente desaparecieron. Por ejemplo, una especie en la que el suicidio es un comportamiento frecuente, aceptable y deseable, está condenada a su propia extinción. Estoy seguro de que alguna especie así ha existido en algún momento, pero hoy en día no sabemos nada de ella, porque apenas comenzó su camino evolutivo desapareció rápidamente y ese gen que les obligaba a cometer suicidio rápidamente se aniquiló a sí mismo. En cambio, el gen que motivaba a las especies a mantenerse con vida a costa de lo que fuera, a sobrevivir lo máximo posible se reprodujo así mismo tanto como pudo y su éxito es el sustrato biológico por el cual hoy en día nosotros, seres humanos pensantes y racionales, sentimos un repudio visceral hacia el suicidio, sin darnos cuenta de que es un instinto que nuestros genes nos imponen. Luego podemos disfrazar como queramos ese instinto de repudio e incomprensión con teorías desde las más locas (el suicidio es malo porque Dios lo dice) hasta las más racionalistas (esta misma teoría que expongo). Pero invariablemente, al final no puede evitarse llegar a la conclusión de que todo es en realidad producto de un azaroso proceso en el cual la naturaleza crea genes, características físicas y comportamientos virtualmente “a lo loco” de las cuales sólo aquellos comportamientos y características realmente adaptadas al entorno tienen éxito y los demás, al final mueren en el olvido.

El comportamiento sexual del hombre, estoy seguro, también tiene un sustrato evolutivo similar y no puede ser de otra forma. Sé perfectamente que para mucha gente esto es horrible, el hecho de suponer comportamientos particulares en los humanos a causa de desarrollos evolutivos, puesto que eso nos pone demasiada cerca de la naturaleza. La mayoría de la gente tiene ideas sobre la humanidad muy enaltecida de acuerdo a su propio ego y en general, en la mayoría del las religiones, por ejemplo, el hombre es el centro de todas las cosas. Después de todo no somos cualquier cosa, somos los Hijos de Dios. Sin embargo, allí viene la ciencia en general y la biología en particular para darnos de bofetadas en la cara. Y en el caso del matrimonio, son muchos los pescozones que nos puede dar.

Es indiscutible en fuerte componente sexual del matrimonio, así que lo más lógico es ver qué han descubierto los biólogos y psicólogos sobre el comportamiento sexual del ser humano en su estado más prístino y primitivo.

En primera instancia, es necesario entender el sexo en su contexto biológico. El sexo es una de las más importantes actividades biológicas para muchas especies superiores, pues es la forma predilecta de reproducción y todos sabemos que no habría vida sin reproducción. Si el primer ser microscópico que existió en el mundo, que dejó un día de ser un coacervado para convertirse en un microbio, no hubiera tenido la capacidad de reproducirse, allí mismo habría comenzado y terminado la historia de la vida sobre la Tierra.

En el caso particular de la reproducción sexual (porque también es necesario aclarar que no todas las especies se reproducen mediante el sexo, por más extraño que esos nos pueda parecer, aunque si lo piensan bien eso nos ahorraría muchos… que digo muchos, muchísimos problemas), como ya lo dije antes, cada especie adquiere comportamientos sexuales adecuados a su especie. Fijémonos, por ejemplo, lo que sucede con la que para mí es el ave más bella de todo el mundo, el Pájaro de Cresta Azul. Resulta que esta ave en particular tiene un comportamiento sexual que podríamos llamar promiscuo y eso es la norma. En cierta época del año resulta que las hembras, por su propia cuenta, comienzan a buscar machos, estos, previamente, han tenido un tiempo construyendo un nido, buscando todos los artículos de color azul para “decorarlo”. La hembra va de nido en nido, juzgando a cada macho por la construcción realizada y también por la propia ceremonia desplegada por él para conquistarla. Al final, ella, luego de ver uno y otro, se decide y se aparea con el más conveniente según sus gustos. Luego de eso, resulta que la hembra se va para su propio nido y es probable que no vea al macho nunca más en su vida y también resulta que el macho puede hacer el mismo proceso con varias hembras y al final, se va a quedar solo como al principio. ¿Les parece inmoral? Ni hablar, esas pájaras son unas putas calculadoras que solo piensan en acostarse con el macho más macho de todos.

