lunes, 30 de agosto de 2010

Hacia una Cultura Genérica

En 1994 el arquitecto Rem Koolhaas publicaba “La Ciudad Genérica”, probablemente uno de los primeros textos en el mundo entero que exploraba el problema de la desaparición de las identidades culturales y que no solo consideraba dicho acontecimiento inevitable, sino positivo. Me imagino que muchos conservacionistas habrán puesto el grito en el cielo al leer las terriblemente provocativas y revolucionarias palabras del arquitecto holandés. Por supuesto, me imagino que dicho texto no habrá llegado a las grandes masas, ya que este no fue escrito en términos de política general o de teoría política, sino que explora el asunto más bien desde el punto de vista urbano, un tema que, me temo, a la gran mayoría de la gente le parece terriblemente incomprensible en el mejor de los casos, y aburrido en el peor y más sincero.


Una de las cosas más interesantes que dice Koolhaas es que la identidad está conformada por una serie de elementos físicos, limitados, contenidos en la arquitectura del pasado. La ciudad, por lo tanto, debe su identidad entera al Centro Histórico y toda la validez de la ciudad como concepto proviene de allí. Sin embargo, Koolhaas indica que la perversidad de este modelo ha llevado a que masas cada vez más crecientes de seres humanos terminen convirtiéndose en hombres desarraigados de su propia civilización y en ciudades con periferias tal vez millones de veces más grandes que sus centros y con mucha más población, pero que carecen de significado en vista de que su madre originaria vive para robarles el show.

En términos sencillos, podría hablar de mi propia experiencia urbana, como hombre de periferia. Acá en Maracaibo existe una fuerte cultura de centralidad, con una terrible parafernalia propagandística “urbanocentrista”. Miles de gaitas (para aquellos que no lo sepan, es la música folklórica del Estado Zulia y que se vuelve un ritmo nacional en diciembre), de poemas, de artículos de opinión en los periódicos y un largo etcétera, una y otra y otra vez nos recuerda a cada habitante de esta ciudad que existe un centro, el centro de Maracaibo, el lugar urbano originario. Cada gaita parece quejarse del derribamiento del Saladillo (un antiguo barrio de la ciudad, el más grande y “tradicional”, el cual fue derribado por completo en la década de los setenta como parte de un proyecto de remodelación urbana que tuvo resultados desastrosos, de hecho, llamado por muchos urbanistas como el “peor desastre urbanístico” en la histórica de Venezuela, y algunos incluso dicen que el peor desastre urbano en América). Estas canciones lastimeras, sin embargo, parecen llegar a oídos sordos. Y he aquí la razón en las palabras de Koolhaas y en el punto de partida de mis ideas. Lamento decirlo con tal franqueza, pero incluso yo siendo arquitecto, debo decir que me importa un bledo que hayan tumbado el Saladillo. ¿Por qué esa insensibilidad histórica? Es muy simple, porque yo nunca lo conocí. Para cuando yo nací, el Saladillo posiblemente ya tenía diez años de desaparecido y desde que tengo uso de razón el centro de la ciudad ha sido lo que actualmente es. Para mí, ese es el centro.

Para el momento en el que desaparece el Saladillo y virtualmente el 80% del centro de Maracaibo, la ciudad debía tener alrededor de 500.000 habitantes. Hoy en día, de esos 500.000 habitantes no todos están vivos y los que lo están, virtualmente se han visto diluidos en medio de los aproximadamente 2.300.000 habitantes actuales de la ciudad. Las matemáticas son muy simples y tajantes en ese punto: hoy en día en Maracaibo, menos del 20% de los habitantes llegó a conocer el centro como fue, y posiblemente muchos de ellos eran pequeños y muy jóvenes, así que tampoco les impactó en demasía su remodelación, por lo cual no es de extrañar que a una gran mayoría de los habitantes de esta ciudad dichas gaitas quejosas les parezcan en realidad palabras alienígenas.

