jueves, 19 de agosto de 2010

MATRIMONIO HOMOSEXUAL. PARTE 4 (FINAL)

LOS HOMOSEXUALES Y LA CUESTIÓN DE LOS HIJOS


La cuestión de la adopción por parte de homosexuales es uno de esos asuntos que nuestra sociedad enfrenta de forma ambivalente, desorientada, sin saber realmente que hacer y cómo actuar. Las opiniones van y vienen al respecto, pero son pocos los que se sientan a pensar en las verdaderas implicaciones de un asunto como este.

En primera instancia, debemos reconocer que el tener hijos es una de las más apreciadas aspiraciones de los seres humanos, siendo un deseo natural para la mayoría. Los hijos representan muchas veces la culminación en cuanto a la satisfacción de la vida personal del ser humano, presentándose por igual entre hombres y mujeres. En este aspecto, nuevamente, nos encontramos ante un impulso de origen biológico que, como todas las cosas, solemos sublimar más allá de lo meramente natural y material, intentando separar esa necesidad humana de los instintos biológicos, aunque cualquier análisis objetivo desdeñe tan sublimación como superflua ya que, aún siendo de origen biológico, el deseo de tener descendencia es, de cualquier forma y por cualquier razón, legítimo.

En la naturaleza la reproducción se da de formas diversas, dependiendo de lo más conveniente según la especie. Los organismos unicelulares se suelen reproducir por simple división celular, es decir, en determinado momento tienen la capacidad de clonarse a sí mismos y dividirse en dos, siendo esta un tipo de reproducción completamente asexual. También se da algo similar en muchos organismos pluricelulares, incluso que ya podríamos considerar animales grandes, como por ejemplo las estrellas de mar, que se pueden dividir a sí mismas en dos o incluso, a partir de un accidente cualquiera. Estos animalitos tan extraños cuando pierden un miembro, no sólo tienen la capacidad de reparar ese daño (el miembro les vuelve a crecer), sino que a partir del miembro perdido comienza a crecer una copia del organismo original, un clon simplemente. Sin embargo, estos casos de reproducción asexual son más extraños.

Los biólogos han observado que para la mayor parte de las especies más complejas es la reproducción sexual la más adecuada, debido a que es mediante el constante “barajeo” de genes que las especies se van fortaleciendo con el tiempo y aumentan su capacidad de supervivencia. Sin embargo, la reproducción sexual tampoco tiene normas fijas. Muchas especies son hermafroditas, es decir, que el mismo individuo puede cumplir las funciones de hembra o macho indistintamente y usualmente suelen intercambiar roles (el individuo que en cierta oportunidad hace de receptor o hembra, la próxima vez que se reproduzca seguramente actuará como depositante o macho). En otras oportunidades, tenemos especies conformadas casi totalmente por hembras con un único macho en el grupo, pero que al desaparecer dicho macho por cualquier razón, alguna de las hembras que quedan asume su lugar y cambia completamente su fisonomía, convirtiéndose ella en el nuevo macho. En otras especies, las hormigas por ejemplo, la sexualidad ni siquiera existe. La mayor parte de esos insectos están atrofiados sexualmente, existiendo entre ellos solo algunos individuos sexuales, una hembra (la reina) y algunos pocos machos (los zánganos), mientras que todos los demás viven sin ninguna identidad sexual en absoluto. Ejemplos como estos podemos seguir enumerándolos, hasta completar toda la gama de formas de reproducción que los biólogos han encontrado.

Sin embargo, para la mayoría de nosotros estas formas de reproducción son chocantes, algunas veces incluso hirientes (como la hembra que se transforma en macho o los hermafroditas de rol intercambiable), ya que van en contra de todo lo que nosotros consideramos moralmente aceptable. Sin embargo, esas viscerales reacciones se explican si entendemos que nosotros, como ya lo vimos anteriormente, solemos juzgar conductas de acuerdo a nuestra propia experiencia como especie, y como somos una especie moral, cometemos el error de proyectar nuestro juicio incluso hacia otras formas igualmente lógicas de reproducción (después de todo la naturaleza les ha dado una oportunidad y en muchos casos ha resultado positivo para dichas especies), las cuales son como son porque el azar natural así las conformó.

La forma de reproducción humana es la más común entre la mayor parte de las especies superiores, entre todos los mamíferos y las aves fundamentalmente. Crustáceos, reptiles, peces, etc. en cambio tienen mucha variabilidad en cuanto a las modalidades reproductivas. Nosotros nos reproducimos de forma sexual (es decir, dos individuos intercambian genes), pero estamos divididos en dos grupos sexuales, machos y hembras, en donde ninguno de los dos grupos tienen capacidad de intercambiar roles a lo largo de toda su vida, es decir, el individuo no cambiará su sexo desde su nacimiento hasta su muerte. Del mismo modo, todos los individuos son sexuales, es decir, todos tienen las mismas capacidades de reproducción de forma igualitaria (salvo casos extraños de esterilidad o asexualidad, es decir, absoluto desinterés por la actividad sexual). En este caso, la hembra siempre será receptora y el macho siempre será depositante y eso es invariable. Otros aspectos que nosotros consideramos inamovibles, como el embarazo y los roles divididos en materno y paterno, en realidad no lo son tanto, por ejemplo, en algunas especies de aves la madre abandona los huevos y es el padre quien los empolla y se encarga de las crías cuando nacen. En los caballitos de mar es el macho el que queda embarazado, el que da a luz y el que se encarga de las crías, mientras es la hembra quien lo abandona luego del acto sexual. Incluso dentro de nuestra propia especie estos papeles que nosotros consideramos más o menos estancos pueden variar con frecuencia, así que vemos muchas madres que tienen muy poco o nada del llamado “instinto maternal”, mientras hay padres que pueden llegar a ser más considerados y amorosos con sus hijos que muchas mujeres.