Otro comportamiento sexual muy diferente es el de las truchas de río. Resulta que estos peces tan sabrosos nacen en las partes altas de los ríos y son arrastrados por la corriente hasta lagos y las partes más bajas y tranquilas de los ríos de Estados Unidos, Canadá, de donde son originarias, y en lagunas partes de América del sur, Australia y Nueva Zelanda (introducidos por el hombre, pues no son una especie autóctona de la zona). Estos peses viven tranquilos y sin sexo durante un año entero, hasta que de repente, sienten el sexual y fatal llamado de la naturaleza. Se ven forzados por su reloj biológico a nadar río arriba, contra la corriente cada vez más fuerte, increíblemente escalando montañas y saltando cataratas desde abajo hasta arriba, sorteando toda clase de peligros, osos hambrientos inclusive que los esperan (¿No les parece eso como mucho sacrificio sólo para tener sexo?) hasta que llegan al lugar en el que nacieron hace un año más o menos. En ese mismo instante, ocurre una verdadera orgía colectiva en la que cientos, tal vez miles de peces hembras desovan simultáneamente y cientos de machos a la vez eyaculan. Nadie sabe quién es hijo de quien y al final nada de eso importa, porque ya la mayoría de las truchas que han llegado hasta allá están medio despedazadas por el esfuerzo realizado en llegar hasta allá, algunas tienen pedazos de piel colgando y están sangrantes, tienen yagas y heridas de todo tipo; la muerte las llamas, estando muchas de ellas incluso ya parcialmente podridas. Unos minutos después del acto sexual colectivo, todos los padres y madres truchas mueren a la vez. La primera vez que vi eso por televisión recuerdo que me pareció más terrorífico que cualquier película que haya visto en la vida. Ni El Exorcista, ni Freddy Krueger ni nada de eso me causó tanto terror. Definitivamente, la naturaleza es más mala que el Diablo.

Otro comportamiento sexual bien particular, y definitivamente el sueño de cualquier libertino, es el los bonobos, unos monitos de lo más simpáticos y relajados que viven en el centro de África, actualmente en peligro de extinción. Resulta que estos monitos son los primates más pacíficos del mundo (recordemos que el hombre, los monos comunes, los gorilas, los orangutanes y otras especies similares, también son primates. En general, son los primos biológicos del hombre) y se ha descubierto que todos los conflictos los bonobos los resuelven a través del sexo. Literalmente, esta especie usa el sexo para todo: si dos machos quieren pelear, tienen sexo; si una hembra quiere comida que tiene otro macho, tienen sexo; si una hembra quiere algún objeto que tiene otra hembra, tienen sexo; si una cría desea que un adulto la proteja, tienen sexo (excepto, y ese es el único tabú de los bonobos, con sus propias madres). Incluso, si encuentran una fuente de comida abundante y repentina, sienten tanta emoción que todos tienen sexo con todos, en vez de pelearse los unos con los otros por un trozo. Los biólogos han descubierto que esta especie usa el sexo como forma de disipar la tensión, de reconciliarse entre ellos luego de disputas, como forma de intercambio de favores (lo que para ellos es normal para nosotros es prostitución), como forma de insertar a las crías a la vida social (igualmente, lo que para ellos es normal, para nosotros es pederastia y si es con los padres machos, es de paso incesto), etc.

Y por supuesto, la lista de comportamientos sexuales y reproductivos extravagantes en la naturaleza sigue y sigue y sigue. Y en medio de esta miríada de comportamientos, está la nuestra. Resulta que entre los seres humanos se da un comportamiento bastante particular y poco frecuente en la naturaleza, que, como es natural, tiene un nombre en nuestra sociedad. Es la monogamia. Algunas veces se presenta la poliginia (hombre con varias esposas) o la poliandria (mujer con varios esposos) en las más de las sociedades menos avanzadas (de hecho, se ha observado que la poligamia en realidad se presenta en el 72% de las etnias humanas estudiadas por Murdock, pero las sociedades monógamas son las que tienen la mayor parte de la población del mundo, haciendo la poligamia bastante inferior en número de hecho).

Lo que es extraño en la naturaleza es que dos individuos o un grupo estrictamente limitado de individuos se unan de forma duradera en una relación de tipo sexual. Son pocas las especies que presentan este comportamiento (menos del 5% de los mamíferos según explican algunos estudios), siendo las más documentadas tal vez, la de las aves. Son famosas por su monogamia especies como los cisnes, las águilas y los pingüinos. Sin embargo, los biólogos descubrieron que todas las especies monógamas tienen en común un aspecto: todas tienen en general una sola cría a la vez, la cual nace absolutamente indefensa y suele tener un desarrollo motriz extraordinariamente lento. Ocurre exactamente eso con las crías de águilas, las de pingüinos, las de cisne y las humanas. Existen otras especies que tienen una sola cría por vez, como los elefantes o los monos, pero resulta que estas crías usualmente no son indefensas. Por ejemplo, un elefante bebé aprende a caminar en la primera hora de su vida y un mono bebé nace con la fuerza suficiente como para asirse al pelaje de su madre. Un niño humano recién nacido ni siquiera tiene la fuerza suficiente para levantar su cabeza y lo mismo ocurre con muchas especies de aves, cuyos polluelos son virtualmente inútiles al nacer. Es por eso que la monogamia es más frecuente en aves que en mamíferos. Entre los primates, los únicos monógamos son los seres humanos y el nacimiento de los niños tiene mucho que ver. En general, en comparación con las habilidades de otros bebés primates, los niños humanos recién nacidos parecen extrañamente indefensos y los biólogos han descubierto que la causa de eso ha sido la propia evolución humana.