Ahora bien, aún suponiendo que el centro existiese actualmente como fue antes, sucedería lo mismo que pasa con otras ciudades del mundo con sus centros intactos, tal cual como ocurre con Londres, París o Manhattan, en donde esa reducida proporción de terreno que da toda su identidad a la ciudad es demasiado pequeña para ser compartida por todos y en que es cada vez menos significativa para las generaciones más jóvenes, destinadas a vivir en la periferia urbana para siempre, sin posibilidad de conocer con exactitud lo que ocurre en el centro.

En cierta oportunidad vi en “Sex and the City” (el programa de HBO) un capítulo que trataba sobre las monstruosidades ocultas de los hombres (ya saben, todo en el programa trataba al final sobre sexo). El personaje de Miranda (la pelirroja), descubre que su amante de turno es un hombre tan encerrado por la vida de Manhattan que ha pasado más de diez años consecutivos sin poner un pie fuera de la isla, ya que para él, fuera de allí no existe más nada en Nueva York ni en el mundo. Y es que, en efecto, al pensar en Nueva York, quienes no tenemos la fortuna o el infortunio de conocer dicha ciudad, inmediatamente vienen a nuestra mente imágenes de Manhattan, su centro urbano y cultural. Sin embargo, a la vista de las estadísticas, hasta la propia Miranda terminaría siendo en realidad una monstruo alienígena al mundo contemporáneo, casi enteramente periférico. Para quienes tenemos por afición (o en mi caso, como profesión) estudiar y re-crear los fenómenos físicos de las sociedades humanas (arquitectura, urbanismo, geografía, etc.), hemos descubierto que si comparamos el área de Manhattan con el área total de la Zona Metropolitana de Nueva York notamos cuan ridículamente minúsculo resulta el centro respecto a la periferia.

Eso fue lo que descubrió Koolhaas y eso fue lo que expuso desde el punto de vista urbano: la identidad (el centro), le ha quedado demasiado pequeña a la sociedad, porque la mayor parte de la sociedad vive en la periferia, la cual él llama la “Ciudad Genérica”, es decir, una ciudad sin historia, una ciudad fractal, repetitiva, en comparación con el centro, sedada y apacible, pero que es el escenario real de la vida de la mayor parte de los seres humanos. Aquellos que viven en los centros, aquellos que viven en Manhattan (en el caso de Maracaibo, los que viven en Santa Lucía, el único barrio que sobrevivió casi intacto a las máquinas demoledoras de los setenta), son una minoría extraña y que me atrevería a decir, ridícula, que vemos con cierto desdén. Las costumbres de Carrie eran atrayentes para los habitantes de Nueva York que la veían siempre por T.V. simplemente porque a ellos mismos les parecían costumbres extrañas. Y es que debemos recordar que la mayoría del los Neoyorkinos tiene que pagar para atravesar un puente o un túnel que los lleve a Manhattan (Koolhaas los llama “gente de puente y túnel”). Y aquí, Santa Lucía es una atracción turística para aquellos que vivimos en la periferia, precisamente, porque nos entretiene ver a esa gente tan particular que allí vive, que aún hace parrandas gaiteras los fines de semana (en vez de vallenato, rock, salsa, merengue o lo que sea, lo cual es lo usual en las periferias), pero tal entretenimiento trae una risa vedada y culpable, porque en el fondo, todos los consideramos, en algún grado, ridículos.

El texto de Koolhaas me ha llevado a reflexionar y a descubrir que lo mismo está pasando en el resto del mundo y con el resto de las cosas. Las culturas tienden a desintegrarse en la medida que las poblaciones crecen y que sus propias identidades quedan en exceso pequeñas para dichas costumbres. He aquí que nos encontramos ante una sociedad enfrentada cada vez con mayor ferocidad contra sí misma, ya que la minúscula parte que nos queda de identidad se niega rotundamente a morir, mientras que las grandes masas la encuentran cada vez más insignificante.

Tal insignificancia es en todo sentido: insignificante en el sentido de que la cultura tradicional permanece siempre del mismo tamaño, mientras que las periféricas culturales crecen hasta puntos supremamente distantes, por lo cual la cultura inicial se hace proporcionalmente cada vez más pequeña en comparación con el conjunto de la sociedad; e insignificante en el sentido de que a medida que tal cultura identificadora y originaria es cada vez más inaccesible, va perdiendo su significado para las masas.