A diferencia de los demás seres vivos, los seres humanos pareceremos tener una capacidad especial para reconocer modas (en el sentido matemático de la palabra) y establecerlas como “hechos naturales”, es decir, que reconocemos automáticamente aquellas cosas que se producen en la realidad de forma repetitiva y con mayor frecuencia que las demás y luego llegamos a la conclusión de que las cosas tienen que ser así como las vemos en dichas modas. Sin embargo, eso no es más que un grave error del racionamiento, porque desde el punto de vista matemático una moda no es más que un número que se repite con mayor frecuencia que los otros, pero no por eso los demás números dejan de existir ni se convierten en anormalidades matemáticas. Nuestra capacidad para reconocer modas de comportamiento moldea nuestras ideas y a partir de allí conformamos el que es, probablemente, uno de los mayores errores de racionamiento que casi todos nosotros solemos cometer: la formación estereotipos. Por ejemplo, nosotros “sabemos” que todos los japoneses son muy inteligentes, que todas las negras de los Estados Unidos cantan bien, que todos los chinos saben karate, que todos los africanos pasan hambre, que todos los estadounidenses con capitalistas, que todas amas de casa son buenas cocineras, que todos los gays saben del “fashion” y de peluquería y que todas las lesbianas son marimachas.

El error es más grave cuando se hace por extensión de las características de unos pocos individuos al resto del grupo simplemente por desconocimiento. Sigamos con el ejemplo de los homosexuales afeminados. El estereotipo por el que muchas personas se guían es que los gays tienen que ser afeminados. Sin embargo, tan solo pensar un poco al respecto contradice tal afirmación. Es un hecho estadístico comprobado que alrededor del 5% de la población humana masculina es homosexual, pues en todos los países en los que existe libertad sexual, ese es el porcentaje que manifiesta tal conducta (en otros países, evidentemente la cifra es mucho menor, pero tiene que ver esto más con cuestiones sociales.). Sabiendo esto de antemano, debemos remitirnos a la vida diaria de cualquiera de nosotros: todos los días vamos a tiendas, al supermercado, nos montamos en un bus, caminamos por la calle, etc. Supongamos que en un día, cualquiera de nosotros ve un promedio de doscientos hombres desconocidos en la calle. Por cuestiones estadísticas, de esos doscientos hombres, necesariamente el 5% tienen que ser homosexuales, es decir, alrededor de diez. En el caso de las mujeres veríamos algo similar. Si vimos accidentalmente en el día a doscientos hombres, resulta que deberíamos ver un número similar de mujeres o quizá un poco menos (Venezuela es uno de los pocos países del mundo en los que la población masculina es superior a la femenina, aunque es por unos pocos cientos de miles de diferencia). Resulta que estadísticamente, el 3% de ellas debería ser homosexual, es decir, alrededor de unas seis de ellas debía ser lesbiana. Sin embargo, lo normal es que puede haber pasado todo el día y virtualmente no haber reconocido ni siquiera a uno solo de esos potenciales 16 homosexuales. El día que lleguemos a nuestra casa habiendo reconocido en la calle a diez gays y seis lesbianas, pegaríamos el grito al cielo diciendo que el mundo está perdido (digo, eso diría un heterosexual tradicional).

El estereotipo del gay afeminado y la lesbiana marimacha proviene simplemente de un error de percepción, pues los únicos gays y lesbianas que son reconocibles a simple vista como tales son estos. Nuestra mente preparada para reconocer modas, automáticamente asume que si esos son los únicos que yo puedo reconocer ha de ser porque esos y solo esos son los que existen y por lo tanto, llego a la máxima de que TODOS los gays son afeminados y TODAS las lesbianas son hombrunas. Es por eso que mucha gente actúa con sorpresa cuando se entera de que “Fulanito de Tal” es homosexual, diciendo: “¡No puede ser! Pero si él es un “Macho vernáculo” de verdad”.