Resulta que el hecho de que nosotros podamos caminar sobre nuestras dos piernas ha hecho que, en comparación con nuestros primos primates, nuestras caderas sean extraordinariamente estrechas. En efecto, si nuestras caderas fueran más anchas, no podríamos caminar sobre dos piernas, porque nos costaría mantener el equilibrio y tendríamos que balancearnos de una pierna a la otra. Pero el estrechamiento de nuestras caderas han tenido un efecto sobre el cuerpo particularmente de las mujeres, y es el hecho de que el embarazo de por sí y el parto, sea todo un trauma. En ninguna otra especie se observa que el parto cause los estragos físicos vistos en las mujeres humanas y piénsenlo bien ¿sería lógico, siendo yo una gacela, parir hoy y necesitar por lo menos dos o tres días de recuperación, prácticamente en cama todo ese tiempo? No me quiero ni imaginar el festín que se darían los depredadores con migo. Pero en las mujeres se produce todo ese estrago físico del parto, que muchas veces es tan fuerte que tanto el bebé como la madre mueren en el proceso. ¿A qué se debe ese ilógico giro biológico? A la evolución.

En cierta oportunidad algún primate en África descubrió que si se mantenía en pie todo el tiempo podía utilizar sus dos manos delanteras para hacer otras cosas. Ese primate transmitió ese comportamiento a sus descendientes y resultó ser algo exitoso, por lo cual el gen que impulsaba a mantener esta conducta se reforzó. Pero ocurrió que tener las dos manos libres requería de mayor inteligencia, puesto que las manos libres eran instrumentos muy versátiles y quienes mejor las sabían usar tenían más éxito económico y social (si era un macho el de estas habilidades especiales, era mejor visto por las hembras y todas se querían reproducir con él, expandiendo sus genes y si era una hembra, todos los machos la deseaban a ella pero ella seleccionaba exclusivamente a los mejores de todos, a los superiores, los más parecidos a ella misma). Así la evolución se abría camino. Generaciones pasaban y los que mejor caminaban y corrían tenían más éxito y eso implicaba tener cada vez caderas más estrechas y los más inteligentes manejaban mejor las manos y eso implicaba tener cada vez cerebros y cráneos más grandes. ¿Todo bien hasta ahora? Pues no. Todo parecía lindo y bello, hasta que a las mujeres les tocaba parir. Resulta que ellas tenían cada vez caderas más estrechas, a la vez que sus hijos tenían cada vez cabezas más grandes, haciendo del parto un momento traumático para el niño que tenía que hacer pasar su cabeza por una cadera muy pequeña, estrujándole el cráneo y el cerebro, y para la madre, que tenía que expandir su cadera lo máximo posible, lo cual le causaba dolores terribles y rasgamiento de sus tejidos internos. Evidentemente muchas primates murieron en esos primeros momentos cuando los cráneos de sus hijos no pasaron por sus caderas y ellas se quedaron con los niños dentro de ellas, mientras su cuerpo pujaba constantemente en un acto reflejo que no terminaba sino hasta matarlas (y disculpen lo gráfico de la explicación, pero como ya les dije y lo dejo por sentado, la naturaleza es más mala que el Diablo).