La mayoría de los seres humanos de hoy en día habitamos en la periferia, en ciudades gigantescas en las que el acceso al centro es cada vez más restringido y complicado, a la vez que vamos encontrando en dichas periferias más significados vitales, pues allí aparecen los nuevos símbolos de nuestra sociedad: el “Shopping Mall”, la autopista, los nuevos parques temáticos y parques verdes, los grandes campus universitarios, son fenómenos ahora periféricos, a la vez que se convierten en los nuevos símbolos de ciudadanía. Lugares anónimos y vastos como la periferia, con temperatura controlada y llenos de elementos estimulantes y apaciguadores a la vez, con temáticas seleccionadas cuidadosamente, estos nuevos centros urbanos identifican al hombre periférico. Allí, la ciudad genérica se convierte en la sociedad genérica, a la que todos asisten a los nuevos espacios públicos, a las nuevas galerías y plazas eminentemente destinadas al consumo y al entretenimiento, al hedonismo característico del hombre actual.

La sociedad genérica se revela como una sociedad en apariencia clasista, a la que no todos tienen acceso por igual, puesto que no todos pueden entrar al “mall” libremente, bien sea porque no tienen los recursos para pagar la entrada, para consumir al estar dentro o porque ni siquiera tienen la vestimenta adecuada para, por lo menos, mimetizarse entre los presentes. Sin embargo, resulta que esta sociedad es más accesible que la sociedad centralista desde el punto de vista físico y cultural. Estas nuevas ágoras y foros urbanos se acercan a los pobres habitantes de las periferias, pues se emplazan a veces justo al lado de sus propias casas, en medio de la pobreza incluso (¿Qué más periférico que un Sambil en medio de uno de los barrios más pobres de Maracaibo, por ejemplo?), por lo cual por lo menos se ofrece a dichos ciudadanos. El centro de la ciudad muchas veces está vedado debido a que la distancia es tal y el sistema de transporte es tan malo, que el gasto en tiempo es superior a cualquier suma de dinero.

Desde el punto de vista cultural, el lenguaje de los nuevos centros urbanos de la periferia es realmente universal, un lenguaje que hasta un analfabeta cultural puede comprender: el consumo, el hedonismo y hasta el flirteo. El centro comercial, el parque de diversiones, el hipermercado, son todas instalaciones planas culturalmente. El centro, en cambio, exige a sus visitantes una conducta aprendida previa o por lo menos una actitud particular, ya que el centro es significativo en sí mismo. En el centro de Maracaibo está La Catedral, la Basílica, Santa Bárbara, el Monumento a la Virgen, el barrio Santa Lucía, La Plaza Bolívar, con la seda de La Gobernación, La Alcaldía, el Poder Judicial, el Banco Central de Venezuela, el Poder Legislativo Regional, la Casa de la Capitulación y un larguísimo etcétera. Para el hombre inculto del barrio pobre y periférico, entender la importancia de todo aquello es imposible y si lo compara con su cultura de periferia, de barrio, todo le parece insignificante, pues para él lo importante es su cuadra, sus vecinos pobres, sus problemas de inseguridad, sus aventuras sexuales. Para él es mayor el influjo de los colonos extranjeros que se asientan también a su lado, siendo en el caso de Maracaibo la influencia colombiana y wayuu sumamente fuerte, por lo cual el vallenato, la cumbia y la salsa caribeña tienen mayor significado cultural que la gaita, y ya que la única “verdadera gaita maracaibera” se circunscribe a la que se hace en el centro de la ciudad, la de Santa Lucía, la del Saladillo (que ya no tiene exponentes nuevos, quedando solamente los viejos que conocieron y que vivieron en dicho barrio tradicional), este ni siquiera tiene la oportunidad de acercarse a tal manifestación musical.

Y de allí viene la crisis de identidad cultural que caracteriza al mundo moderno. La mayor parte de los ciudadanos del mundo, que somos periféricos, estamos sometidos a una fuerte presión por parte de los puritanistas culturales, de los medios de comunicación, que también se circunscriben de forma hipócrita a dicha corriente, de los viejos de nuestras familias, padres, tíos y abuelos, que nos acusas de ser unos alienados, cuando la verdad, los alienados son ellos.