Hace un tiempo recuerdo que en NatGeo transmitieron un programa llamado (creo que así era, no estoy seguro) Sexo Salvaje, en el que exploraban las costumbres sexuales de distintas especies animales. Uno de los programas de la serie trataba sobre las “inmoralidades” animales. Aquel programa fue una orgía casi pornográfica de actividades sexualmente chocantes a la norma: homosexualidad, incesto, sexo caníbal, sexo grupal, violaciones, sexo entre distintas especies, pederastia, prostitución, frotismo y hasta necrofilia. Recuerdo que cuando mi hermana vio ese programa quedó completamente horrorizada, diciendo que no sabía que en la naturaleza se presentaban tandas “anormalidades” juntas, que aquello era un horror y una total “inmoralidad”. Luego comenzó a reír y dijo: bueno, es que son animales, se guían es por instinto. La reacción de mi hermana se debe a que ella está acostumbrada a vivir en un mundo donde las modas de las conductas sexuales son las que ella ya conoce de antemano y que todos ustedes ya saben cuáles son: sexo heterosexual, dentro de un matrimonio, con fines reproductivos y de compenetración afectiva de la pareja y sin violencia física o psicológica. Sin embargo, algunas de las costumbres sexuales alternas son frecuentes y estadísticamente varias de ellas parecen ser constantes, como el porcentaje de homosexuales en las sociedades, siempre cercano al 5%. Los seres humanos, pues, pensamos de acuerdo a lo que vemos y no necesariamente a lo que sabemos, por lo tanto, las costumbres invisibles las solemos encajonar dentro del compartimiento de “inmorales”, aún cuando dichas costumbres puedan ser consideradas tan naturales y normales como las más frecuentes si pensamos de forma racional.

En el caso particular de la homosexualidad, se ha discutido mucho sobre su origen y sobre su “naturalidad”. La discusión parece haber sido ya resuelta por los biólogos, quienes han documentado conductas homosexuales en individuos de diversas especies. Mucho se ha discutido sobre si se trata de una anormalidad biológica o si presenta en cambio alguna ventaja evolutiva. Algunos biólogos han propuesto que se trata de una ventaja evolutiva que tiene que ver, sobre todo, con la crianza de las crías. La conducta homosexual documentada entre los cisnes negros (una especie monógama), por ejemplo, ha sido fundamentalmente entre machos, llegando a una proporción exorbitante de hasta una cuarta parte de las parejas (un 25%). Es evidente que estos dos machos jamás podrán tener crías por su propia cuenta, por lo que con frecuencia recurren a una hembra. El macho dominante se aparea con la hembra y los tres establecen una relación de cuidado mutuo mientras ella pone un único huevo. Una vez que la hembra pone el huevo, el macho dominante la ataca violentamente y la expulsa del grupo mientras que el otro (que asume la postura de la nueva hembra) lo empolla. Otra de las técnicas frecuentes observadas en la especie es la de apoyarse en su superioridad física (dos machos son más fuertes que una hembra y un macho) y robar un huevo de una pareja heterosexual. De esta forma, ambos machos cuidarán del polluelo al nacer. Sin embargo, a pesar de que instintivamente nosotros pensemos que dicho polluelo necesita a su madre, los observadores de la naturaleza han descubierto que las posibilidades de sobrevivencia de esta cría es muchísimo mayor a la de sus congéneres, que nacen todos más o menos en la misma temporada, como es frecuente en la naturaleza. La razón de esta ventaja es que, si bien uno de los machos puede llegar a asumir una postura “afeminada”, al final de cuentas son dos machos los que cuidan al polluelo. Los machos son más grandes y fuertes que las hembras, vuelan con mayor velocidad y por lo tanto ambos machos pueden alimentar mejor a sus crías, pueden defenderlas mejor de la competencia y de los depredadores que si uno de los miembros de la pareja fuera una hembra, que usualmente huye de las peleas para no salir lastimada. Se han visto casos en los que los dos machos incluso atacan a las parejas vecinas, conformados por un macho y por una hembra normalmente, para robarle los recursos que tengan y dárselos a su polluelo. El resultado es que casi todos los polluelos de esta clase de uniones en esta especie de aves sobreviven, mientras que en los otros casos dicha supervivencia está más comprometida.

En el caso del delfín mular o pico de botella (delfín común), por ejemplo, se han observado grupos constituidos por dos machos o más (esta especie suele vivir en grupos de hasta quince) que virtualmente asedian a las hembras durante su celo y luego se reproducen con ellas, sin embargo, una vez que la hembra queda preñada, regresan a su grupo original conformado solo por machos, en el cual ellos suelen tener encuentros sexuales entre ellos mismos. En esta especie, los observadores han determinado que estos lazos se forman desde muy temprana edad. Las crías de machos que nacen dentro del mismo grupo comparten toda su infancia juntos. Los machos suelen separarse de sus madres, mientras que las hembras se quedan con ellas, conformando por eso grupos separados según el sexo. Algunos machos abandonan el grupo de forma individual, uniéndose a manadas de machos en donde los encuentros homosexuales son inexistentes o menos frecuentes, pero en muchos casos el vínculo afectivo entre ellos es tan fuerte que se separan del grupo materno juntos y se mantienen así por el resto de sus vidas. En estos grupos los encuentros afectivos y sexuales frecuentes entre los machos es lo normal. Esto trae una gran ventaja, en vista de que el grupo entero suele ser sumamente eficaz a la hora de cazar y los individuos que lo conforman se protegen entre sí con mayor ahínco. Las proporciones de homosexualidad en esta especie también son elevadas.