Sin embargo, la evolución encontró la solución. Resulta que algunas de esas primates anteriores a la especie humana tenían la tendencia natural a tener partos prematuros, lo cual es una desventaja muy peligrosa, pero a ellas les causaba de hecho un parto más fácil. Sus hijos tenían el cerebro y el cráneo más pequeños que los de un niño completamente formado, por lo tanto cabían mejor dentro de sus caderas, a la vez que el cráneo del bebé aún era blando, por lo tanto se podía moldear al momento del parto y pasar más fácilmente. El resultado, se premió, irónicamente, a las primates que tenían hijos prematuros, pues mientras las que tenían los niños a su tiempo después no los podían parir y morían con niños y todo dentro de ellas sin poderlos expulsar y las que retenían menos tiempo a los niños no morían y con suerte, los niños tampoco morían. Esto nos lleva a una conclusión escalofriante pero científicamente comprobada. En comparación con otros bebés primates, los bebés humanos nacen todos, incluso los de nueve meses, prematuros. Para que un niño humano tenga al momento de nacer las mismas habilidades de un bebé chimpancé recién nacido, tendría que nacer casi a los dos años de edad, es decir, la gestación tendría que durar casi tres años, lo cual implica que los niños humanos nacen casi dos años adelantados en términos de lógica biológica. Ahora, finalmente sabemos por qué los bebés humanos son tan débiles e inútiles al nacer. Sin embargo, ahora tenemos otro problema y muy grave. La mayoría de los mamíferos hembra tienen a sus crías y ellas se encargan por sí mismas de ellos. Sin embargo, esas crías suelen tener, desde su mismo nacimiento, cierto grado de independencia y, aunque sea si hay algún peligro pueden correr. Pero los niños humanos durante un buen tiempo ni siquiera pueden levantar su cabeza, ni moverla si vomitan sobre sí mismos y evitar ahogarse con su propio vómito. Son tan prematuros que nacen con los ojos aún sin formarse por completo y de hecho hoy sabemos que los bebés son virtualmente ciegos al momento de nacer y solo son capaces de distinguir manchas de luz y sombra. El resultado de ello es que la madre quedaría prácticamente presa de su cría, pues ella no lo puede desamparar ni un instante por lo menos durante los próximos tres a cuatro años. En la naturaleza resultaría eso una sentencia de muerte, puesto que eso significa que ellas no pueden ir a cazar ni recolectar, pues sus niños apenas soportan cambios de temperaturas, no soportan muchos movimientos bruscos y si necesitan esconderse de algún peligro, resulta que sus niños todo lo que sienten lo expresan de la forma más escandalosa posible: llorando, atrayendo a cuanto depredador tengan cerca.

Y he aquí la solución que la evolución dio a ese problema: la monogamia. Son muy pocas las especies que pasan por este trauma de tener crías inútiles durante tiempos prolongados y casi todas ellas son aves (lo cual es lógico, porque resulta que las aves tienen huevos pequeños, porque de tener huevos más grandes tendrían el mismo problema de no poderlos expulsar y de esos huevos pequeños resultan crías muy pequeñas y débiles a las que les falta crecer mucho) y en todos los casos la solución es la monogamia. Resulta que en este caso las hembras tienen que tener un ojo clínico y no solo deben seleccionar al mejor macho, al más fuerte, al más exitoso, al de pene más grande o al de los músculos mejor formados. Ahora tiene que seleccionar, de paso, al más comprometido. Ella podrá tener algún hijo con ese superhombre espectacular, pero es muy probable que ese ingrato la deje sola con el niño, debido a que al macho la naturaleza le impulsa a ir después con otra hembra y luego con otra y con otra. La mayoría de los machos en las especies hacen eso y es lo natural.

Ella, entonces, tiene que buscar otro macho comprometido con ella, uno que no la vaya a dejar sola con el niño. Ese macho puede ser el padre original del bebé, pero es posible que incluso otro macho esté dispuesto a aceptar el hijo del superhombre anterior y lo críe como suyo. Este hombre a lo mejor no es físicamente tan potente, pero entre sus genes tiene uno que le impulsa por alguna razón a comprometerse en la crianza del hijo, incluso si no es suyo. Muchos biólogos suponen que en ese momento muchos hombres criaron hijos que no eran suyos, pero al crear relaciones duraderas con las mujeres, por lo menos durante unos años, eventualmente la mujer tuvo más hijos de ese hombre comprometido que del superhombre inicial. Por cada descendiente del superhombre, cada mujer necesitaba otro hombre más comprometido y lo más probable es que al final, haya tenido en total tres o cuatro hijos en su vida, uno del superhombre y los otros del hombre no tan poderoso pero sí más comprometido. Al final, como el lógico, el gen del compromiso masculino se extendió con mayor éxito que los otros genes. Con el tiempo, los genes del superhombre se mezclaron con el del hombre comprometido, amalgamando ambos y conformando el hombre moderno, con cierta tendencia natural a crear relaciones duraderas durante un tiempo. Los biólogos estiman que ese impulso de compromiso dura cuatro años aproximadamente en la mayoría de las ocasiones. En ese tiempo, la hembra usualmente ya se “aburre” del macho con el que se comprometió y el macho comienza a tener el impulso de comprometerse con otra hembra. Todo coincide con los cuatro años aproximados del niño y resulta que a esta edad ya la cría humana tiene la suficiente fuerza e inteligencia como para valerse por sí misma en ciertas cosas y por lo tanto ni la madre ni el padre necesitan estar absolutamente dedicados a cuidar del niño. Casualmente, también de los cuatro a los diez años luego del matrimonio es el momento más propenso para que ocurra el divorcio, de hecho, estadísticamente, la mayor parte de los divorcios ocurren en ese lapso, siendo que aquellos matrimonios que superan los diez años de duración, pasan una prueba muy importante y es cada vez menos probable la separación. Es evidente que la biología, por más que nos parezca animal, tiene un papel preponderante en nuestras actuaciones.