Hace poco escuché por la radio las quejas de una prominente mujer gaitera de la ciudad, quejándose muy fuertemente ante un periodista, indicando que la Gobernación del Estado Zulia tenía un retraso en el subsidio que el Poder Ejecutivo Regional otorga a los gaiteros por concepto de “mantenimiento de los valores tradicionales” o algo por el estilo. En realidad me sorprendió de sobremanera tanto saber que el gobierno regional gastaba importantísimas sumas de dinero en financiar las actividades parrandísticas de los gaiteros cuando dicho dinero se podría utilizar en muchas otras cosas mucho más prioritarias en la región, a la vez que también me sorprendió escuchar la voz autoritaria de dicha mujer, nada más y nada menos que exigiendo con la más poderosas de las protestas al gobernador que el susodicho subsidio fuera entregado a los gaiteros, puesto que de otra forma no sería posible que estos grabaran a tiempo los discos de la temporada y que salieran a la venta los últimos meses del año, como es tradicional.

La cultura tradicional exige con fuerza y autoridad fundamentada en su autoproclamada importancia y superioridad moral al resto de los simples mortales, por un lado, mantenerlas viva a como dé lugar desde el punto de vista cultural y por el otro, le exige cuantiosas sumas de dinero. Eso pasa, por ejemplo, en el centro de las ciudades, que demandan cantidades gigantes de recursos de la Municipalidad para mantener fachadas y edificios que no pueden mantenerse a sí mismos, porque están vacíos muchos de ellos, porque por sus propias características arquitectónicas no pueden competir con edificios modernos, por lo cual son los edificios más baratos de la ciudad y no producen lo suficiente ni para ser pintados una vez al año ni para mantenernos en condiciones mínimas aceptables. Lo mismo pasa con la gaita, que no puede competir con el pop, con el rock, con el vallenato, con la cumbia, con la salsa, con el merengue, con el reggettón, los cuales producen millones de dólares al año en ganancias, por lo que la gaita exige a la sociedad que ya no la quiere escuchar que la mantenga a como dé lugar en base a que es la gaita la identidad musical de la ciudad y de la región. Aparte de eso, la gaita insulta vedadamente a la sociedad que la mantiene económicamente a pesar de no escucharla, pues cada año, por lo menos dos o tres gaitas se quejan constantemente de que los “jóvenes de hoy en día” no escuchan gaitas y que prefieren “música gringa” o se quejan porque algunos herejes musicales se atreven a tocar “dizque gaitas” introduciendo guitarras eléctricas y sintetizadores para hacerla más atractiva a los jóvenes. De esta forma, la identidad cultural tradicional se encapsula dentro de sí misma, haciéndose cada vez más cerrada y más distanciada hacia la periferia y hacia todos los que nos encontramos en ella, negándose a sí mismas la oportunidad de cambiar. La gaita con guitarra eléctrica automáticamente deja de ser una gaita a los ojos conservadores, pero a los ojos del hombre de las periferias culturales, es una innovación que llama su atención, hasta que escucha la gaita que lo insulta, llamándolo alienado y perverso traidor cultural, por lo cual de nuevo pierde su interés.