Ahora bien, a pesar de estas observaciones en algunas especies, en otros casos no parece haber ninguna ventaja comparativa en el caso de que los padres sean homosexuales. Muchos biólogos sospechan que en muchos casos la homosexualidad es sólo un fenómeno biológico menos frecuente que el heterosexual y que no tiene que representar en absoluto una ventaja evolutiva de ninguna forma. Sin embargo, ningún científico respetable diría que se trata de una anormalidad, en vista de que es un fenómeno extendido, regular y constante entre una gran variedad de especies.

Los homosexuales, al igual que los heterosexuales, tienen un fuerte instinto de protección y deseo de dejar descendencia, por lo cual el asunto de tener hijos dentro de la relación afectiva conformada se convierte en un tema primordial. Si estuviéramos dentro de la naturaleza, actuando de acuerdo a nuestros instintos fundamentales, quien sabe qué clase de actividades realizaríamos. Tal vez serían frecuentes los robos de niños por parte de parejas homosexuales (como hacen los cisnes negros), o la utilización de un sujeto del sexo opuesto para tener descendencia, al que se termina excluyéndose de la crianza.

Sin embargo, en nuestro contexto moral y social, las cosas se complican. Como los humanos somos seres cuyas actitudes se rigen de acuerdo a ideas preestablecidas, modas observadas y estereotipos, las cuales muy pocas veces podemos cambiar con facilidad, resulta un asunto sumamente polémico el que se establezca la posibilidad de que dos personas del mismo sexo, estando en pareja, se encarguen de la crianza de un niño. Esta actitud contraria a tal hecho se fundamenta más en temores que en conductas racionales.

Se argumenta con frecuencia que el niño que crezca en una familia en la cual la pareja es homosexual seguramente desarrollará algún tipo de trauma psicológico o terminará siendo una persona de valores morales debilitados, en vista de que el seno familiar del que proviene es de por sí inmoral. El sustrato de tal aseveración está en el hecho de que, incluso en aquellas personas que se muestran muy abiertas de mente, se considera a la homosexualidad una opción de vida inmoral de por sí. El origen de tal inmoralidad puede estar en los valores sociales predominantes, considerando que un niño crecido en esta familia será una suerte de paria social, un engendro que va a terminar agrediendo a la sociedad en sí con actitudes seguramente contracorrientes y violentas aprendidas en su hogar. Y es que a los homosexuales se les asignan tales características de forma automática. En la mente de muchos, la vida sexual de los homosexuales está caracterizada por un desenfreno absoluto, en la cual no hay límites para toda clase de actividades sexuales anormales, llenas de violencia, de suciedad, en la que participan fluidos corporales extraños al acto sexual natural. La promiscuidad también se hace presente, las orgías desesperadas entre hombres o mujeres con una muy grave necesidad psicológica de satisfacerse sexualmente, de tal forma que los compañeros inestables o momentáneos serán parte de la vida del niño, quien aprenderá que el sexo es un asunto de desenfreno y pasión sin control. Incluso, el niño será también partícipe de tales actividades inmorales desde edad muy temprana, porque en todo homosexual, hombre o mujer, existe un potencial pederasta, un violador o un corruptor de menores.

Es tan sólida esa imagen, que incluso en personas que se muestran inicialmente a favor de regularizar la situación legal de las parejas homosexuales, al final, cuando tratan el tema de la adopción, cambian a un discurso extrañamente contradictorio. En el fondo creo que es porque, si bien necesitan proyectar un discurso racional a favor de lo que se acepta como lógico en un principio, no pueden, sin embargo, dejar de sentir cierta aprensión hacia la mítica conducta inmoral puertas adentro de los homosexuales a la hora de tocar un tema tan profundamente instintivo como lo es la crianza de un bebé.

El homosexual es un transgresor de por sí, alguien que se atreve a realizar actividades de tipo sexual contrarias a la norma social, lo cual no es justificable jamás del todo, incluso si se tiene algún conocimiento sobre su origen biológico o psicológico, pero en todo caso involuntario de la homosexualidad. Si aceptamos que el origen del comportamiento homosexual está en alguna condicionante biológica (genética u hormonal, como se ha propuesto) o de alguna constitución psicológica particular, también es cierto que el ser humano no se rige enteramente por los instintos. La principal acusación contra nosotros, por tanto, proviene de nuestra supuesta débil naturaleza humana, en vista de que no hemos luchado contra nuestro indefendible defecto de la conducta. Ante los ojos de la mayoría de los heterosexuales, la orientación sexual es una elección personal, lo cual resulta una afirmación muy extraña, pues ni siquiera ellos pueden recordar el momento o la etapa en la cual ellos realizaron tal elección de vida. Los homosexuales podemos cambiar nuestra conducta si queremos, porque “todo el mundo sabe que la homosexualidad se puede curar”, pero ninguno de ellos ha realizado el experimento previamente para comprobar si ellos mismos son capaces de intercambiar tan fácilmente su orientación sexual. De todas formas, ¿Cuál es el temor al respecto? Si la orientación sexual puede cambiarse tan fácilmente, les será posible posteriormente volver a ser heterosexuales y así habrán demostrado de forma definitiva que los homosexuales simplemente somos unos débiles de personalidad y faltos de voluntad que preferimos estar hundidos en nuestro vicio, porque este un nicho en el cual ya hemos logrado encontrar cierta comodidad.