Y he allí el sustento biológico y científico del matrimonio. Es natural que el hombre juzgue la unión duradera entre un hombre y una mujer como la forma legítima del comportamiento sexual. Gracias a nuestra evolución, juzgamos esta unión como necesaria y lógica, aún cuando en la naturaleza no sea más que una rareza casi inexistente. Nuestro modelo del mundo y del comportamiento normal tiene integrado ese comportamiento, el cual lo llevamos en los genes y por lo tanto hacemos proyecciones morales de dicho comportamiento hacia el resto de la naturaleza, del cual nos consideramos el centro definitivo. Llegamos a ser tan prepotentes que incluso nos atrevemos a juzgar de acuerdo a nuestros propios valores a las demás especies.

Yo mismo hice ese ejercicio hace un rato y seguramente usted, mi querido lector, lo habrá tomado por algo tan natural que ni se dio cuenta de ello. Juzgué de putas, frías y calculadoras a las hembras de pájaro de cresta azul, de infelices y excesivamente esforzados a las truchas y de pederastas, incestuosos, prostitutos (básicamente de totales inmorales) a los bonobos. Sin embargo, ¿Cómo puedo juzgarlas sin conocer su situación? Será un ejercicio interesante más bien juzgarnos a nosotros de acuerdo a la proyección moral que aquellas especies antes descritas puedan hacer sobre nosotros si ellas fueran la especie dominante del planeta. Comenzando con las aves de cresta azul, resulta que estas tienen una sola cría por vez cada dos años, sin embargo, dicha cría no nace tan absolutamente inútil como las crías de otras aves, la hembra puede cuidarla sola y de hecho así lo hace. El macho ve por sí mismo la mayor parte del tiempo sin importarle mucho las hembras o sus crías. Estas aves dirían de nosotros que somos una especie, sin embargo, complicada y en desventaja, puesto que estamos sometidos a tantas variables sexuales que es virtualmente imposible satisfacerlas todas (el hombre tiene que tener buenos genes, pero ser comprometido, a la vez fuerte, pero no violento. La mujer tiene que tener caderas lo suficientemente anchas pero no ser torpe para caminar, tener ciertas proporciones físicas y actitudes maternales innatas, etc.). Para ellas nuestra evolución ha sido tortuosa, peligrosa y de paso excesivamente dolorosa para las mujeres. Para ellas el sexo es una transacción más lógica que la nuestra: los machos intentan aparearse tanto como pueden mientras las hembras se aparean sólo con el mejor de todos. Al final, todos quedan satisfechos, menos los machos inferiores, cuyos genes desaparecerán con ellos, pero ¿A quién le importa? Resulta que entre nosotros, los seres humanos, muchos genes que nos debilitan sobreviven por nuestras costumbres sexuales. Los hombres de genes inferiores siguen reproduciéndose simplemente porque saben que si son hombres lo suficientemente buenos con las mujeres alguna lo aceptará. Para el ave azul eso es un comportamiento inmoral por parte de la hembra humana, puesto que está dispuesta a dar a luz a crías débiles e inferior con tal de no quedarse sola. Si para nosotros la hembra de cresta azul es una puta mercantilista y fría calculadora, pera ellas nuestras hembras son unas dependientes que están dispuestas a desperdiciar las semillas de sus genes con tal de mantenerse con alguien a su lado. ¿Qué es más inmoral?

Si nos juzga la trucha de río tampoco quedamos ilesos. Para ellas nosotros seríamos seres que desperdiciamos la vida en el sexo sin sentido. La trucha se dedica a vivir sin sentir ninguna necesidad sexual durante casi todo su año de vida. La trucha tiene la verdadera oportunidad de realizarse como ser independiente y absolutamente ajeno a terceros. Nosotros, en cambio, nos sometemos a fuertes traumas físicos y psicológicos por el hecho simple de tener una cría. La vida del hombre y la mujer cambian por completo al momento de tener un hijo, dirigiéndose a ese niño casi toda la energía de los padres. Para ellos, nuestros niños no son más que terribles estorbos, horrendos parásitos que nos chupan la vida. La existencia misma se convierte en una tortura para el hombre desde el punto de vista de la trucha. Tal vez incluso nos tengan lástima y justifiquen así nuestros comportamientos violentos. ¿Quién no va a ser violento viviendo en semejante estado de constante frustración? Ellos tienen sexo una sola vez en su vida y en su lecho de muerte. Al final, iban a morir de todas formas porque su reloj biológico así lo indica, sin embargo, no gasta más energías de las necesarias, en cambio nosotros no podemos decir lo mismo.