Ahora, para el hombre más culto de la periferia, para aquel que tiene internet en su vivienda, para el de clase media, su relación con la identidad no deja de ser problemática tampoco. La sociedad genérica tiene en el ciberespacio un fuerte componente re-potenciador de su naturaleza periférica. Koolhaas dice que la ciudad genérica nace donde el espacio físico colisiona con el espacio virtual. Con eso quiere decir que parte de la naturaleza sedada de la ciudad periférica se debe a las nuevas formas de vivir el mundo y de entender la sociedad. Por ejemplo, una chica joven, digamos de quince años, entiende por socialización a la comunicación en tiempo real con sus amigas virtuales que probablemente viven en México, Estados Unidos o India, mientras que la cultura tradicional no admite esto como socialización, pues no existe contacto directo humano, no existe la audición de la voz directa del interlocutor (sí, me refiero a la comunicación “face-to-face” que aquella infame miss nombró). Por eso la identidad es local, porque se circunscribe a la distancia y a las posibilidades físicas. La identidad cultural necesita del intercambio directo, de valores comprensibles localmente, necesita de espacios públicos locales para armar actividades locales. Pero la cultura genérica desecha el contacto físico directa y prefiere irse de lleno por la simple comunicación de ideas, por lo cual el medio es más importante que el contacto. No importa quién te escuche o te lea, si está a tu lado o al otro lado del mundo, pues lo importante es comunicar ideas de valor más bien universal y de esa universalidad viene lo genérico. Yo mismo, al escribir este blog, refuerzo esta cultura genérica no identificada con ninguna localidad, aunque describo mi realidad local pero más a manera de ejemplificación que como forma de intercambio real de identidad. ¿Cómo es eso? Pues por ejemplo, a lo largo de este artículo he nombrado una y otra y otra vez la gaita, una expresión musical propia de la región en la que vivo, pero si este artículo llega a leerlo alguien de Argentina, por ejemplo, este igual no tendría ni idea de cómo es este ritmo, pues no lo describo, ni coloco ni colocaré un ejemplo en esta página de dicha música, simplemente transmito la idea, es decir, trasmito estrictamente lo GENÉRICO (es una expresión musical local) pero al no referir más nada, no estoy compartiendo la verdadera identidad cultural detrás de la gaita. ¿Y por qué no coloco un ejemplo, un link a youtube, por ejemplo? Porque estoy seguro de que al lector seguramente no va a importarle en sí como es la gaita, porque lo importante son las ideas que transmito, no la identidad cultural que dichas ideas describen. Así vivimos los hombres de las periferias culturales, frente a una computadora, intercambiado ideas genéricas con otros, culturalmente planos, sin identidad. Tenemos textura en la medida en que nuestras ideas son interesantes, nuestros escritos inteligentes y novedosos y nuestras palabras tienen cadencia y ritmo intelectual. Eso explica, por ejemplo, por qué en bicácoras.com, los blogs con temáticas universalistas tienen más éxito que los blogs localistas. Hace poco me topé con un blog acerca de un padre que publicaba fotos de sus hijos y aunque me pareció lindo, lo pasé por alto, porque en el fondo, no me interesa conocer la vida privada de esa gente, no me importa en donde viven ni lo que hacen y tampoco me interesan ni sus hijos ni él mismo. Ese blog tenía una gran cantidad de post durante varios años, pero noté que no tenía ni un solo comentario de ninguna persona. Ese blog, por lo tanto, está destinado a ser conocido y visto solo por sus propios participantes, para placer de ellos mismos. Es un fenómeno extraño, pues usan un recurso de comunicación global para realizar actividades estrictamente locales. Aún así, no es diferente de simplemente mostrar las fotos directamente impresas sobre papel a los vecinos y amigos, porque a los demás, nada nos importa.