La incomprensión hacia la conducta homosexual pasa primeramente por una serie de valores que impiden al heterosexual analizarse a sí mismos. ¿Si yo jamás pasé por esa etapa de elección de mi orientación sexual, qué me hace suponer que los homosexuales sí pasan por ella? ¿Si yo nunca he intentado cambiar mi orientación sexual y no conozco a nadie que lo haya hecho, cómo estoy tan seguro de que es posible y que los homosexuales deberían intentarlo? Los heterosexuales no se ven obligados a comprobar esas premisas, simplemente porque todo con ellos está bien, ellos son heterosexuales, son normales, por lo tanto no deben intentar cambiar nada. Es el mismo racionamiento que justifica hoy en día que las mujeres sean automáticamente mejores que los hombres para quedarse con los hijos luego de un divorcio y del que hablé anteriormente. Es una forma de discriminación positiva, a favor de los heterosexuales, basado en una serie de premisas fundamentalmente estereotípicas.

Sin embargo, tales premisas privan entre grandes porciones de la población respecto a la capacidad de los homosexuales para criar niños. Supongamos que llegamos a aceptar por lo menos que los homosexuales no son tan depravados como lo indica el estereotipo, que no cometen las susodichas orgías y que no son tan promiscuos y que tienen la capacidad de establecer una relación monógama y estable con otra persona de su mismo sexo. Pero dentro de la mente de muchos aún queda esa acusación final referente a la personalidad débil del homosexual, que le enseñará al niño a sucumbir a sus instintos más bajos sin luchar contra ellos, intentando cambiar su conducta, no a favor de lo que él considere mejor para sí mismo, sino a favor de las normas sociales, que se sobreentiende son siempre lo mejor. Y digo esto por experiencia propia, puesto que hasta mi propia madre, en el peor de sus momentos, me llegó a recriminar dicha debilidad y me dijo que si bien mi orientación sexual a lo mejor no cambiaba, mi conducta sí la podía cambiar, es decir, que igual podía ser homosexual, pero me podía casar con una mujer, podía tener hijos con ella y si quería, de vez en cuando, para “descargarme”, podía tener una aventura con un hombre. Me dijo que incluso había mujeres que estaban dispuestas a aceptar esa clase de cosas, entiéndase, mujeres tan desesperadas que estaban dispuestas a aceptar un hombre homosexual como esposo, que de vez en cuando tendría aventuras con otro hombre. Me imagino que se refería a mujeres feas ya al final de su edad reproductiva, desesperadas por tener un hijo con quien sea. Para ellas no hay nada que perder y lo que sea es bueno.

Esto no hace más que revelar una ambivalencia moral que no puede calificarse sino como hipócrita en nuestra sociedad. Las conductas valen más que los sentimientos y los deseos de la gente y, en efecto, se valora más a las personas por lo que parecen ser que por lo que realmente son. Estamos dispuestos a tolerar los “defectos” de los otros si por lo menos en las formas más evidentes no nos ofenden con sus comportamientos extravagantes y divergentes con la norma y los mantienen ocultos a la mirada social. Hablamos de la institucionalización social del llamado armario o closet, ese mobiliario que simboliza perfectamente la vida secreta de un homosexual. El closet esconde todo el desorden, los montones de cosas inútiles que guardamos, toda la ropa sucia, los zapatos sin lustrar y demás cosas feas que no queremos sean vistas, mientras que la habitación se muestra ordenada, prístina y preparada para recibir cualquier visita.

Dicha ambivalencia moral nos lleva incluso a aceptar sentencias o ideas provenientes de quienes ni siquiera merecerían nuestra consideración más racional. Por dicha ambivalencia, aceptamos sin mucho chistar algunas veces las cosas absurdas que aparecen en la Biblia y las repetimos sin son ni ton, como que el mundo fue creado en siete días, cuando aquello no tiene ningún asidero lógico. También aceptamos, por ejemplo, que Jesús revivió de entre los muertos así como si nada, en vez de pensar que eso es algo que pudo haber sido inventado por alguien. Después de todo, eso pertenece a un cuento de hace dos mil años, escrito por gente crédula y sobre todo, inmersa en luchas políticas muy propias de su tiempo. La ambivalencia se presenta con mayor contradicción en el momento en el cual, luego de estar en la misa, me voy al consultorio del doctor para que me cure de mi enfermedad, después de haber ido a orar por mi salud. Al momento de curarme, sin duda alguna, habrá sido porque Dios intervino por mí y fue Él quien puso la sabiduría en médico para que me guiara en tal curación, como si los siete años de estudio del científico de la salud fueran una obra milagrosa de Dios.