Desde el punto de vista de los bonobos (y esto es difícil de aceptar, pero hasta ellos tienen ciertos valores morales que les dan derecho a juzgarnos como nosotros a ellos), nosotros no seríamos más que una especie violenta a causa de no saber resolver conflictos de forma adecuada. Y yo creo que viniendo de una de las especies más pacíficas del mundo, esto es toda una lección. ¿Qué es más inmoral, tener sexo libre para resolver conflictos o enfrascarnos en guerras fratricidas por el simple hecho de no tener métodos para resolver los conflictos en sus etapas iniciales? Los bonobos nos considerarían una especie peligrosa, dañina de por sí, porque la única forma de resolver nuestros problemas es imponiéndonos por la fuerza los unos a los otros, extendiendo el sufrimiento entre naciones enteras. Y lo peor de todo es que todos estos conflictos se podrían resolver tan fácilmente a través del sexo, y es que, después de todo, todos tenemos penes, vaginas, anos y bocas para juguetear los unos con los otros, siendo todo eso una transacción sexual tan simple y natural que no tiene sentido no utilizarla. Imagínate, por ejemplo, que comienzas una discusión con un vecino por cualquier razón y resulta que él es más grande y más fuerte que tú, te das cuenta que se está enojando mucho y justo cuando crees que lo peor va a pasar, le dices que no se acalore, que simplemente tengan sexo, que después de eso vemos mucho más relajaditos lo que hacemos y listo. La energía violenta se ha disipado y se ha transformado en energía sexual y lo importante es que ninguno ha salido lastimado. Pero no, como eres un ser humano, tienes que conformarte con la tremenda paliza que te va a dar y al final el conflicto igual no se resolvió. Otro ejemplo práctico pero más polémico, al momento de escribir esto, por ejemplo, estoy al tanto del fuerte conflicto que constantemente hay ahora entre Venezuela y Colombia, más bien entre el presidente Chávez y el ahora Presidente Santos. Les juro que daría lo que fuera por resolver ese conflicto simplemente con alquilar una habitación de hotel, poner unas flores por allí y unos aceites aromáticos por acá y dejar a ambos presidentes solitos un buen rato allí adentro, que se tomen todo el tiempo que necesiten, que pasen una luna de miel de ser necesario, pero que salgamos con ese problema resuelto de una vez. Pero no, nosotros preferimos cerrar fronteras, cerrar embajadas, encarcelar turistas de un lado y del otro, insultarnos los unos a los otros, amenazarnos mutuamente y luego, lanzarnos bombas, matar a tantos como podamos del otro bando y después, cuando nadie haya ganado nada, ponernos a llorar y pedirnos perdón después del trauma. Díganme, ¿son los bonobos más inmorales que nosotros?

Pero bien, resulta que no somos ni aves de cresta azul, ni truchas ni bonobos. Somos seres humanos y por lo tanto juzgamos las cosas de acuerdo a nuestro propio punto de vista, siendo esto de dejarnos juzgar por otras moralidades animales simplemente un ejercicio teórico que nos ilustra acerca de la importancia de entender cuán importante es la biología en la forma en la cual nosotros vemos el mundo y como podría ser visto y juzgado, si tan solo se hubiera dado la casualidad de que la especie moral del mundo no hubiéramos sido nosotros sino otra. Existen pruebas suficientes que nos indican que el comportamiento moral en realidad se encuentra radicado en nuestros genes, a diferencia de lo que muchos creen, que insisten en que la moral viene de Dios o de cualquier otro ser o entidad superior. La mayoría de los comportamientos que consideramos morales (no matar, no violar, no lastimar a otros sin tener necesidad estricta de hacerlo, no robar, etc.) en realidad provienen de la naturaleza. Especies en las cuales matar a otros es lo normal se extinguieron porque al final, todos se mataron entre sí e incluso si le das una última oportunidad, igual lo harían: si pones a un macho y a una hembra juntos, a lo mejor antes de reproducirse deciden matarse, el macho mata a la hembra y al final el macho no tiene con quien reproducirse y con él muere la especie entera. De esta forma, sólo las especies con ciertos comportamientos lógicos sobrevivieron: aquellas que no se mataban, violaban o lastimaban entre sí por placer, aquellas que no se robaban los recursos si había abundancia para todos, aquellas que evitaban disputas innecesarias. Al final todas estas actitudes lógicas nosotros vinimos y las tildamos de morales, intentando darles una importancia filosófica que es más bien científica. ¿Acaso nosotros no matamos simplemente porque Dios algún día le dijo a Moisés que no se debía matar? ¿Y qué hay de esas sociedades previas a Moisés? ¿Se mataban sin son ni ton hasta que Dios les dijo que no lo hicieran? Para desilusión de muchos, no es así. No necesitamos que Dios nos diga que no debemos matar, instintivamente sabemos que no debe matarse, aunque muchas veces parece que lo hacemos sin sentido. La gente no se mata simplemente al verse, sino cuando se crean condiciones para ello y usualmente antes de llegar a un recurso tan extremo como el de matar, se pasan etapas previas de resolución de conflictos. Aquellas personas que matan simplemente porque quieren las consideramos desequilibrados mentales y las separamos de la sociedad, los sometemos a tratamientos psicológicos y psiquiátricos extremos, los torturamos si no responden y si finalmente nada funciona, muchas veces los condenamos simplemente a cadena perpetua en total aislamiento o a muerte.