Ahora bien, ¿Qué es lo positivo de todo eso? A pesar del llantén y las pataletas armadas por los conservaduristas culturales y de la identidad, la cultura genérica ha logrado mejorar las condiciones de vida de cientos de personas en todo el mundo, no sólo desde el punto de vista físico, sino desde el punto de vista social y hasta económico. Comenzando en lo más obvio, la ciudad genérica ha logrado descongestionar el centro en aquellas ciudades y países que han elaborado políticas racionales en ese sentido. La ciudad de Londres, por ejemplo, dice Koolhaas, está en un proceso de ser cada vez menos Londres, haciéndose cada vez más genérica, identificándose hoy en día como una de las ciudades con mayor crecimiento en calidad de vida gracias a las profundas transformaciones de su ambiente físico. En Londres no solo el centro es importante, como ocurre por ejemplo, en París, que es el caso contrario. En Londres, cada sector de la periferia tiene las mismas oportunidades, ya que todo es la ciudad, hasta el punto más alejado del centro. Cuando Koolhaas dice que Londres es cada vez menos Londres, indica que hoy en día, cuando se piensa en dicha ciudad, ya la gente no piensa solamente en el Big Ben y en el Ojo de Londres, sino que la ciudad se expande hacia las periferias, hacia los nuevos símbolos de modernidad, hacia los rascacielos periféricos de Londres, que la identifican. París es lo opuesto. París está en proceso de convertirse en una Hiper-París según Koolhaas. Eso significa que París se convierte hoy en día en un centro fuertemente centralista que tiraniza al resto de la ciudad, que es mucho mayor que la ciudad intramuros. Es tal ese egocentrismo urbanocentrista, que aún hoy en día muchos llaman París exclusivamente a la zona central de la ciudad, mientras que el resto tiene diversos nombres dependiendo de los Quartiers en los que se encuentran. La cuestión es que el centro literalmente chupa toda la energía de la ciudad, todo su dinero, todos recursos, dejando a las periferias muchas veces sumidas en una situación tan desesperada, que no nos deberían extrañar las recientes escenas de vandalismo sufridas en las periferias de dicha ciudad, en donde la desesperación social llega a extremos terribles en medio de una nación desarrollada.

Ya desde el punto de vista cultural, la sociedad genérica tiende a ser mucho más inclusiva que la sociedad tradicional, puesto que no exige más nada al ser humano que simplemente participar en algunos parámetros mínimos de intercambio, mientras que la tradición usualmente pide incluso sacrificios mayores a sus hombres y mujeres cautivos. Hoy en día vemos de hecho países enteros que se están levantando gracias a la aceptación de lo genérico de sus sociedades. En 1994 Koolhaas identifica a los países asiáticos como los más genéricos y hoy en día esto sigue siendo así, pero se le han agregado a la lista otras naciones occidentales, utilizando estrategias novedosas. Me refiero a Canadá y Australia, que compiten en un nuevo mercado posible solo en medio de un mundo culturalmente genérico. Es el mercado de cerebros. La técnica utilizada por estos dos países consiste básicamente en seducir con sus condiciones de vida a los mejores cerebros de los países del tercer mundo, trayéndolos a sus predios y beneficiándose aumentando su escasa población por un lado y obteniendo inteligencia por la cual no tuvieron que pagar nada. Este mercado es muy positivo en un mundo como el nuestro, pues implica la posibilidad de mejorar la calidad de vida de miles de personas literalmente presas de sus propias sociedades incompetentes y cerradas, verbigracia la latinoamericana, que contribuye anualmente con una fuerte cuota de mentes brillantes a estas dos naciones. Acá en Venezuela muchos personeros del gobierno han acusado indirectamente a dichos países y a otros que utilizan técnicas similares pero no tan abiertas de ser “ladrones” de cerebros, sin embargo, esto no es más que un intento de justificar una realidad que tiene que ver más con la propia realidad de nuestro país que con las tácticas “sucias” de otras naciones. La verdad es que el hombre genérico es un cerebro independiente de la identidad y por lo tanto tiene un poder de decisión sobre su propia vida nunca antes visto, tiene juicio sobre las cosas, porque tiene la información en sus manos. No depende del chisme ni de los rumores, porque tiene forma de llegar directamente a la fuente de las informaciones, por lo cual, el hombre de la sociedad genérica es tremendamente poderoso, lo cual aterroriza a la identidad cultural, puesto esta siempre necesita ser más poderosa que el hombre que le sirve. Siguiendo con el ejemplo de la gaita, el hombre periférico ha descubierto que existe mucha música en el mundo, que viene de Europa, de Estados Unidos, de Japón de China e India, y se ha dado cuenta llana y simplemente de que esa música extranjera le gusta más que lo que siempre escuchó. ¿Qué puede aterrorizar más a un gaitero, que como todo folklorista, no tiene más que un método estanco de producir su artesanía musical y que por lo tanto no puede competir con la estimulante variedad del resto del mundo?