También en el campo de las ideas políticas expresamos tal ambivalencia. Es muy conocida la respuesta que una vez Gandhi dio a un periodista occidental cuando este le preguntó: “¿Qué opina usted de la cultura occidental?”, a lo que él le respondió: “¿Cultura occidental? Sería una buena idea”. Millones de occidentales andamos por la vida contando esta anécdota como una sentencia de vida proveniente de un ser muy elevado espiritualmente, perteneciente a una cultura superior. Y lo peor es que no me quiero imaginar a una mujer defendiendo semejante personaje, pero las hay y son hasta feministas. No debemos olvidar que el susodicho personaje no es solo representante, sino un símbolo mismo de una cultura en la cual la cosificación de la mujer llega hasta tal extremo que cuando el marido muere, muchas veces a la esposa se le lanza a la pira crematoria de su marido ¡viva!, ya que es su obligación como mujer cruzar hasta el otro mundo con su esposo para seguir sirviéndolo como es lógico y justo. Pensamos en la colonial perfidia británica, en vez de reconocer que afortunadamente para muchas mujeres indias de hoy, el influjo cultural que Inglaterra llevó hasta ellos ha ayudado a reducir tal costumbre salvaje y primitiva. Aún así, consideramos a Gandhi un símbolo de los Derechos Humanos en el mundo enfrentado a esa perversa potencia extranjera llamada Gran Bretaña.

La ambivalencia, en última instancia, nos hace aceptar a un homosexual como buen padre o madre si este se somete a una vida cáustica dentro de un matrimonio tradicional. Todo el mundo puede saber que el susodicho o susodicha es homosexual, sin embargo, nada haría nadie por salvar a ese niño de semejante inmoralidad de ser criado por ese ser. Pero si se atreve a vivir de acuerdo a sus propios parámetros, de acuerdo a sus propios deseos, estableciendo una relación con una persona de su mismo sexo, la situación cambia completamente, porque semejante rebeldía no puede considerarse otra cosa sino una afrenta contra la sociedad. Es así que el negar la adopción de un niño por parte de una pareja homosexual se convierte tanto en una venganza como un castigo, en tanto niega completamente a la pareja la posibilidad de cumplir con su añorado sueño de criar un hijo.

La argumentación ambivalente llega hasta niveles de refinación tan extrema, que incluso reconocen algunos que la crianza de niños por parte de parejas homosexuales no causará directamente ningún problema al niño en cuestión, sin embargo, aún así no se debería otorgar en adopción a dicha pareja, en cuanto que este niño seguramente sufrirá de discriminación por parte de la sociedad en general por formar parte de una familia no convencional. Se argumenta que sufrirá discriminación por parte de sus compañeros del colegio, seguramente guiados por sus padres, sufrirán del rechazo de las maestras, quienes los excluirán y lo mantendrán en un estado perenne de sometimiento; sus vecinos los rechazarán como productos de una crianza inmoral e incluso constantes burlas tendrá que soportar de conocidos y hasta en el campo laboral. Sin embargo, este argumento justifica una discriminación para evitar otra discriminación y al final lo que se hace es penalizar a las parejas homosexuales por un problema que en realidad está en la sociedad y no en ellos mismos.

Ahora bien, el asunto adquiere dimensiones más problemática en el caso de homosexuales que tienen hijos biológicos o que intentan tenerlos por medios asistidos. Diversos grupos de opinión han sugerido que, ni siquiera en estos casos, debe permitirse a los homosexuales participar en la crianza de los niños. También se ha planteado la total prohibición para que los homosexuales puedan utilizar medios asistidos para tener hijos biológicos, como por ejemplo, vientres en alquiler o inseminación. Aunque, evidentemente, no están planteados semejantes extremos para ser llevados a la ley, por lo menos dichos grupos influyen en la opinión pública con bastante fuerza.

El rechazo, sin embargo, es exacerbado en muchos oportunidades por la propia comunidad homosexual, sobre todo cuando nos enfrascamos tan profundamente en la adopción. No parecemos comprender que el problema de la adopción en Venezuela y en cualquier parte del mundo, no es si se otorga o no a los homosexuales, sino si al final esta será útil para algo. En Venezuela el camino legal que permite la adopción de un niño no es solo complejo y largo, sino también económicamente oneroso y extenuante desde el punto de vista emocional. La realidad, es que no todas las parejas soportarían tal presión, ya que no todos estamos en condiciones de ser considerados para adoptar. Si los homosexuales entramos en el las lista de espera para adoptar niños y si se logra que no exista ninguna discriminación en contra nuestra en tal caso, tendríamos que entender que vamos a competir en una especie de mercado meritocrático, en el cual no todos vamos a poder obtener lo que buscamos. A las parejas heterosexuales que pretenden adoptar en Venezuela (normalmente por causa de la esterilidad de alguno de sus miembros) se les exigen muchas cosas, son investigadas sus vidas, escudriñadas hasta el extremo. Son evaluadas económica, psicológica y socialmente y al final resulta que la gran mayoría de estas parejas quedarán fuera de dicho mercado. Aquellas que puedan competir, tendrán que esperar luego largos años para finalmente tener un niño a su cuidado. A veces las madres de los niños a ser entregados tendrán derecho a evaluar a las parejas candidatas, con lo cual se entra en una segunda etapa de competencia, que provocará que aquellos menos atractivos quedarán siempre de últimos. Yo me temo que las parejas homosexuales tardarían de hecho mucho más tiempo que las parejas heterosexuales en obtener un niño finalmente.