Sin embargo, necesitamos institucionalizar los hechos morales de origen biológico y así No Matarás se convirtió en uno de los diez mandamientos. En el aspecto sexual, también esa necesidad institucionalizadora se impone. No desearás a la mujer ajena no es más que la traducción de una ley biológica: es necesario mantener en la medida de lo posible la monogamia y por lo tanto deben evitarse conflictos sexuales. Respeta a la pareja de tus semejantes y manténganse los conyugues fieles entre ellos. No hay que ser un genio para deducir que lo más lógico es que esta institucionalización, al final, deviene en el matrimonio.

En nuestras sociedades regidas por las leyes, el matrimonio, por lo tanto, también se convierte en una institución legal. En las sociedades religiosas el matrimonio era un sacramento pero en las sociedades seculares, evidentemente, tiene que ser otra cosa, porque, por principio, hemos entendido que en las sociedades humanas casi nada es permanente. De esta forma el matrimonio civil tiene que ser algo distinto jurídicamente a un sacramento, ¿pero qué?

Bueno, una de las definiciones más impopulares del matrimonio hace su aparición aquí, pero en cuanto a las leyes ha sido la que mejor ha funcionado. El matrimonio civil no es más que un simple y llano contrato. Suena feo, pero lo es.

El matrimonio no es más que un acuerdo al que llegan dos personas para unir sus bienes y sus actos civiles, haciendo los efectos de que en realidad son una sola persona. Este contrato tan especial, al igual que todos los contratos, revela su naturaleza estrictamente mundana cuando el divorcio se convierte en su forma de disolución. El divorcio es la marca fundamental que diferencia el matrimonio civil del eclesiástico, pues todo acto civil puede deshacerse con otro acto civil, no así pasa con un sacramento, que una vez realizado, es irreversible.

Pero el gran meollo del asunto es que el matrimonio como concepto fue originariamente una institución eclesiástica y durante los estados más primitivos de las sociedades humanas siempre fue así. Era de suponerse que en la mayor parte del mundo la institucionalización civil del matrimonio no iba a ser más que una copia del matrimonio religioso, puesto que este era el modelo ya conocido y socialmente aceptado. Incluso hoy en día en algunas partes del mundo esto llega a extremos de una ridiculez suprema. En Estados Unidos, por ejemplo, la obsesión por controlar la inmigración ilegal llega al extremo de llevar a las autoridades a revisar cada matrimonio de un estadounidense con un extranjero. Los argumentos son estúpidos: el matrimonio es una institución fundamentada en el amor, la fidelidad, el respeto mutuo y el deseo de compartir una vida en común, por lo tanto, las uniones de extranjeros con americanos por conveniencia (para que al extranjero le sea otorgada la visa americana) son perseguidos y, peor aún, juzgados de ilegítimos e ilegales. Notarán que las características con las que las instituciones norteamericanas juzgan la validez de un matrimonio son sospechosamente similares a las que las religiones esgrimen. Sin embargo, y en vista de que ya sabemos que desde el punto de vista civil, el matrimonio no es más que un contrato, no puede sino darnos risa la actitud de las autoridades de inmigración. Pues les tengo una noticia a los señores de Inmigración: TODOS LOS MATRIMONIOS EN EL MUNDO SON POR CONVENIENCIA. Así como lo leen. Incluso aquellas parejas que se aman de verdad y por eso se casan al final también por conveniencia es que se casan, porque dado el amor que sienten el uno por el otro, sienten y creen que es lo mejor para ellos. Sin embargo, si somos objetivos las razones por las cuales se casa la gente no nos deberían importar, porque al final de cuentas, cuando la gente celebra un contrato de cualquier otro tipo nadie se inmiscuye en las razones por las cuales la gente lo contrae. Es decir, si vas a alquilar o vender una casa, ningún juez le pregunta a los celebrantes: ¿Y ustedes se aman, se adoran, se respetan y se juran que esa casa se la traspasan por causa de la confianza y el amor que se tienen entre ustedes? Qué ridiculez tan grande sería eso, pero cuando se trata del contrato matrimonial, hasta nos parece extraño que el juez no se ponga todo meloso y cursi frente a todo el mundo. Un verdadero irrespeto para cualquier contribuyente.