Venezuela, al igual que otros países latinos, es profundamente localista, profundamente conservador y he allí el meollo de nuestra desgracia como nación. Estamos en manos de los hombres y mujeres más puritanos de nuestra sociedad, tan puritanos que han llegado incluso a revivir ideologías “ultra-endogenistas” (verbigracia la economía endógena, los Concejos Comunales, el Cooperativismo, el anti-tecnicismo tan de moda en Venezuela gracias al influjo ideológico del gobierno), haciendo cruces y cara de asco a todo lo que es globalización y cultura genérica. Unos países se dicen socialistas, como Venezuela, en manos en realidad de una clase caudillística propia de la tradición bolivariana del siglo XIX, otros se dicen Capitalistas, como Colombia, en realidad en manos de mercantilistas propios del siglo XVII. La verdad, es que todos reaccionan igual ante el mismo impulso globalizador del mundo actual, en el cual las sociedades cerradas como las nuestras muestran cada vez con mayor evidencia su error y su fracaso es más devastadoramente notorio para todos. Y he allí la fortuna de los hombres pertenecientes al mundo genérico, que somos planos culturalmente y por lo tanto, no pertenecemos a nación alguna, no somos de ningún país específico y no tenemos identidad cultural, que somos muy poderosos y que nos hemos dado cuenta de que nuestros cerebros nos pueden dar la posibilidad de moverlos con cierta libertar por el mundo hacia otros países, por qué no juzgarlos así, mucho mejores que los nuestros. Caemos igual en Australia como en Canadá como en cualquier parte del mundo abierta a nosotros. Pero el infortunio es de aquellos atrapados en su ignorancia o en su resistencia ciega, cautivos en lo que Koolhaas llama la trampa de ratones llamada identidad cultural.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, antes que nada, un saludo y un agradecimiento por tu comentario en mi espacio de Ymipollo. En segundo lugar, quiero felicitarte, pues eres el primer homosexual que no se siente ofendido por el simple hecho de que uno està en desacuerdo con èl; ya me han tachado de homofòbico por mis opiniones, y aunque yo mismo me defino -en broma- como uno, me queda bien claro que po encima de todo, està el respeto a las personas, por el simple hecho de ser personas...
Ahora, ya pasando a los comentarios que amablemente hiciste en mi post, sòlo quiero agregar un par de cosas: no me niego rotundamente a la adopciòn homoparental, mis objeciones son en el sentido de que mi paìs no tiene la educaciòn para que un chico que viva esa situaciòn, no sea discriminado. Està mal, lo sè, pero es una realidad. Quiero decir: cuando armas un acuario, primero pones el fondo de piedra, los adornos, las plantas, el agua, y al final, al pez; o sea: tienes que darle un entorno apto para que sobreviva, antes de colocarlo en su pecera.
Mi otra objeciòn es en el sentido de que se està pasando por encima de los intereses del niño. Lo mismo puede decirse de un niño adoptado por una pareja heterosexual, pero la situaciòn (insisto: tomando en cuenta el contexto) es extraordinaria, y hablas de una situaciòn trascendental para cualquier individuo. Luego, ¿Por què no mejor darle a un niño, ya con consciencia de sì mismo, la oportunidad de elegir si quiere vivir en esa familia ò no? Digo: la pareja homosexual eleigiò vivir su sexualidad y las consecuancias (que las hay); el niño, no. Es cuestiòn de respeto al derecho de elegir, pues...
Y ya por ùltimo: a mi me importa poco si la homosexualidad es genètica ò adquirida: la realidad es que existe. Y no creo que un niño se vaya a volver homosexual por ser adoptado por una pareja homoparental, al contrario: Si un niño es discriminado -y sabemos que los niños pueden ser muy crueles... ahora imagìnate còmo lo son en una sociedad machista y retrògrada como la mexicana- a causa de la situaciòn de sus padres, es my probable que culpe a estos de su situaciòn, y poyecte sus frustraciones en contra de aquellos a los que considere semejantes a los causantes de su desgracia. No digo que vaya a ocurrir en todos los casos, pero sì hay un riesgo muy grande de que esto suceda, y no porque los padres sean mejores ò peores por su sexualidad -eso no importa-, sino porque la sociedad no està educada para tolerar lo diferente.
Eso es todo lo que querìa agregar a esta discusiòn. ¡Saludos!