Creo que se debería otorgar el derecho a la adopción de niños a las parejas homosexuales si se les da el derecho al matrimonio, pues es una contradicción actuar en sentido contrario. Un matrimonio civil debe otorgar los mismos derechos a todas las uniones por igual, pues de otra forma tendríamos por un lado “Matrimonios Civiles Normales” y por el otro “Matrimonios Civiles Sexodiversos” (ya me imagino el fulano término discriminatorio ese en todas las leyes antidiscriminatorias del país), en donde los segundos podrían considerarse matrimonios fallidos, pantomimas de matrimonios o cuasimatrimonios.

Sin embargo, no me parece necesario que los homosexuales deban entrar en la competencia para obtener hijos en el “mercado de las adopciones”. Y es que hay algo que debemos tomar en cuenta y que usualmente no hacemos. La gran mayoría de las parejas heterosexuales que deciden pasar por el horror de iniciar un proceso de adopción lo hacen generalmente por una imposibilidad efectiva y real de tener hijos, generalmente por esterilidad de alguno de sus miembros. Los homosexuales, en efecto, no podrán tener hijos dentro de su relación afectiva, sin embargo, no tienen, mayor parte de las veces, impedimento alguno real para tener hijos biológicos por terceras vías. A mí en lo personal, no me gustaría tener que esperar durante largos años, tal vez cuatro, tal vez cinco, tal vez diez, para poder tener un hijo, cuando yo tengo todas las posibilidades de tenerlo por medios biológicos. Si las parejas heterosexuales tuvieran dicha posibilidad, seguramente lo harían en vez recurrir a una adopción. Y de hecho, lo hacen. Recurren a todos los métodos científicos posibles: tratamientos de fertilidad en primera instancia, a vientres alquilados, a inseminación artificial. Muchas parejas estériles, incluso, prefieren permitir a sus esposos o esposas fértiles tener hijos fuera del matrimonio y permitirles a ellos participar en la crianza del niño (con todos los posibles problemas maritales que esto puede traer). Es que vamos, hasta recurrir al mercado negro de menores, a madres en desesperada situación económica dispuestas a entregar a sus hijos por dinero, por más que esto sea ilegal, es menos traumático que recurrir a los métodos legales de adopción. Sólo las parejas estériles, que no toleran la infidelidad entre ellos, con fuertes restricciones ideológicas anticientíficas o que no cuentan con recursos económicos para recurrir a métodos más sofisticados o al mercado negro de niños, son las que al final se resignan a participar en esa dura competencia que es adoptar un niño por medios legales en Venezuela.

Muchos de nosotros parecemos estar desconectados de la realidad, pues estamos viendo la adopción como nuestro único recursos a la hora de tener un hijo, cuando en realidad debería ser, de hecho, el último de todos. Yo soy homosexual, no estéril. Tengo pene, testículos y produzco espermatozoides. Las lesbianas tendrán también sus vaginas, úteros, ovarios y trompas de Falopio. Nada les impide quedar embarazadas. Creo que muchos estamos viendo el problema de la adopción pensando aún en términos de cierto romanticismo, en el cual ambos miembros de la pareja se son completamente fieles, mientras les cae del cielo un hijo otorgado por el Estado. Es casi seguro que cuando los homosexuales veamos el camino que realmente hay que recorrer para obtener un hijo por adopción, la mayor parte simplemente va a desistir de ese método y optar por otros caminos más expeditos.

Ahora bien, y más allá de estas consideraciones, queda el problema de la discriminación social ya no contra los homosexuales y las parejas homosexuales, sino contra los niños que crecen en un seno familiar de este tipo. En este punto, nos encontraremos con el verdadero rostro disociado y enfermizo de nuestras normas sociales y por ende, de nuestra sociedad en sí. Nuestros hijos tendrán que soportar toda clase de discriminaciones por decisiones que ellos no tomaron y por cuestiones que ellos no pueden entender en muchas oportunidades. En su contra se enfilarán las armas afiladas de las religiones y los políticos retrógrados, los conservadores de derecha, apoyados en la tripleta “tradición, familia y progreso”, los socialistoides de izquierda, que se califican a sí mismos desde la propia Asamblea Nacional como la vanguardia progresista del país, cuando en realidad han trabajado para afianzar cada vez con mayor ahínco los viejos vicios de nuestra sociedad, y hasta sus viejos tabúes sexuales, porque ellos más que nadie en este país defienden la moral más puritanista que pueda existir.