Como simple contrato que es, de paso el matrimonio civil está viciado de una serie de extrañas imposiciones ilógicas que contradice cualquier espíritu científico en las leyes. ¿Por qué razón no es posible que se contraiga matrimonio con personas del mismo sexo que uno? Y de paso ¿por qué razón sólo dos personas pueden contraer matrimonio? ¿Qué pasa si cinco adultos, completamente consientes de lo que quieren hacer, quieren contraer todos matrimonio entre sí? Una situación extraña que no se da en ninguna otra clase de contrato. En un contrato de compra venta incluso se permite a personas naturales vendan cosas a personas jurídicas o que un solo bien termite teniendo un número virtualmente infinito de dueños. ¿Por qué razón lógica no es así con el matrimonio? Fácil, no hay razón lógica. Todo es causa de que simplemente aquella tan cacareada separación entre la Iglesia y el Estado de la que tanto nos hablaron en el colegio en realidad no existe y que por más que nuestros gobiernos nos digan que no, que las religiones dominantes no interfieren con las decisiones estatales, en realidad sí lo hacen.

El matrimonio civil es en realidad un calco del matrimonio religioso, que exige desde el punto de vista civil actitudes y sentimientos absolutamente ridículos a los ciudadanos en actos que deberían tener un mínimo racionalidad. Mientras el matrimonio civil no deje de ser una institución religiosa y no se convierta en lo que se supone es, un acto civil, el asunto no dejará de causar polémicas.

Muchos podrán esgrimir a favor de la inamovilidad del matrimonio como institución, por ejemplo, las propias razones biológicas que yo mismo di anteriormente: la naturaleza moldeó el comportamiento humano de acuerdo a un modelo reproductivo heterosexual de relación sexual hombre-mujer, ¿por qué una institución humana iba a contradecir esta máxima? Es cierto, la naturaleza hizo eso, pero debemos recordar que los procesos naturales en el fondo no tienen ningún valor moral y son enteramente azarosos. Al dejarnos juzgar por la moral de otros seres vivos creo que hemos entendido que el modelo reproductivo heterosexual y monógamo humano es uno de entre muchos modelos existentes en la naturaleza, pero que al final nada es definitivo ni apremiante en la misma. Y yo, en lo particular, creo que los bonobos nos han demostrado que hasta el comportamiento más inmoral del mundo de acuerdo a nuestra visión tiene cabida en la naturaleza porque, al final de cuentas, dicha moral no es más que una construcción social nuestra. No nos creamos la “pepa del queso”, nuestra moral es inmoral desde el punto de vista de otros seres vivos.

Pero ¿Acaso no estamos juzgando una institución estrictamente humana? Es decir, muy lindo lo de los bonobos y los pajaritos y los pecesitos sabrosos estos de los ríos, pero ¿no estamos creando modelos a partir de nuestra propia conveniencia evolutiva entonces? Cierto, pero resulta que los bonobos y las truchas y las aves no solo no juzgan el comportamiento de otros, sino que no juzgan el suyo propio ni el de su propia especie. Ellos no tienen la capacidad de hacer dicho ejercicio, pero nosotros sí y mediante nuestra racionalidad podemos darnos cuenta de que, si bien la naturaleza nos ha equipado con ciertas características y cargas, no es menos cierto que ella misma nos ha dado un gran poder de modificación, así que, el hecho de que la naturaleza haya dirigido la evolución del comportamiento sexual humano a través de ese modelo heterosexual, no significa que ciegamente nosotros debamos seguirlo, o sea, ni que fuéramos bonobos que hadamos sucumbiendo ante nuestros instintos animales e inmorales así de fácil.

Y otro argumento por allí que se podría esgrimir, muy necio él por cierto: ¿Ajá, y el asunto este de la homosexualidad en la naturaleza? Pues a eso yo simplemente les respondo que no me hagan perder más tiempo explicando algo sobre lo que ya hablan millones sobre millones de páginas en internet. O sea, simplemente “google it” y encontrarás la información.

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