Ellos, nuestros hijos, serán calificados de traumados, de engendros, de inmorales y rapaces. Los padres de sus novios o novias nos tendrán miedo a nosotros, sus consuegros (porque sí, es 95% probable que ese hijo criado por homosexuales al final termine siendo heterosexual, es cuestión biológica estadísticamente comprobable), porque ellos nos verán como degenerados a nosotros. ¿Qué no pensarán del pretendiente de su hija o de la chica seleccionada por su hijo? (Se dan cuenta de cuan estereotípica suena esa última interrogante). Creo que más importante que ver por medio de qué método vamos a obtener un hijo, es que sepamos como lo vamos a educar para que sepa enfrentar la discriminación que va a sufrir sin ninguna duda y como lo vamos a proteger en los momentos que tenga de debilidad e inmadurez.

Mis pensamientos finales se dirigen a pedir un poco más de espíritu crítico entre todos nosotros, ciudadanos de Venezuela, hetero y homosexuales. Todas las discusiones que se despliegan sobre este tema se exponen entre nosotros las más de las veces como una guerra de consignas absurdas o como una exposición de la visión personal basada en valores morales que no vienen al caso, como el religioso que expone media Biblia cuando lo que se está discutiendo es un asunto civil, no religioso; como el conservador que indica que la tradición niega el matrimonio homosexual cuando la tradición ha sido cuestionada y superada en cada aspecto de nuestra vida; como el “naturalista” que indica que este asunto es una anormalidad biológica y que la naturaleza nos hizo hombre y mujeres y qué se yo, cuando esta iletrada persona no se ha dignado ni siquiera a abrir la wikipedia para enterarse de lo más mínimo que la ciencia ha descubierto recientemente sobre la homosexualidad; como el compasivo proinfancia, que indica que no somos seres aptos para tener hijos porque los vamos a degenerar o a exponer al escarnio público, cuando ellos mismos son parte de ese escarnio en contra de los homosexuales y cuando los homosexuales hemos tenido, estamos y seguiremos teniendo hijos por cualquier vía y que legalmente estamos fuera de toda regulación; como los moralistas y machistas, quienes nos piden no que dejemos de ser homosexuales, sino que no actuemos como tales ni que los ofendamos haciendo visibles nuestra vida y forma de ver las cosas, cuando ellos mismos no estás dispuestos a cambiar muchas de sus actitudes y formas de hacer las cosas siendo tales acciones las más de las veces verdaderos vicios sociales que sí afectan a los demás en forma de misoginia, autoritarismo y agresión.

No sé si realmente esto sea posible, porque debo reconocer que en Venezuela este tema no es el único que cae en semejante desgracia intelectual. Es que hasta los asuntos más fundamentales de la vida pública, como la inseguridad personal, jurídica y hasta alimentaria, se han reducido en estos últimos tiempos a un circo sin sentido, en donde todos los actores parecen ser payasos y donde los espectadores, es decir, todos los venezolanos, no nos ponemos de acuerdo en decidir ni siquiera si el espectáculo es bueno o malo.

Desconfío de las formas actuales en nuestro país y me temo que este tema, tan “in” en este momento, devenga en una guerra ideológica más que lógica y que un día el presidente se levante con la convicción de que el matrimonio homosexual debe ser aprobado y resulte que una ley cualquiera aparezca de repente en los escritorios de nuestros deprimentes diputados en medio de un acto de magia que ni el propio Merlín o Mandrake dejarían de admirar y nuestras uniones sean legalizadas todo sin reforma ni enmienda constitucional alguna, sin modificaciones del código civil, sin pasar por el lógico proceso jurídico y de discusión y educación social necesario. Lo que más me temo es que después en Venezuela, luego de la borrachera que pasemos la comunidad homosexual celebrando nuestros nuevos matrimonios, nos veamos envueltos en el mismo problema de California, que así como un día legalizan los matrimonio homosexuales, al siguiente los ilegalizan de nuevo por vía refrendaria, para esperar que luego un juez invalide tal referéndum y los matrimonios se vuelvan a legalizar, pero seguramente continuando el cuento hasta que no llegue a la Suprema Corte y allí se tome la decisión final.

Por último, entendamos que nuestra sociedad necesita más que matrimonios homosexuales y más que darnos el derecho de adopción. Necesita educación. Nuestro problema más importante es la discriminación y la negación a dejarnos casar no es más que una manifestación de esa discriminación y como todos sabemos, toda discriminación surge de la ignorancia y la manipulación de los grupos de poder. Por tanto, el matrimonio homosexual o igualitario, como lo quieran llamar, o el derecho a la adopción, no es en sí el fin último de nuestra lucha, porque la discriminación no se acabará allí. Igual solteros que casados, no podemos caminar libremente por la calle sin que nos miren “raro” si estamos en pareja, sin que burlas mordaces y vedadas aparezcan de vez en cuando entre nuestros propios familiares y sin que chistecitos de mal gusto y de baja calaña nos ridiculicen en la televisión igual pública que privada. Educar. En este tema, como para todo en nuestro desgraciado y desafortunado país, la solución verdadera y final, es pasar por el largo y extenuante (pero sostenible) proceso de educar.

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